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Nueva Mayoría, exigencias democráticas y saber experto

María de los Ángeles Fernández
Por : María de los Ángeles Fernández Directora ejecutiva de la Fundación Chile 21.
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El espíritu de los tiempos transita hacia un horizonte democrático en el que deben generarse canales de comunicación con la ciudadanía. El momento tiene ciertas reminiscencias con lo que fue la lucha por la recuperación de la democracia, en la que existieron centros de pensamiento que cumplieron un rol emblemático. Dichos canales constituyen algo muy distinto a lo que dicho diario postula como vías irreconciliables y en clave maniquea: las instituciones o la calle.


El año 2013 no fue inédito solamente por su cantidad de elecciones. A la contienda presidencial y parlamentaria se sumaron las primarias del 30 de junio así como el debut de la elección directa de los consejeros regionales. Aunque sus resultados ya están teniendo impacto en el sistema de partidos –al punto que varios de ellos no obtuvieron el umbral mínimo de votos para seguir existiendo–, hay otros ámbitos menos evidentes que están siendo impactados, incluso por factores de más largo plazo. Nos referimos a los think tanks o centros de pensamiento. A simple vista, se observa tanto una balcanización, dado el inminente surgimiento de varios centros, todos bien disímiles, como reacomodos ante la nueva etapa, donde destacan los movimientos del Centro de Estudios Públicos (CEP). Junto con la incorporación de nuevos rostros a su consejo directivo, donde el guiño a lo políticamente correcto obligaba a la inclusión de una mujer, anuncia su apuesta por la sostenibilidad futura, colocada en un endowment. Aunque no es algo usual en Chile, es esperable en un centro sostenido por el empresariado aunque, con ello, se corrobora la desigualdad existente también en este ámbito.

Ya en plena campaña electoral vieron su aparición referentes como Espacio Público, instancia que se observa con paralelismos con lo que fuera Expansiva, también en sus intenciones de engrosar las futuras listas ministeriales. Nació Res Pública, la que, para lograr impacto en los medios, no necesitó mayor materialización física. La osadía de algunas de sus 96 propuestas resultó llamativa, no tanto por la proclamada transversalidad de sus integrantes sino, justamente, por las características individuales de varios de ellos. La ofensiva comunicacional vista por estos días nos dice que aspira a seguir incidiendo, más allá del término del período eleccionario.

En lógicas más personales, Ricardo Israel y Alfredo Jocelyn-Holt anunciaron que crearán una fundación que les permita resistir la tendencia a la irrelevancia. Fueron precedidos en la idea por el ex senador José Antonio Gómez, quien, luego de su frustrada aventura presidencial, se quedó sin pan ni pedazo hasta aviso de nueva hora. El Presidente Piñera anunció que creará la suya, lo que no es nada nuevo. Lo mismo hicieron los presidentes que le precedieron, sólo que él busca imprimirle un sello más cercano a la trinchera política. Por su parte, el senador Horvath, que renunció a RN, anuncia la creación de una instancia de nombre Democracia Regional, aliado con su par Carlos Bianchi.

[cita]El espíritu de los tiempos transita hacia un horizonte democrático en el que deben generarse canales de comunicación con la ciudadanía. El momento tiene ciertas reminiscencias con lo que fue la lucha por la recuperación de la democracia, en la que existieron centros de pensamiento que cumplieron un rol emblemático. Dichos canales constituyen algo muy distinto a lo que dicho diario postula como vías irreconciliables y en clave maniquea: las instituciones o la calle.[/cita]

Un termómetro de lo que sucede en este campo lo ofrece una atenta lectura de los editoriales del diario El Mercurio, desde donde se viene señalando, ya desde agosto pasado, el cambio en lo que sería “un deseable equilibrio entre lo político y lo técnico” en el país. Recordando elogiosamente la trayectoria previa de influencia en el diseño de políticas y de búsqueda de acuerdos con acento en lo segundo, advierte con preocupación “la falta de instancias de discusión técnica abierta, franca y diversa”. Para abonar esta visión se apoya, de manera engañosa, en ciertos casos de la experiencia norteamericana, olvidando que muchas organizaciones reconocidas como tales en ese país operan con el conocimiento, no sólo considerado como un valor sino como un instrumento al servicio de ciertas políticas y de una determinada concepción de la realidad social, en sintonía con lo que Serge Halimi llamó “guerra ideológica” o mercado de ideas. Su preocupación se extrema llegando a diciembre, al día siguiente del triunfo de Bachelet en segunda vuelta. No trepida en afirmar que “los institutos de estudios de las más variadas tendencias, que alimentan las propuestas más sólidas y de largo plazo en las democracias evolucionadas, no pasan en Chile por su mejor momento. En esta campaña no hubo, en general, sino ideas primarias, de contingencia, muchas de ellas anticuadas, de dádiva”. Podría decirse que, para El Mercurio, cuanto más se avanza en la necesidad de que el país se dote de una nueva Constitución, uno de los ejes emblemáticos de la campaña de Michelle Bachelet, más se incrementa su preocupación acerca del papel de estos centros, asociada a un juicio negativo.

La ideología tecnocrática que profesa dicho diario le impide ver que los think tanks, no solamente contribuyen a la deliberación e implementación de políticas públicas, sino que son actores políticos. Enrique Mendizábal y Kristen Sample, editores del libro Dime a quién escuchas… Think tanks y partidos políticos en América Latina, señalan que “no es posible pensar en ellos como separados de la política o pertenecientes a una comunidad aislada que debe ‘comunicarse’ con la comunidad de la política y de las políticas”. La aspiración tecnocrática que anima a El Mercurio parece no tener lugar en el Chile del cambio de ciclo que promete la Nueva Mayoría. El espíritu de los tiempos transita hacia un horizonte democrático en el que deben generarse canales de comunicación con la ciudadanía. El momento tiene ciertas reminiscencias con lo que fue la lucha por la recuperación de la democracia, en la que existieron centros de pensamiento que cumplieron un rol emblemático. Dichos canales constituyen algo muy distinto a lo que dicho diario postula como vías irreconciliables y en clave maniquea: las instituciones o la calle. Es por eso que la Fundación Chile 21, ya en 2010, fue la primera en acuñar el concepto de “nueva mayoría social y política”. También comenzó a debatir acerca de las alianzas a construir en el futuro, asumiendo la necesidad de incorporar al mundo social que la Concertación, ensimismada en la administración del poder, había dejado a un lado. Es por ello que ya en ese año se iniciaron diálogos con el Frente Amplio uruguayo, bajo los auspicios de la Fundación Ebert. Por otro lado, también impulsó la convergencia de liderazgos culturales, sociales, morales, académicos y políticos en torno al llamado Manifiesto por una Nueva Constitución. Lo que viene, todavía por construir, recomienda dejar atrás fenómenos que explican parcialmente su derrota en 2010 como lo fue un predominio de la técnica sobre la política que encontró en el Transantiago su paroxismo. Asimismo, invita a imaginar, como parte de una diseño político que no debiera agotarse en las relaciones con los partidos, y entre éstos y sus parlamentarios, iniciativas amplias y plurales que permitan que los think tanks vinculados a la Nueva Mayoría puedan concretar su aspiración a contribuir al éxito del programa de gobierno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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