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La Fuerza Pública de Velasco

Roberto Pizarro Hofer
Por : Roberto Pizarro Hofer Economista. Ex ministro de Planificación del gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle.
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El nombre Fuerza Pública que utiliza Velasco para su movimiento simboliza, de forma cómica o quizás trágica, su incorporación plena a la política contingente. El futuro inmediato nos dirá si serán las movilizaciones sociales o la Fuerza Pública las que dominarán el escenario nacional.


Andrés Velasco ha sido perseverante en su propósito de encontrar un nicho que le permita obtener presencia en la política chilena.  Sus primeros pasos fueron como jefe de gabinete y encargado internacional del ministro de Hacienda del Gobierno de Patricio Aylwin, Alejandro Foxley. Posteriormente, lo intentó con Expansiva, encabezando a un grupo de economistas, sociólogos y politólogos, formados en EE.UU., complacientes con el modelo económico neoliberal y entusiastas de las políticas sociales asistencialistas. Los documentos elaborados por el think tank  son prueba de ello: eluden las desigualdades y se olvidan de las discriminaciones del régimen político establecido con la Constitución de 1980. Más bien, los esfuerzos intelectuales del grupo Expansiva se orientaron a políticas públicas para hacer más eficiente el régimen instaurado por la Dictadura y administrado por la Concertación.

Expansiva le sirvió a Velasco para vincularse más estrechamente con el poder político. El minuto de gloria le llegó en 2006, cuando Michelle Bachelet ocupó la Presidencia. Un dirigente socialista, de cuyo nombre no quiero acordarme, susurró a la nueva mandataria las ventajas de contar con el economista de buen inglés y con estudios en Harvard. Su currículum y larga trayectoria en Estados Unidos asegurarían al nuevo gobierno la confianza que ya había logrado Lagos con el establishment de Washington y el sistema financiero internacional.

Los socialistas, que ya habían renunciado a sus banderas históricas, estaban convencidos que una relación carnal con los Estados Unidos era lo mejor para el país. Se estimaba prioritario para la estabilidad, el crecimiento y la globalización de los grupos económicos nacionales. A esta altura, a muy pocos en la Concertación les interesaba la integración con América Latina. El aislamiento de los países vecinos se consideraba secundario en relación con las potencialidades del comercio y las finanzas mundiales que ofrecía una relación privilegiada con Estados Unidos. Foxley como canciller era la garantía para esta política internacional.

[cita]El nombre Fuerza Pública que utiliza Velasco para su movimiento simboliza, de forma cómica o quizás trágica, su incorporación plena a la política contingente. El futuro inmediato nos dirá si serán las movilizaciones sociales o la Fuerza Pública las que dominarán el escenario nacional.[/cita]

Michelle Bachelet entregó a Velasco la cartera de Hacienda; un súper Ministerio en la institucionalidad chilena. Con él se incorporaron al Gobierno varios personeros de Expansiva. Todos tecnócratas, a quienes la política les interesa poco o nada. O más bien, quienes consideran que los políticos son peligrosos y deben estar subordinados a los técnicos. Los economistas de Expansiva se encuentran especialmente a gusto con la macroeconomía automática, la autonomía del Banco Central y les molestan los movimientos y sindicatos que reivindican intereses sociales o medioambientales. Cómo lo ha dicho tantas veces Velasco: esos grupos corporativos conducen al populismo.

Durante aquel gobierno, Bachelet, Velasco y los suyos fueron fieles a las enseñanzas que recibieron en Estados Unidos. Con Foxley en Relaciones Exteriores se aseguraba que la globalización económica continuaría su acelerado camino, evitando cualquier intento de alianza política con los países vecinos. Con Velasco en Hacienda los aplausos empresariales continuaron, al igual que en la época de Lagos. La política macroeconómica contracíclica, de elevada autocomplaciencia nacional, permitió multiplicar los bonos asistenciales y liberó recursos para la pensión mínima solidaria. Ambos logros de Bachelet-Velasco recibieron el visto bueno del mundo empresarial. Sin mayores impuestos a los ricos se mantenía tranquilos a los pobres, mediante la focalización social; al mismo tiempo, la pensión mínima solidaria se convertía en un espaldarazo al empresariado respecto del cuestionado sistema de AFP.

Por otra parte, las fichas de Velasco en los otros Ministerios actuaban en consecuencia. Bitrán en Obras Públicas clausuraba la aspiración de los chilotes de contar con el prometido puente al Continente. Tokman en Energía hacía también su aporte, al estilo Expansiva: multiplicó las termoeléctricas a carbón, olvidándose de los compromisos medioambientales de la Presidenta. Karen Poniachik pasó sin pena ni gloria por el Ministerio de Minería y más bien se la sigue recordando, junto a Ricardo Solari, comiendo hamburguesas Mac Donald’s en vivo y en directo para la TV, a objeto de desmentir la responsabilidad de esa empresa en la disentería que su chatarra había provocado en varios niños chilenos. Eran las instrucciones del Presidente Lagos a la Encargada del Comité de Inversiones Extranjeras para tranquilizar a la Embajada norteamericana y garantizar el TLC que se negociaba con la potencia del norte.

Desde afuera del gobierno de Bachelet, los tecnócratas de Expansiva recibieron el decidido apoyo empresarial, encabezado por Rafael Guilisasti, Presidente de la CPC, secundado por el poderoso Presidente de ENDESA y miembro del PPD, Jorge Rosenblut. Éste también miembro de Expansiva y recurrente lobista en su propósito de multiplicar las represas y grandes proyectos eléctricos. Al final de cuentas la tecnocracia se saca la careta y le responde al poder económico. El ministro de Hacienda persistió, como todos los anteriores, en su servilismo al mundo empresarial, que caracterizó a la Concertación durante todos sus gobiernos.

Andrés Velasco, entusiasmado con las posiciones de poder alcanzadas como ministro de Hacienda, optó por la deslealtad. La pasión política lo obnubiló. Se enfrentó a la ex Presidenta y al establishment que lo habían instalado en el poder. Se convirtió en político Según él para criticar la mala política. Y ese fue el eje de su campaña en las primarias de la Nueva Mayoría. No encontró otra consigna posible. En efecto, se olvidó de las trampas de las multitiendas, la concentración del poder económico, el robo de la banca a los estudiantes, el desastre de los hospitales públicos y la vergüenza de las jubilaciones de las AFP.

Luego de la experiencia de las primarias, Velasco apuntó a la organización de su proyecto político, denominado Fuerza Pública. Sus banderas de lucha, como lo indica el Manifiesto convocante, son las libertades personales y económicas. Fuerza Pública repite lo que dijo su jefe en las primarias: el problema de Chile es la “mala política”.

Es cierto que hay una “mala política” en Chile, pero la razón no radica en “la maldad” del senador Girardi o de algunos otros parlamentarios. Es el sistema político entero que se encuentra en crisis. Porque los partidos políticos ya no representan a la ciudadanía. Y no la representan porque defienden el orden establecido y no escuchan el clamor popular. Para acallarlo llaman a la Fuerza Pública. Y, cuando no hay voluntad de impulsar cambios estructurales para responder a las demandas ciudadanas, la defensa del orden económico y político termina en la represión de las movilizaciones. El nombre Fuerza Pública que utiliza Velasco para su movimiento simboliza, de forma cómica o quizás trágica, su incorporación plena a la política contingente. El futuro inmediato nos dirá si serán las movilizaciones sociales o la Fuerza Pública las que dominarán el escenario nacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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