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Familia: otro silencio de los precandidatos

Manfred Svensson
Por : Manfred Svensson Profesor de Filosofía
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¿Se imagina usted a la actual derecha chilena articulando un discurso que impulse el fortalecimiento de la familia? Tal vez, cuando son oposición. En otros sectores, en tanto, se recibe estos datos como confirmación de nuestro progreso, de que nos asemejamos más y más a países desarrollados, de que cae la familia patriarcal. Pero es solamente a punta de voluntarismo que semejante estupidez logra seguir vigente. De partida, es empíricamente falso: la Unión Europea tiene 37 % de nacimientos fuera del matrimonio, y Chile se encuentra en una condición más preocupante que el peor país de toda la Unión, Estonia (con un 59,7 %). Estados Unidos acaba de llegar al 50 %.


“Nuestro modelo es la familia en la que madre y padre son igualmente responsables por la provisión y el cuidado. Eso es lo que quiere la gran mayoría de los jóvenes. Se corresponde con la necesidad de madre y padre que tienen los niños, y asegura la independencia económica de la familia”. ¿Le molesta a usted una afirmación como ésta? Entonces no se preocupe, porque no hay partido político chileno que la pudiese hoy afirmar en serio. La frase viene no de entre nosotros, sino del documento programático del Partido Socialista alemán (SPD) del año 2007. No, no es que al SPD le haya bajado un arrebato de conservadurismo; simplemente abrió los ojos a la dramática realidad que enfrentaban como país si seguían ignorando una verdad tan sencilla. Y en Alemania esos documentos programáticos no nacen de la noche a la mañana, ni duran sólo para la próxima campaña electoral: el documento al que éste reemplaza proviene del crucial año 1989.

También para nosotros el 89 fue crucial —un mes tras la caída del muro de Berlín—, teníamos nuestras primeras elecciones después del régimen militar. Pero no es sólo en Alemania que el paso del tiempo trae cambios, cambios que obligan a pensar a dónde uno se está dirigiendo, que obligan a pensar si tiene sentido seguir con las mismas consignas de dos décadas y media atrás. Considere usted las últimas cifras entregadas por el Registro Civil: el 69,7 % de los niños inscritos el 2012 han nacido fuera del matrimonio. Eso son veinte puntos porcentuales más que los de una década atrás, cuando ya habíamos llegado a la preocupante situación de 50/50. Pero hay algo más llamativo que estas cifras: el absoluto silencio que siguió a su divulgación (fue la semana pasada, por si usted, tal como nuestros partidos políticos, no lo notó). Porque, increíblemente, en nuestro país una cifra como ésa puede ser divulgada sin que nadie considere que valga la pena gastar unas palabras sobre ella. Tampoco, por cierto, los precandidatos. Todos denunciamos “el silencio de Bachelet”, pero aquí que callan todos los candidatos, nos callamos nosotros también.

[cita] ¿Se imagina usted a la actual derecha chilena articulando un discurso que impulse el fortalecimiento de la familia? Tal vez, cuando son oposición. En otros sectores, en tanto, se reciben estos datos como confirmación de nuestro progreso, de que nos asemejamos más y más a países desarrollados, de que cae la familia patriarcal. Pero es solamente a punta de voluntarismo que semejante estupidez logra seguir vigente. De partida, es empíricamente falso: la Unión Europea tiene 37 % de nacimientos fuera del matrimonio, y Chile se encuentra en una condición más preocupante que el peor país de toda la Unión, Estonia (con un 59,7 %). Estados Unidos acaba de llegar al 50 %.[/cita]

No es que el silencio extrañe. ¿Se imagina usted a la actual derecha chilena articulando un discurso que impulse el fortalecimiento de la familia? Tal vez, cuando son oposición. En otros sectores, en tanto, se reciben estos datos como confirmación de nuestro progreso, de que nos asemejamos más y más a países desarrollados, de que cae la familia patriarcal. Pero es solamente a punta de voluntarismo que semejante estupidez logra seguir vigente. De partida, es empíricamente falso: la Unión Europea tiene 37 % de nacimientos fuera del matrimonio, y Chile se encuentra en una condición más preocupante que el peor país de toda la Unión, Estonia (con un 59,7 %). Estados Unidos acaba de llegar al 50 %. No es precisamente a estos países que nos estamos asemejando. Por lo demás, un poco de reflexión, un poco de investigación, sobre las desventajas padecidas por quienes crecen en hogares monoparentales, arroja resultados elocuentes. ¿No es algo que valdría la pena tener en cuenta? ¿No tendrá sentido preguntarnos hasta qué punto los hogares descompuestos se han vuelto uno de los factores principales tras otros problemas sociales?

Esa pregunta merece una respuesta diferenciada. Pues el simple hecho de publicitar las desventajas que un hogar monoparental o un divorcio puede tener para los niños, puede tener los efectos contrarios a los esperados: dicha información, ampliamente publicitada, bien puede acrecentar los problemas para los niños en cuestión, fortaleciendo una autoimagen negativa, convirtiendo las desventajas potenciales en desventajas actuales. Precisamente para evitar dicha estigmatización, hemos quitado en nuestro país franjas televisivas que hablaban de modo demasiado elocuente al respecto. Pero si bien sobran las razones para no estigmatizar a los niños, para destacar el papel de las madres que heroicamente los sacan adelante, no parece que eso nos deba conducir a un total silencio (y con ello al olvido del punto en cuestión).

Una respuesta a dicho dilema se encuentra precisamente en aquellos participantes de esta situación que aún no hemos mencionado: los hombres. No hay que estigmatizar a los niños, ¿pero qué hay de los padres que los abandonan o ni siquiera los reconocen? ¿Acaso no podemos decir nada sobre ellos? Y resulta que las cifras una vez más son muy llamativas. De los niños nacidos en Chile el 2012, 25.839 sólo fueron reconocidos por la madre, 1.457 sólo por el padre. ¿Realmente debemos ser tan cuidadosos en lo que decimos respecto de esos 25.000 padres que no reconocen a sus hijos? ¿Tan sensibles nos hemos vuelto que sobre ellos no tenemos nada que decir?

No, no se trata de revivir nostálgicamente una “familia tradicional chilena”. ¿Existió alguna vez tal cosa? Si fue así, seguro había en ella mucho que corregir, y ella puede ser una de las instancias responsables de la situación en la que nos encontramos. Pero es hora de que reconozcamos con toda franqueza el colosal fracaso de las alternativas que hemos creado. Con dos tercios de los niños fuera del matrimonio, y 24.000 de ellos no reconocidos por sus padres, lo menos que se puede decir es que hemos creado una sociedad hostil a los niños, aunque abunde en declaraciones sobre los derechos de los mismos. Tal vez sea hora de reconocer que las banderas que nos deben guiar no son las que cada uno haya alzado en 1989.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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