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Bolivia: el callejón de los duros

Esteban Valenzuela Van Treek
Por : Esteban Valenzuela Van Treek Ministro de Agricultura.
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La posible solución: la alternativa viable parece ser un puerto o enclave en ex territorio boliviano (en la zona norte de la Región de Antofagasta, eventualmente el ex puerto de Cobija, hoy abandonado), donde es posible concretar un acuerdo ya que no se depende de un tercero (Perú). Puede ser concesión por un tiempo, desmilitarizada, con compensación territorial a Chile, con relaciones diplomáticas y acuerdos comerciales-culturales y energéticos, con libre tránsito para dinamizar ese corredor internacional hasta Brasil que empujan tanto Iquique como Antofagasta.


El fracaso de la política de dureza con Bolivia nos ha llevado a La Haya. El look mediático del Canciller como un ser imperturbable y el monólogo de Piñera negando cualquier diálogo, nos llevó al callejón.

Con Bachelet se avanzó en trece puntos que no esquivaban el debate marítimo. El 2008, para los economicistas, se llegó a un peak de intercambio comercial. Hoy estamos sin relaciones y acusados de faltar a las normas.

Bolivia y su demanda marítima están metiendo a Chile en una trampa: la judicialización es probablemente un fracaso, por la existencia de tratado, pero puede interpretar faltas de cumplimiento parcial al mismo (lo que genera consecuencias insospechadas), y hacer que la identidad de Chile se deteriore aún más en el continente como el vecino agresivo e insensible.

Además de cuestiones de fondo, que son obvias para el interés nacional, la falta de acuerdo con el país hermano (no olvidamos dicha semántica que nos funda en el americanismo independentista) ha impedido un acuerdo energético que a Chile comienza a costarle caro, como los datos irrefutables de pérdida de competitividad en la industria minera. Esto, debido en gran parte a los altos costos energéticos en que se incurre (Chuquicamata tiene pérdidas con el cobre a cuatro dólares la libra). La cuestión no es de imagología, es histórica, pragmática, ética, épica y lírica.

Histórica: El diferendo persiste, y como se ha dicho hasta el cansancio, todos los gobiernos (exceptuando el actual, que ha retrotraído las relaciones a punto cero), desde 1952 han explorado fórmulas, especialmente el corredor en Arica, que es el más impracticable, porque el tratado con Perú obliga a tener el consenso de dicho país para cualquier cambio de soberanía en sus ex territorios.

[cita]La posible solución: la alternativa viable parece ser  un puerto o enclave en ex territorio boliviano (en la zona norte de la Región de Antofagasta, eventualmente el ex puerto de Cobija, hoy abandonado), donde es posible concretar un acuerdo ya que no se depende de un tercero (Perú). Puede ser concesión por un tiempo, desmilitarizada, con compensación territorial a Chile, con relaciones diplomáticas y acuerdos comerciales-culturales y energéticos, con libre tránsito para dinamizar ese corredor internacional hasta Brasil que empujan tanto Iquique como Antofagasta.[/cita]

Además, el canciller Moreno fue lapidario: “No queremos perder la frontera con Perú”. El gobierno de Bachelet no temió incluir en los trece puntos de diálogo hacia la normalización de la las relaciones, el explorar soluciones a la cualidad marítima.

Pragmática: Para Chile un cambio de las relaciones con Bolivia significaría enormes ganancias en costos energéticos, acceso a mano de obra en consideración de la curva decreciente de natalidad, enriquecimiento cultural (los bolivianos tienen una diversidad y cuidado patrimonial envidiable), de intercambio comercial (como bien los ha construido y animado la sociedad  de Iquique, que sale de la lógica de trincheras). Un negocio de suma positiva que puede incluir arreglos en el agua e inversiones binacionales, intercambios educacionales… fraternidad práctica. Juego de suma positiva, en que ambas naciones ganen, y mucho.

Ética: apartándose de la visión realista que achica la dimensión de las relaciones internacionales al inmovilismo (que es diferente al obvio respeto de los tratados para mantener la paz), hay un punto de vista ético de ponerse en el lugar del otro y entender la dolorosa pérdida material y simbólica que implicó para Bolivia la expansión chilena en su litoral. Si hay una ética de la integración real, ajena a voluntarismos, pero dispuesta a buscar soluciones viables y creativas, es posible que Chile dé y gane, repare y crezca.

Épica: los países no son sólo naciones, productos y economía, son ideas, estilos, juicios sobre nosotros en el mundo. La idea del país cultural, amable y asilo contra la opresión de mediados del siglo XX desapareció en la identidad del país de economía pujante pero agresivo de comienzos del siglo XXI. Chile puede construirse una nueva épica: el país que enfrenta con vigor esta demanda, que obliga a Evo Morales a salir de la retórica y la marchas para proponer alternativas a Chile, en la esfera pública (es largo enumerar las conversaciones privadas en la historia que a nada llegaron), donde debe haber a cambio de un enclave-puerto boliviano en el Pacífico una explícita compensación territorial a Chile (porque hay tratado), como ejemplo continental de pasar a una fase mayor de cooperación e integración.

Lírica: Chile necesita lírica, combinar sus almas, “ser huemul y no sólo cóndor” al decir de Gabriela Mistral. Una lírica fraterna como metarrelato del país que cambia su estado de ánimo, y se abre a no tener miedo, a dejar el terror de las elites y la manipulación banal de la opinión pública, en el juego agresivo de que no es posible acuerdos con Bolivia, que no es posible elegir intendentes, que no hay espacio para autonomías y derechos políticos indígenas, porque todo ello afectaría la integridad de la nación de acero.

La posible solución: la alternativa viable parece ser un puerto o enclave en ex territorio boliviano (en la zona norte de la Región de Antofagasta, eventualmente el ex puerto de Cobija, hoy abandonado), donde es posible concretar un acuerdo ya que no se depende de un tercero (Perú). Puede ser concesión por un tiempo, desmilitarizada, con compensación territorial a Chile, con relaciones diplomáticas y acuerdos comerciales-culturales y energéticos, con libre tránsito para dinamizar ese corredor internacional hasta Brasil que empujan tanto Iquique como Antofagasta.

Enclaves hay decenas en el mundo y territorios no conectados, que en nada afectan la conectividad de un estado-nación. San Marino está al interior de Italia y es la notable primera república democrática, refugio de Garibaldi y con gobierno rotativo. Alaska no está conectada con EE.UU y no es isla. Crimea es zona rusa en Ukrania en el Mar Negro, Guantánamo de EE.UU en Cuba (desde 1900), Andorra en los Pirineos, Gibraltar en Andalucía, Gaza y Cisjordania se unirán por carretera en la solución de la ONU para el Estado Palestino, etc, etc. Chile no se corta, ni se achica, ni se acaba con una solución con Bolivia. Chile crece, gana, se amabiliza, se fortalece, se desjudicializa en las cortes internacionales, gana un socio extraordinario, un país notable con el cual seguir el camino de la historia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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