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Palabras que rompen cráneos Opinión

Palabras que rompen cráneos

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Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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Lo que ocurre en la sociedad es que ella aparece dominada por una realidad simplificada. Si alguien dice abuso, todo el mundo lo asocia al comportamiento empresarial de los bancos, las Isapres, las grandes tiendas de retail o la colusión de las farmacias, por nombrar algunos casos. Si dice lucro se asocia inmediatamente a educación y al caso de la Universidad del Mar.


Pocas veces en la historia política se da el hecho que una palabra le rompe el cráneo a la elite política por la fuerza de su significado. Más pocas aún, que el paradigma de poder que rige el sistema se vea amenazado por la sordera de la propia elite. Parte sustancial de la política es saber escuchar para entender, y en lo posible controlar, el sentido común que prevalece en la calle. El momento político actual del país indica una elite desconcentrada, sin profesionalismo, realizando actos de prestidigitación para solucionar los problemas que tiene. Lo peor es que todo lo confían al momento electoral presidencial.

Lo que ocurre en la sociedad es que ella aparece dominada por una realidad simplificada. Si alguien dice abuso, todo el mundo lo asocia al comportamiento empresarial de los bancos, las Isapre, las grandes tiendas de retail o la colusión de las farmacias, por nombrar algunos casos. Si dice lucro se asocia inmediatamente a educación y al caso de la Universidad del Mar.

No se requiere ya hablar de la crisis del modelo ni filosofar sobre el significado de los mercados. La sociología de los excesos de los mercados desregulados o simplemente salvajes  de Chile, han producido un convencimiento crudo y duro, que opera como subtexto de todas las protestas ciudadanas: vivimos en el paraíso de los abusos.

En esta simplicidad, conceptos como fin al lucro y gratuidad en educación, nueva Constitución, AFP estatal, Fonasa de calidad para todos, justicia ambiental, libertades públicas, poder regional y reforma tributaria, son los capítulos obligatorios del programa de cualquier candidato. Ellos nuclean el sentido común de la calle y trazan la línea divisoria por donde pasa la definición de los candidatos.

[cita]Se percibe de manera nítida, una fuerte demanda de coherencia, credibilidad y confianza hacia los candidatos. Tanto así, que llega a complicar incluso a la candidatura más popular, la de la ex Presidenta Michelle Bachelet. Las pocas veces que se la ha visto incómoda ha sido en el momento de las definiciones esenciales que demanda la calle y su responsabilidad en la administración del “modelo”.[/cita]

Esa línea divisoria además de política es generacional. Fija un antes y un después del país, y expresa una ruptura en la comunicación y en la forma de entenderse, entre la vieja política y los nuevos ciudadanos, en un proceso que está totalmente líquido. Si la definición es si se está o no en contra del lucro, a favor de la gratuidad, por una AFP estatal, o una nueva Constitución, la respuesta esperada es un Sí o un No, y punto. Las necesarias explicaciones vienen después, una vez que se haya elegido el campo.

Tal situación lleva a pensar que por primera vez en muchos años esta elección será un plebiscito sobre la transparencia. Porque lo que en el fondo se ha puesto sobre la mesa es si se desea una sociedad de derechos, que implica el cambio constitucional o, por el contrario, seguir con el Estado subsidiario, aunque mejorado en determinados aspectos.

Y esa tensión proviene de una crítica cultural profunda de la sociedad actual, marcando una impronta generacional sobre ética, compromiso y responsabilidad en materia de política y gobierno.

Por ello los mensajes de la calle son persistentes y simplificados. Aunque se enuncian de manera fácil, son densos, icónicos y simbólicos al mismo tiempo, y en conjunto se conjugan como una contracultura del actual modelo de relaciones entre gobernantes y gobernados.

Ello pone una difícil tarea a los que aspiran a la representación política. Para alcanzar el grado de acrisolamiento, esos sentidos comunes simplificados tienen un fundamento producto de experiencia viva. Peor aún si entre esos sentidos simplificados está la convicción de la molicie y el desprestigio de los partidos, de la indiferencia de los gobiernos, de la impunidad de los ricos, y de la corrupción de la administración.

De ahí que no serán solo los buenos argumentos o los mejores programas de gobierno los que contribuirán al porcentaje electoral que haga la diferencia entre aceptación y rechazo entre los presidenciables. Existe hoy, y se percibe de manera nítida, una fuerte demanda de coherencia, credibilidad y confianza hacia los candidatos. Tanto así, que llega a complicar incluso a la candidatura más popular, la de la ex Presidenta Michelle Bachelet. Las pocas veces que se la ha visto incómoda ha sido en el momento de las definiciones esenciales que demanda la calle y su responsabilidad en la administración del “modelo”.

Esto, que le rompe el mate a los candidatos y sus asesores, podría perfectamente terminar en un gran remate programático, en la vieja lógica de Edgardo Boeninger: los programas son solo para ganar elecciones y la lógica de un gobierno es la sordera selectiva.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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