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La épica de la igualdad

Alejandro Führer
Por : Alejandro Führer Sociólogo de la U. de Chile y Magíster en Comunicaciones de la UDP. Coordinador del área estratégica de la Fundación Chile 21.
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Pocas veces en la historia un país suele encontrarse con tantas señales de cambio. De pronto, hechos extraordinarios se precipitan, unos sobre otros en una secuencia caprichosa y febril; son signos en el aire, fragmentos de un destino en desarrollo. En la actualidad, Chile vive un momento paradojal: cuando los indicadores de crecimiento y empleo muestran una importante vitalidad bajo el cuño de un gobierno de derecha, la ciudadanía no aplaude y aun más, exige en calles y pueblos apartados poner fin a las desigualdades y los abusos. La letra chica del modelo económico se impone porfiadamente a cualquier gigantografía oficialista.

La frustración del gobierno no puede ser mayor. No salen de su asombro, mientras ministros y dirigentes pierden la compostura al comentar los últimos datos arrojados por una encuesta. El abismo entre los buenos indicadores económicos y los malos resultados en aprobación ciudadana parece no ceder y consolidarse a solo meses de las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias. La resignación debe ser un trago amargo en el palacio presidencial mientras el país disminuye el desempleo y el último Imacec es más alto que el trimestre anterior.

Fue la revolución pingüina del 2006 la que abrió esta corriente de aire fresco. Esa tormenta secundaria que se tomó las avenidas del territorio nacional; insolentes y furiosos, traían el signo de un hastío que el país y la política no supieron comprender a tiempo. Las históricas protestas del 2011 lograron unir movilizaciones sociales y adhesión ciudadana en un país acostumbrado a ser un ejemplo de progreso y estabilidad en la región.

Los ciclos históricos rebasan años y a veces decenios, son tiempos sin fronteras convencionales atadas por un sentido premonitorio y sin retorno. Nuestro país experimenta desde hace tiempo un intenso anhelo de cambio, no en el sentido de alternancia en el poder -como algunos equivocadamente creyeron- sino como un activo malestar ciudadano que la política tradicional no ha sido capaz de canalizar o no ha tenido el valor de hacerlo.

En la oposición, las últimas semanas han estado marcadas por el regreso al país de Michelle Bachelet, confirmando que será candidata presidencial y enviando las primeras señales de lo que será el sello programático de su campaña. Fin al lucro en la educación, repensar las bases del modelo de desarrollo y construir una amplia mayoría social y política por los cambios. Ha sincerado un discurso centrado en las dramáticas desigualdades de nuestra sociedad. Ha puesto en el horizonte la promesa de cambiar -de una vez por todas- el sistema binominal y generar una nueva carta fundamental nacida en democracia. Es la expresión de una voluntad política para abrir un nuevo ciclo de cambios en Chile.

La acusación constitucional contra Harald Beyer pasó de ser una promesa incierta a un acontecimiento de hondas repercusiones nacionales. Lo que parecía extemporáneo y tardío, se convirtió al pasar de los días y semanas en un momento de extraordinaria cohesión opositora. Es cierto que no fue fácil construir esa mayoría, pero muchas apuestas se perdieron esta vez porque ocurrió lo que era menos evidente, lo que resultaba más riesgoso. El desenlace de este tenso episodio, es otro signo más que los tiempos han cambiado y que las fuerzas de centro-izquierda están preparadas para abrir otra etapa democrática en nuestro país.

En los años ochenta, la oposición hizo lo que muchos creían imposible, pudo sobreponerse a diferencias que parecían insalvables. En aquel entonces, las discrepancias eran mucho más profundas que hoy. El golpe de estado había pulverizado nuestra democracia, dividiendo a los chilenos entre patriotas y extremistas. Las desconfianzas eran precipicios y abismos insondables, pero en menos de una década la oposición supo construir acuerdos y prepararse para vencer al dictador con sus propias reglas, en paz y participativamente aquel inolvidable 5 de octubre del 88.

No habrá una lectura única de los gobiernos de la Concertación. No se escribirá una verdad consensuada sobre sus logros y omisiones. Autoflagelantes y autocomplacientes amasarán sus tesis durante mucho tiempo: crecer con equidad en una frágil democracia a principio de los noventa, con avances sociales significativos a partir del año 2000 que sin embargo no logran torcer las lógicas del modelo neoliberal. En fin, las legítimas discrepancias para analizar nuestro pasado reciente persistirán pero lo que no pueden hacer, es paralizar la construcción una nueva mayoría portadora de otro entusiasmo.

Una renovada épica debe unirla voluntad de la oposición, esa que anhela cambiar un modelo de desarrollo hecho a imagen y semejanza del mercado más cruel, ese que evita competir y secolude en los precios de medicamentos para niños y adultos mayores. Con un retail que engaña mensualmente a sus clientes y “encalilla” a la gente como única forma de conseguir progreso material. Ese sistema previsional que entrega pensiones miserables a sus trabajadores y jugosas utilidades a las AFP´s. Contra esa barbarie estamos luchando.

La nueva épica es la igualdad, sin apellidos ni viñetas que aligeren el peso de sus promesas. Igualdad desde la cuna y hasta la vejez, para sentirnos parte de una sociedad que abraza a sus compatriotas y les otorga las herramientas suficientes para tallar su libertad. Esta épica debe alentarnos a encontrar un camino para la más amplia unidad de la oposición en la próxima década. Si ayer fue la recuperación democrática lo que nos pudo juntar, hoy el anhelo de igualdad debe fundar una nueva fraternidad que recoja y materialice las esperanzas mayoritarias de nuestro país.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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