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Tontilandia en su Salsa


En mi condición de no-tonto (jamás aspiraría a ser considerado «inteligente») he debido tragarme la avalancha de sandeces que se ha precipitado sobre el país a raíz de los dos motivos que se ha aducido para bajar la candidatura presidencial de Golborne, y he recordado los argumentos que esgrimía Jenaro Prieto para justificar que este territorio asumiera un nombre distinto al que tiene y pasara a llamarse «Tontilandia».

Las sandeces más conspicuas han sido las que lo condenan por haber aplicado un acuerdo del directorio de Cencosud resolviendo subir en $530 el cargo fijo por las tarjtas «Jumbo Más». Pues los tontilandeses, casi por unanimidad, creen que es «un abuso» y escandaloso que un gerente general haya acogido ese acuerdo de quien era su superior y mandaba en la empresa, sobre todo si probablemente el mismo acuerdo había sido sugerido por dicho gerente general como una manera de aumentar los ingresos de la empresa de una manera perfectamente ajustada a la legalidad interpretada por la respectiva Superintendencia.

De donde se deduce que los tontilandeses, por virtual unanimidad, han estimado que no puede ser candidato a la Presidencia de la República un gerente que, primero, recomienda y después aplica un acuerdo del directorio de la empresa para la cual trabaja y que, segundo, gracias a ese acuerdo incrementa las ganancias de la misma. Ergo, el ideal de gerente general en Tontilandia parece personificarlo el que no actúa conforme lo ordena el directorio de su empresa y procura que ésta no aumente sus ganancias.

Calculen ustedes dónde estaríamos si todos los gerentes fueran como los tontilandeses exigen que lo hubiera sido Golborne.

Y, en seguida, la otra sandez, que han llamado admirativamente «torpedo bajo la línea de flotación» de la candidatura Golborne, fue el conocimiento de que una sociedad de inversión suya tenía parte de otra firma que opera en un conocido «paraíso tributario», British Virgin Islands. Pues sostienen que «paraíso tributario» es sinónimo de «dinero malhabido». Si fuera por eso, todo el dinero bajo los colchones sería presuntamente malhabido, porque muchos ladrones lo esconden ahí. ¡Qué tontería más grande!

Los «paraísos tributarios», llámense British Virgin Islands, Islas Caymán, Panamá, Islas Guernsey y Jersey, Principado de Mónaco, Rusia, Luxemburgo o Liechstenstein, se caracterizan por no cobrar impuesto a la renta o cobrar uno muy bajo a las personas naturales o jurídicas extranjeras que operan en ellos. Cualquier individuo previsor y ordenado, que administre sus bienes como «un buen padre de familia», según la expresión de nuestro Código Civil, obligatoriamente debería tener en cuenta la posibilidad de depositar ingresos (perfectamente bien habidos) donde éstos tengan mayores posibilidades de multiplicarse. Me extrañaría mucho saber que un hábil inversionista como Sebastián Piñera o quien esté a cargo de su actual «fideicomiso ciego», nunca tienen ni tuvieron un centavo, por sí o por alguna de sus sociedades o a través de otras sociedades, en alguno de los «paraísos tributarios» antes nombrados o en otros. Pues si nunca lo tuvieron, me desilusionaría de las capacidades de administrador del titular del respectivo patrimonio y sus actuales gestores.

Para mí, que Golborne haya mantenido parte de sus ingresos, labrados meritocráticamente (pues lo fueron a fuerza de trabajo y capacidad y no por designación en un cupo a cubierto de competencia), es una garantía de buena administración en un candidato presidencial, que sólo podría llamar a escándalo en Tontilandia, sobre todo si el artículo 12 de la Ley de Impuesto a la Renta vigente en el país se preocupa de gravar precisamente a las «rentas líquidas percibidas» de inversiones en el extranjero, de donde se deduce que las mismas son perfectamente legales y permitidas para todo buen tontilandés y que, si no son retiradas de la respectiva sociedad, tampoco pagan impuesto en Chile.

Tontilandia está en su salsa: a un tipo que hizo méritos lo descalificaron y destituyeron precisamente por sus méritos.

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