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Maduro no es Chávez

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Cyntia Páez Otey
Por : Cyntia Páez Otey Periodista y Magister en Periodismo Internacional con mención en RRII
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“¡A ti nadie te eligió Presidente, chico!”, vocifera el —ya confirmado— candidato de la Unidad Democrática, Henrique Capriles, mientras el delfín del fallecido Hugo Chávez, Nicolás Maduro Moros, jura como Presidente Encargado de la República Bolivariana de Venezuela frente al Congreso. Al otro extremo, asistentes al acto gritan: “Con Chávez y Maduro, Venezuela está seguro”.

En apariencia, Venezuela está unida al recuerdo de su líder. Así lo grafican los medios de comunicación oficialistas. Sin embargo, la realidad es que la nación caribeña está dividida; tras los funerales vendrá el luto y la aceptación de la pérdida. Pero, también las preguntas y cuestionamientos: ¿Cuál es la Venezuela que queremos construir después de Hugo Chávez? ¿Es ese el modelo adecuado? ¿Puede haber otra Venezuela más allá del chavismo?

Para nadie es secreto que Chávez Frías estaba enfermo durante la campaña presidencial que lo llevó a ser reelecto por cuarta vez en octubre de 2012. Incluso, Blanca Rosa Mármol, jueza del Tribunal Supremo de Venezuela durante 12 años, asegura que “los electores del chavismo votaron a un muerto”.

[cita]Si finalmente, Venezuela decide continuar en el proyecto socialista del siglo XXI, Maduro no estará en condiciones de mirar más allá de los límites de su país y deberá enfrentar problemas económicos que tras años de derroche —el mismo que mejoró el estilo de vida de las clases populares— tiene hoy a Venezuela con importantes fallos económicos (hiperinflación, economía ineficiente y dependiente del precio internacional del crudo) y vicios de gestión estatal (corrupción y concentración del poder).[/cita]

¿Por qué Maduro?

«Mi opinión firme, plena, como la luna llena, irrevocable, absoluta y total es que en ese escenario que obligaría a convocar a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela», fue el mandato del ex presidente mientras analizaba los posibles escenarios para el futuro del país. Esto, después de conocerse la urgente necesidad de regresar a Cuba para ser intervenido quirúrgicamente, luego de tres operaciones desde mayo de 2011.

Si bien en un inicio destacaba el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, como posible sucesor, el estilo serio y reservado de Maduro llamó la atención del comandante Chávez. Además, incidieron su formación revolucionaria que, a pesar de su relativa juventud (50 años) posee una vasta experiencia política y, fuera de toda duda, ha logrado desarrollar una carrera meteórica: un conductor de metro sin bachillerato ingresa al mundo del sindicalismo socialista, gana un escaño como diputado y participa en la redacción de la Constitución chavista; en 2005 incluso fue presidente de la Asamblea Nacional y un año después fue nombrado Canciller de la República.

Fue precisamente mientras dirigía la diplomacia venezolana cuando demostró una de las características más destacadas por el presidente: su poca tolerancia frente a Estados Unidos y su influencia en América Latina, lo que le valió el apelativo presidencial de “tremendo canciller” en los actos públicos, especialmente tras el enfrentamiento entre Maduro y el secretario de Estado norteamericano John Negroponte al llamarlo “funcionarillo”.

Más allá de esto —y tras su destacada labor como vicepresidente en el momento más difícil de la historia reciente de Venezuela— los analistas coinciden en destacar que Maduro posee una gran capacidad de trabajo, indudable empatía con la gente y gran manejo de masas en situaciones complejas, como hemos podido observar en estos días.

El desafío de Maduro

Nicolás Maduro posee, en la práctica, todas las atribuciones de un presidente de Venezuela con derecho a ser candidato presidencial hasta las próximas elecciones del 14 de abril. Sin embargo, el desafío no es menor. ¿Podrá mantener el apoyo de los ciudadanos cuando el fervor por la muerte del líder amaine y con los ánimos calmos caiga la venda chavista de los ojos de los electores?

