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Voto desde el extranjero, y mucho más

Matías Cociña
Por : Matías Cociña Candidato a doctor en Sociología de la University of Wisconsin-Madison, EE.UU. Fundador del Participo de Revolución Democrática, donde coordino el grupo Américas-Oceanía de la Red de Adherentes en el Extranjero.
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Nacer en Chile hoy significa nacer en democracia. Es extraño eso. Es, al menos, una anomalía histórica. Durante miles de años, millones de personas han nacido para ser sirvientes, para ser vasallos, para ser parias. Otros, unos pocos, para ser nobles. Uno que otro para ser príncipe o emperador. Nacer en democracia –para ser votante y, quién sabe, quizás ministro o presidenta– es un extraño privilegio en términos históricos (yo, por ejemplo, nací bajo una dictadura y viví así por casi trece años). Lo es también en comparación con muchos de nuestros contemporáneos: hoy sólo 25 países son clasificados por el “Democracy Index” de The Economist como “democracias completas”. Otros 54 son “democracias fallidas” (Chile cae en este grupo), 37 son “sistemas híbridos” entre democracia y algún otro sistema, y 51 son considerados sistemas derechamente autoritarios. Quizás por eso, porque sabemos que vivir en democracia es un privilegio y, sobre todo, un accidente histórico por el que muchos han sufrido y muerto, es que valoramos tanto la posibilidad de votar.

Vivir fuera de Chile también es extraño. Luego de los meses de ajuste, luego de hacer nuevos amigos, acostumbrarse a otro idioma, reconocer calles y marcas de comida que eventualmente llegarán a resultarnos familiares, luego de acomodar la nueva casa para que parezca propia, luego de encajar el golpe de la distancia con la familia y los amigos, luego de todo ese esfuerzo, vivir afuera es como vivir en cualquier parte. Con la diferencia que para nosotros Chile no está de la puerta para afuera, sino de la puerta para adentro. Chile ya no está en la calle, sino que en casa. En la música, la comida y el habla. En las noticias en el monitor de la computadora. En la preocupación permanente por lo que pasa en la patria de todos, que a lo lejos se vuelve en algún sentido más propia.

Por eso resulta tan extraño, tan incómodo y tan triste que el Estado de Chile no cumpla con proveer a todos sus ciudadanos del derecho que otorga la Constitución –incluso esta– a sufragar (“La calidad de ciudadano otorga los derechos de sufragio, de optar a cargos de elección popular y los demás que la Constitución o la ley confieran.”). Chile está en nuestros hogares y en nuestras preocupaciones, y sabemos que ser parte de una patria democrática es una rareza y una oportunidad que no se debe desperdiciar. Conocemos demasiados amigos que han salido escapando de su patria sin esperanza de regresar. Por eso queremos votar. Porque somos cerca de un millón de ciudadanos tan diversos como Chile mismo, digan lo que digan los prejuicios de nuestros políticos, especialmente los de derecha. Porque estar fuera de la frontera no debiese ser motivo para que el Estado rebaje el status de sus ciudadanos. Por último, porque no implementar la posibilidad de votar en el extranjero es, en la práctica, una forma de discriminación económica de parte del Estado: quien puede pagarse el pasaje a Chile para las elecciones no tiene problemas para votar. En el caso de los Chilenos fuera de las fronteras, la democracia no significa “una persona, un voto”, sino “un boarding pass, un voto”.

Estamos en el siglo XXI. La distancia física ya hace rato debió dejar de ser una excusa para impedir a los compatriotas en el extranjero participar del proceso democrático. Decenas de países tienen sistemas de voto “en ausencia” (dentro y fuera de las fronteras), y muchísimos permiten a sus ciudadanos votar en embajadas y consulados. No hay excusa. Más aún, en un país de 17 millones (?) de habitantes, dejar fuera del proceso democrático y negar representación a casi un millón de ciudadanos es, francamente, impresentable. Somos uno de los pocos grupos de ciudadanos para los cuales la política del Estado consiste en suprimir la representación política. Anularla, más bien.

El problema es que el sistema se auto-afirma: como no somos electores, no hay actores dentro del sistema político que tomen en serio la bandera de nuestros intereses. El problema no es (sólo) de colores políticos. Es estructural.

Por lo mismo, creo que los chilenos en el extranjero debemos no sólo demandar la implementación de las medidas administrativas que nos permitan votar en las elecciones nacionales. Eso es lo mínimo. Debemos también exigir que la ley contemple la representación de esta enorme cantidad de chilenos en el parlamento de todos, por medio de diputados (¿y senadores?) electos por los chilenos residentes fuera del país y debidamente inscritos en los consulados (de modo que no puedan votar en Chile). La tarea de estos parlamentarios sería no sólo el promover proyectos del ley que mejoren la calidad de vida de los chilenos en el extranjero y su relación con Chile, sino también, y muy centralmente, ejercer las tareas de fiscalización propias del legislativo sobre el poder ejecutivo, con énfasis en materias que afecten a los compatriotas que residen fuera de los límites geográficos del país. Temas como problemas en el funcionamiento de consulados, demoras en trámites para obtener documentación importante, firmas de tratados en materia de migración, eficiencia en la provisión de beneficios a los miles de becados en el extranjero, y un largo etcétera, muy rara vez son foco de preocupación de nuestros parlamentarios. No debiesen serlo: no hay votos fuera de la frontera. Los patiperros chilensis no somos oportunidad ni amenaza electoral. Somos, en el mejor de los casos, una anécdota. El amigo del hijo, que se fue a estudiar. El primo en segundo grado que nunca volvió del exilio. El cuñado del amigo que trabaja para una compañía francesa. Teniendo presencia en el parlamento y en las urnas, las decenas de miles de compatriotas que vivimos fuera comenzaríamos a existir políticamente. Ya es tiempo.

Vivimos en un mundo globalizado, nos dicen. Vivimos la era de las tecnologías de información, nos dicen. Vivimos en democracia, nos dicen. Si estas tres muletillas políticas son al menos parcialmente ciertas, entonces no hay excusa para dejar a cerca de un cinco por ciento de la población nacional fuera del espacio político-democrático. No hay excusa para impedirles votar. No hay excusa para impedir que sus intereses, sus necesidades, y su pertenencia a la patria que vive cada día en sus hogares no estén representados en el Parlamento de todos. Un Chile que aspire a ser completamente democrático no puede ofrecer menos que eso.

Por todo esto, yo adhiero a la votación que nos permitirá a los chilenos en el exterior votar simbólicamente en las elecciones del 17 de noviembre, para que sean las últimas elecciones donde no sea cierto aquello de que todos somos chilenos.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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