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La Haya y el peligro del nacionalismo

Luis Valenzuela-Vermehren
Por : Luis Valenzuela-Vermehren (PhD Relaciones Internacionales) Cientista Político, Departamento de Sociología y Ciencia Política Universidad Católica de Temuco.
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Conscientes de la historia y del carácter complejo de las relaciones políticas con Chile, el gobierno del Perú optó, empero, por una línea de acción repleta de resultados inciertos. Sirve para re-encender las llamas nacionalistas en aquellos sectores de nuestros países que se alimentan ideológicamente con ello. Esto nunca es de provecho real y el impulso patriotero chauvinista se materializará sin importar cuál de las partes «triunfe» en sus alegatos.


El diferendo marítimo llevado a la Corte de Justicia Internacional por las autoridades peruanas trata sólo aparentemente de una disputa jurídica entre Perú y Chile. Si bien es cierto que los alegatos se articularon con el lenguaje del derecho todo ello oculta el carácter nacionalista del juicio iniciado por Lima.

Para algunos observadores, dicha iniciativa representa, tanto en su planificación como en su modo de exposición, una «brillante» movida en el tablero jurídico de ajedrez cuya finalidad sería establecer una condición de «justicia» entre ambos países. Con ello se resolverían finalmente los conflictos que históricamente han marcado las relaciones entre dichos estados pudiéndose imaginar luego un nuevo cuadro de cooperación e integración, de amistad y de confianza. Sin embargo, en tal sentido dicho juicio constituye un despropósito por cuanto sirve para reanimar, una vez más, nacionalismos anacrónicos cuyas raíces se encuentran en el desarrollo de la Guerra del Pacífico. Tanto en sus objetivos como en cuanto a la creación de identidades nacionales entregadas a la contienda, dicho conflicto reprodujo a modo propio la lógica del expansionismo y de los nacionalismos europeos de la época.

[cita]Conscientes de la historia y del carácter complejo de las relaciones políticas con Chile, el gobierno del Perú optó, empero, por una línea de acción repleta de resultados inciertos. Sirve para re-encender las llamas nacionalistas en aquellos sectores de nuestros  países que se alimentan ideológicamente con ello. Esto nunca es de provecho real y el impulso patriotero chauvinista se materializará sin importar cuál de las partes «triunfe» en sus alegatos.[/cita]

Como en el caso de del colonialismo decimonónico europeo, la posesión y dominio sobre los recursos naturales sirvieron de motivación para aumentar el poder nacional teniendo, a la vez, por motor ideológico el despliegue sistemático de un lenguaje nacionalista extremo. En cuanto a los métodos de guerra, y en ausencia de normas jurídicas limitando el uso de la fuerza como instrumento de la política exterior, tanto en las colonias de Europa como en conflicto de 1879, el salvajismo, el pillaje y la humillación formaron el modus operandi del proyecto hegemónico militarista. En Europa se consolidó, asimismo, la noción diferenciadora entre la «civilización» occidental y la «barbarie» propia de los pueblos colonizados, y se logró fabricar un ethos nacionalista que finalmente destruyó a Europa en el siglo XX. Entre Perú y Chile, de forma semejante, se plasmó en el discurso político tribal de la época la diferencia civilizacional y cultural entre ambos países. Un creciente odio mutuo galopante y el resentimiento no fueron sino el imprimátur que marcaría la memoria histórica de ambos pueblos. En mayor que menor medida, un Perú ya vencido alimentó aún más ese tribalismo antagónico y forjó un nacionalismo imperecedero que las clases políticas peruanas pudieron explotar y cuyo efecto psicológico en el imaginario político del Perú es el de articular un simbólico proyecto común repleto de posibles y gloriosas reivindicaciones a futuro, en particular, la recuperación del «Mar de Grau». El litigio no es una mera discrepancia legal, sino un acto esencialmente político.

Pero, además, la decisión de anunciar la presentación de la demanda ante La Haya se dio en un contexto político en el que el gobierno de Alejandro Toledo registró su nivel más bajo de popularidad. La historia de un fatídico conflicto debiese ahora utilizarse con ágil oportunismo político y en gobiernos sucesivos. Así, el nacionalismo de otrora que se usó para el dominio sobre el salitre ahora sirve como carta para la consecución de intereses políticos internos. Coadyuvado tanto por el discurso político efectista como por el sensacionalismo de los medios de comunicación populares peruanos, el nacionalismo sigue en pie tras 128 años de finalizada la guerra. Habiendo tenido Lima la opción de conducir la historia por derroteros distintos se optó, en su lugar, por obviar la lección dada por Europa después de dos guerras devastadoras. Dicha lección consistió en abandonar el nacionalismo como instrumento de la política e introducir los elementos de racionalidad necesarios para crear ese proyecto verdadero de integración y de paz que es la Unión Europea.

Desde luego, una política exterior racional se debe formular con miras a establecer un ordenamiento pacífico de relaciones tanto entre estados como entre pueblos, pues los gobiernos cambian pero los países deben convivir o, alternativamente, «tolerarse» en el tiempo. Opacada tras el espectáculo mediático de un litigio internacional, la utilización del elemento nacionalista para fortalecer posicionamientos políticos internos y fijar nuevos objetivos geopolíticos simultáneamente, no contribuye a la construcción racional de la paz en el orden político externo. La paz misma, dicho sea de paso, no sólo es la ausencia guerra, sino la presencia de una voluntad consciente, inequívoca y permanente de no explotar las heridas históricas de los pueblos por fines políticos de cortísimo alcance. Como consecuencia, una política exterior racional debe poseer una percepción respecto de los posibles escenarios que resultan de una disposición determinada. Siempre debe preguntarse si una decisión, aún si se tiene por justa, crea mayor daño que bien. La prudencia, como reconoció Maquiavelo, debe de permear el arte de lo político.

Conscientes de la historia y del carácter complejo de las relaciones políticas con Chile, el gobierno del Perú optó, empero, por una línea de acción repleta de resultados inciertos. Sirve para re-encender las llamas nacionalistas en aquellos sectores de nuestros  países que se alimentan ideológicamente con ello. Esto nunca es de provecho real y el impulso patriotero chauvinista se materializará sin importar cuál de las partes «triunfe» en sus alegatos. La aparente búsqueda de la «justicia» por el gobierno de Lima coloca en el tablero de ajedrez una pieza que lleva todo el peso de la historia. Contrario al discurso de la clase política esgrimido por ambos lados de la frontera, en este escenario no quedan triunfadores ni se construye un fundamento verdadero de convivencia y de cooperación. El fallo próximo de la Corte será un episodio simbólico que extrae desde el pasado hacia el presente todos los aspectos perjudiciales de la historia compartida entre Chile y Perú. En lugar de poner término a las diferencias entre dos estados y dos pueblos, será posible más bien abrir un nuevo capítulo de desconfianzas políticas mutuas y de conflictividad entre pueblos. El gobierno de Lima no cayó en cuenta que el tablero dé por resultado, tal vez, un «jaque mate» para todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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