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El baile de la violencia

Con el asesinato de Werner Luchsinger y Vivian MacKay se rompió el esquema. Lo peor, es que dio resultado. Cambió el ritmo. Vinieron las reuniones con el gobierno, se habló de cambiar la Constitución y se hicieron todo tipo de promesas (eso sí, ninguna promesa de terminar con la violencia por parte de los encapuchados). Un carabinero fue dado de baja (los encapuchados no han dado de baja a nadie todavía, que se sepa). Salieron voces, no a justificar el asesinado, eso no, pero a ponerlo en su contexto.


Hasta comienzos de este año, o fines del año pasado dependiendo de los hechos que uno considere relevantes, la violencia en la Araucanía daba la impresión de ser un baile bien coreografiado. Los participantes sabían lo que tenían que hacer, y por lo general se mantenían dentro de los límites establecidos por la costumbre. Tomas, quemas semi-controladas, eran seguidas por allanamientos. Custodia permanente para los más amenazados. Si había alguna muerte, no había sido calculada. Llegaba a ser bastante regular: los viernes en la tarde sonaba el celular de mi amigo, abogado de una empresa forestal, lo miraba, movía la cabeza y decía “ya nos quemaron otra”, y la conversación seguía sin aludir más al hecho.

El procedimiento era el siguiente: unos encapuchados detenían al camión o a la máquina maderera, el conductor era encañonado y conminado a bajarse. Siempre hacía caso. Con el conductor fuera de la cabina, la máquina era incendiada. Las empresas lo tenían presupuestado, y el costo lo pagaba, como siempre, el consumidor final (y la sociedad en general). Estos casos no aparecían en los diarios nacionales sino ocasionalmente y sólo merecían una breve nota en los regionales.

Los pasos eran conocidos ¿pero y si alguien bailaba a otro ritmo? “¿Qué pasa si alguna vez el conductor encañonado no se baja del camión?” le pregunté a mi amigo hace varios meses. “No sé, nunca ha pasado”.  Y siguiendo estos pasos las cosas llegaban con regularidad: tierras y otros beneficios. Pero el baile se alargaba y no parecía tener destino.

Hasta que pasó. Un camionero no se bajó del camión (claro, era de él, no de la empresa), y tuvo que bajarse cuando las llamas le quemaban el cuerpo y la cara. Quemas a pacíficos parceleros de pocos recursos. El asesinato de un cuidador. Luego vino el ataque a los ancianos que viajaban en un bus en un viaje organizado por la municipalidad; eso era nuevo. Y después, el asesinato del matrimonio Luchsinger-MacKay en Vilcún, precedido por una amenaza que en Santiago nadie se tomó en muy en serio, porque la violencia ya es costumbre.

Pero con el asesinato de Werner Luchsinger y Vivian MacKay se rompió el esquema. Lo peor, es que dio resultado. Cambió el ritmo. Vinieron las reuniones con el gobierno, se habló de cambiar la Constitución y se hicieron todo tipo de promesas (eso sí, ninguna promesa de terminar con la violencia por parte de los encapuchados). Un carabinero fue dado de baja (los encapuchados no han dado de baja a nadie todavía, que se sepa). Salieron voces, no a justificar el asesinado, eso no, pero a ponerlo en su contexto. En fin, durante quince minutos la Araucanía, estuvo en el centro de la noticia. Qué mejor. Y los que han abrazado la violencia como forma de vida no parecen tener intención de paz. Este nuevo esquema tampoco parece tener término ni destino.

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