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“No es chauvinismo, es identidad”

Juan Antonio Durán
Por : Juan Antonio Durán Director General de la Sociedad Chilena del Derecho de Autor (SCD)
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Para que haya una demanda efectiva, tiene que existir una oferta acorde. Ningún usuario solicitará a la radio al artista tal o cual, si nunca lo ha escuchado, si ni siquiera sabe que existe. Esta forma de programar, centrada en los grandes artistas extranjeros, no tiene ninguna relación con un esquema de programación a partir de la preferencia de los auditores, que es el modelo que supone el columnista, en forma equivocada.


En primer lugar quiero decir que Daniel Loewe fue mi profesor en la UAI hace un par de años, y que su clase fue de las mejores que incluía el programa en que participé.

Dicho eso, concuerdo con otros comentarios, en el sentido de que su columna denota falta de conocimiento acerca del tema específico de que se trata, y que algunas de sus frases, pretendiendo ser jocosas, resultan desafortunadas e hirientes para muchos. Si la columna hubiera tenido fecha 28 de diciembre, habría pensado que se trataba de una broma de inocentes.

Dice Loewe que el proyecto del 20% de música chilena en radios se trata de una medida proteccionista, y que denota un interés integrista cultural.

El uso común de proteccionismo, en materia económica, se refiere a la instalación de cortapisas de distinto tipo que impidan o dificulten en grado importante que productos de otros territorios puedan ser ofrecidos a consumidores locales, en beneficio de los productores locales.

Nada de ello ocurre en este caso. Ni se pretende impedir la importación, distribución y venta de música extranjera, ni tiene la medida por objeto obstruir la masiva presencia de artistas de otros países en nuestro territorio, nada de eso.

[cita]Para que haya una demanda efectiva, tiene que existir una oferta acorde. Ningún usuario solicitará a la radio al artista tal o cual, si nunca lo ha escuchado, si ni siquiera sabe que existe. Esta forma de programar, centrada en los grandes artistas extranjeros, no tiene ninguna relación con un esquema de programación a partir de la preferencia de los auditores, que es el modelo que supone el columnista, en forma equivocada.[/cita]

Se trata, simplemente, de “adoptar medidas para proteger y promover la diversidad de las expresiones culturales”, tal como lo establece el artículo 6° de la Convención de UNESCO sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales, ratificada por Chile el 13 de marzo de 2007. Como señala el inciso 2° del artículo, estas pueden consistir en “medidas que brinden oportunidades, de modo apropiado, a las actividades y los bienes y servicios culturales nacionales, entre todas las actividades, bienes y servicios culturales disponibles dentro del territorio nacional, para su creación, producción, distribución, difusión y disfrute, comprendidas disposiciones relativas a la lengua utilizada para tales actividades, bienes y servicios” y en “medidas encaminadas a proporcionar a las industrias culturales independientes nacionales y las actividades del sector no estructurado un acceso efectivo a los medios de producción, difusión y distribución de bienes y servicios culturales”, entre otras.

Suponer, como lo hace Loewe, que las radios se programan de acuerdo a lo que quiere el auditor, es una afirmación desinformada e ingenua. Lo que en realidad ocurre, es que la industria de la radio (ya bastante concentrada desde el punto de vista de su propiedad) es influida de distintas formas por las multinacionales de la música, para programar sus producciones.

Para que haya una demanda efectiva, tiene que existir una oferta acorde. Ningún usuario solicitará a la radio al artista tal o cual, si nunca lo ha escuchado, si ni siquiera sabe que existe. Esta forma de programar, centrada en los grandes artistas extranjeros, no tiene ninguna relación con un esquema de programación a partir de la preferencia de los auditores, que es el modelo que supone el columnista, en forma equivocada.

Este fenómeno no es local. Como dijo Eliot Spitzer, Fiscal General del Estado de Nueva York, tras multar en 2005 a tres de las cuatro casas discográficas más grandes del mundo, “contrariamente a las expectativas de los oyentes, el tiempo de emisión de los artistas está determinado por los pagos a estaciones de radio y sus ejecutivos y no por los méritos artísticos” (en alguno de los casos la multa excedió los 10 millones de dólares).

Es por ello que no sólo Francia, sino países tan disímiles como Argentina, Australia, Canadá, Guatemala, Malasia, Indonesia, Nueva Zelanda, Polonia, Portugal y otros, han adoptado ya estas “medidas integristas”.

Tal como ha señalado anteriormente Carolina Tohá, nos parece también equivocado que “en nombre del libre mercado y el derecho a elegir se defienda el statu quo actual en que en la práctica sólo el 8% del tiempo se utiliza para difundir música chilena”.

Es importante en estos y otros temas ser moderados y poner las cosas en perspectiva, y ciertamente no lo hace Loewe al hablar de integrismo cultural y usar su ingenio en crear absurdos símiles. Lamentablemente esto está de moda. Se parece mucho a una carta al director de hace algunas semanas, en que frente a un proyecto de ley que propone definir una propina voluntaria a mozos de restaurante, la fundación Jaime Guzmán estimó del caso pontificar acerca de los peligros que una medida de ese tipo podría tener para el modelo de economía social de mercado. Una absurda exageración, que les quita potencia a la hora de argumentar sobre temas de fondo.

Este proyecto no apunta tampoco a crear individuos de una u otra característica o gusto, sino a darles espacio a sus requerimientos. En una encuesta realizada este año por Adimark GFK, el 91% señaló que le gustaría que tocaran más música chilena en las radios y el 85,1% de los entrevistados declaró estar de acuerdo con el proyecto de ley que busca que las radios toquen un mínimo de 20% de música chilena.

En definitiva, el objetivo del proyecto, aprobado por amplia mayoría en la Cámara de Diputados, y actualmente en discusión en el Senado, tiene como principales efectos esperados una mayor presencia de música chilena en las radios, más audiencia, conocimiento e interés por la música chilena, el inicio de un círculo virtuoso en torno a la industria musical chilena, incluyendo a productores, autores, artistas, técnicos y profesionales del área, etc., la posibilidad de desarrollo de una industria de gran potencial local e internacional, de gran importancia en otros países, que genera más empleo por peso invertido que las manufacturas y establecimientos industriales, y el reconocimiento a nuestras creaciones musicales locales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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