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El legado de Nelson Mandela

Boris Yopo H.
Por : Boris Yopo H. Sociólogo y Analista Internacional
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La transición sudafricana impulsada por Mandela y el ANC tiene muchos paralelos con la nuestra, pues se optó al final por una transición pacífica y negociada, por una democracia representativa, y también se formó una comisión de verdad y reconciliación (aquí nuestro país tuvo un rol de compartir lo que había sido nuestra propia experiencia), donde los líderes del régimen anterior, para evitar penas de cárcel, tuvieron que reconocer públicamente sus crímenes y pedir perdón.


Cada vez que a líderes de opinión o al público informado en cualquier parte del mundo les preguntan cuál es el personaje contemporáneo que más admiran, la respuesta ha sido casi siempre la misma: Nelson Mandela. Y es que “Madiba” (como lo conoce su pueblo) ya durante la Guerra Fría pasó a ser un icono mundial en la lucha contra la opresión, al encabezar por décadas la resistencia contra uno de los regímenes más oprobiosos que ha conocido la humanidad, el del apartheid, que segregó y humilló por largos años a la gran mayoría negra que vive en ese país. Al aceptar encabezar esta lucha, Madiba, que era un hombre mundano y disfrutaba de los placeres de la vida (ejerció la abogacía, practicó el boxeo, formó una familia), fue capaz, sin embargo, de relegar todo aquello en función de una causa superior que era “la dignidad de su pueblo”, y por ello tuvo que soportar, entre otros, un juicio injusto y 27 años en la cárcel  (18 de ellos en Robben Island) en condiciones deplorables que dañaron para siempre su salud.

Pero su espíritu nunca fue doblegado, y Mandela junto a los otros líderes del ANC (Consejo Nacional Africano, por sus siglas en inglés) fueron capaces al final de doblegar a un régimen que pareció por mucho tiempo invencible, y a comienzos de los 90 fue liberado y en 1994 gana las elecciones, asumiendo como primer Presidente de la Sudáfrica libre.

Sin embargo, haber derrotado al régimen del apartheid no es toda la historia que explica la gran admiración mundial que hay por Mandela. Y es que, estando en prisión, éste no sólo rehúsa ser prisionero de sus propios rencores (hay una famosa historia de cómo desarrolla, con el paso de los años, una suerte de amistad con uno de sus carceleros), sino que además se convence de lo imperativo que era evitar a toda costa una guerra civil abierta en Sudáfrica, y que el camino era, entonces, buscar una reconciliación nacional donde la población blanca tuviese también un lugar en esa nueva Sudáfrica.

[cita]La transición sudafricana impulsada por Mandela y el ANC tiene muchos paralelos con la nuestra, pues se optó al final por una transición pacífica y negociada, por una democracia representativa, y también se formó una comisión de verdad y reconciliación (aquí nuestro país tuvo un rol de compartir lo que había sido nuestra propia experiencia), donde los líderes del régimen anterior, para evitar penas de cárcel, tuvieron que reconocer públicamente sus crímenes y pedir perdón.[/cita]

Y aunque este ha sido un proceso complejo y no exento de tensiones, lo que mejor simboliza los esfuerzos que realizó Mandela en pos de la reconciliación, fue cuando decide ir al estadio con la camiseta y gorro de los “springboks” para apoyar al equipo nacional de Sudáfrica en el mundial de rugby de 1995 (históricamente el deporte de los blancos).

En este sentido, la transición sudafricana impulsada por Mandela y el ANC tiene muchos paralelos con la nuestra, pues se optó al final por una transición pacífica y negociada, por una democracia representativa, y también se formó una comisión de verdad y reconciliación (aquí nuestro país tuvo un rol de compartir lo que había sido nuestra propia experiencia), donde los líderes del régimen anterior, para evitar penas de cárcel, tuvieron que reconocer públicamente sus crímenes y pedir perdón. Pero, además, y a diferencia de la mayoría de los autócratas africanos que se perpetúan en el poder, Mandela decidió (no obstante su masiva popularidad) que el éxito de la transición necesitaba la emergencia de nuevos liderazgos que pudiesen hacerse cargo de los futuros desafíos del país, y así, después de ejercer por un primer período, se retira voluntariamente de las responsabilidades de gobierno. Durante estos años, Mandela se aseguró además que los distintos grupos tribales estuviesen representados en el gobierno, de manera de poner fin al faccionalismo que por décadas había sido alimentado por el anterior régimen del apartheid (Mandela es de la tribu Khosa, y el actual presidente Jacob Zuma, es Zulu). En definitiva, el gran legado de Nelson Mandela fue su tenacidad frente a la adversidad, y su capacidad para sobreponerse a su dolorosa historia personal en función de lograr una reconciliación, pero con verdad, que ha permitido la construcción de una nueva nación multirracial en Sudáfrica. En definitiva, un gran humanista y un luchador social, y ejemplo e inspiración para muchos otros líderes y pueblos del mundo. Por eso su legado (como dijo el Presidente Obama) perdurará para siempre. Gracias, Madiba.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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