En un mes, ambos candidatos deberán ser capaces de reencantar a los votantes en un ambiente político polarizado y con visiones opuestas. Recordemos que el margen de diferencia de la elección presidencial de 2012 entre Hugo Chávez (7.444.082 votos) y Henrique Capriles (6.151.544 votos) fue sólo de 10 puntos porcentuales en favor del primero.

En los pocos días que durará la campaña presidencial, el oficialismo abogará por la prolongación de un modelo que ha resultado popularmente exitoso en América Latina, pero que aún debe demostrar que sobrevivirá más allá de la figura de su mecenas político, tanto dentro como fuera de la tierra de Bolívar, aunque eso no asegura un triunfo; ni la efervescencia popular ni el cariño demostrado por el pueblo venezolano o por sus rivales políticos (y no “enemigos políticos” como puntualizó Capriles) aseguran que el programa de gobierno siga siendo atractivo. La pregunta obvia es: ¿Pondrá Maduro un sello propio a la campaña o pretende ser una copia de Chávez?

No se puede negar que Chávez hizo importantes cambios internos para mejorar la vida de la población más olvidada. La pobreza y la miseria fueron reducidas considerablemente durante su mandato gracias a sus gestiones internacionales para manejar el precio del petróleo tras la crisis de 1998. Cabe destacar además su profunda amistad con los mandatarios de países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), especialmente con el presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad, con quien compartía su visión antinorteamericana y —el enemigo de mi amigo es mi enemigo— contra Israel, por lo que le costó muchas veces ser tildado de antisemita.

Vacante latinoamericana

En América Latina —un área geopolítica relevante en historia, cultura, riquezas naturales, factores socioculturales y que, erróneamente, Chile no ha sabido incluir en sus decisiones estratégicas más allá de la defensa y el retail— Hugo Chávez, siguiendo el pensamiento unificador latinoamericano de Simón Bolívar, pensó que si el vecindario crecía, Venezuela también. De este modo, acogió bajo su alero —así como alguna vez lo hizo la Cuba de los Castro— a la Bolivia del indigenista Evo Morales, con sus problemas económicos, sociales y territoriales; a la Argentina de los Kirchner y su populismo a conveniencia. Se alió también a Paraguay. Pero, es en Ecuador, con el presidente Rafael Correa, donde encontraremos al más probable sucesor de su estilo de hacer latinoamericanismo, aunque sin la billetera venezolana.

Chávez era un caudillo de América Latina capaz de frenar los extremismos de izquierda y las guerrillas; pero también, a los extremos de derecha que vieron como Venezuela adoptaba el rol protector de hermano mayor de los países menos favorecidos. Tanto Chile como Colombia y Perú, eran frenadas por las palabras del comandante, incluso cuando España intentaba aplastar con su avasalladora red económica o cuando el rey Juan Carlos de Borbón pretendía inmiscuirse en nuestro subcontinente, Chávez respondía sin regirse por protocolos ni diplomacia. Si había que defender América Latina —a falta de entendimiento, unión o representación— estaba Hugo Chávez.

Si finalmente, Venezuela decide continuar en el proyecto socialista del siglo XXI, Maduro no estará en condiciones de mirar más allá de los límites de su país y deberá enfrentar problemas económicos que tras años de derroche —el mismo que mejoró el estilo de vida de las clases populares— tiene hoy a Venezuela con importantes fallos económicos (hiperinflación, economía ineficiente y dependiente del precio internacional del crudo) y vicios de gestión estatal (corrupción y concentración del poder).

Lo cierto es que Chávez era un aglutinante institucional difícil de reemplazar, pero no imposible. Está claro que Maduro no es Chávez, pero el mundo está atento a esta nueva impronta en Venezuela, que puede o no cambiar su destino. Falta experiencia, pero también falta tiempo. Hoy, Maduro no es Chávez, pero no significa que no lo será.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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