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Desigualdad global: crisis sin oportunidad

Según algunos economistas, se estaría perfilando un nuevo mundo que permitiría la salida a la crisis económica que nos precedió e impulsaría también retomar los temas que quedaron en el olvido por “salvar a la economía global del abismo”, tales como la desigualdad, la salud y el cambio climático, entre otros. Lástima que, para resolver estos grandes temas, las recetas son las mismas que han fracasado hasta ahora. Como dice una publicación del viejo mundo: ¿quieren la liberación del mercado del trabajo y al mismo tiempo denunciar la creciente desigualdad de renta?


En El Mostrador se informó que, según un informe elaborado por Intermón Oxfam –con datos de organismos oficiales– para el Foro Económico Mundial de Davos, 85 multimillonarios acumulan tantos bienes como los 3.570 millones de personas con menos ingresos.

El informe dice que el 1% de la población más rica de EE.UU. acapara más del 95% del crecimiento generado tras la crisis financiera reciente y que 1% de la población del mundo tiene la mitad de la riqueza global. Como dice un medio escrito europeo, refiriéndose al aumento de las desigualdades en el mundo: “Se mire por donde se mire, la calificación apropiada es de escandaloso, tanto a nivel mundial como de cada país”.

Para el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, las desigualdades crecientes en el mundo no sólo son profundamente injustas, sino que también son un factor que impide el desarrollo económico y que, de no aplicar medidas correctoras, la situación se aproximará a lo insostenible.

Todos dicen que el aumento de las desigualdades y la acumulación de riquezas extremas en manos de cada día menos personas, traerán aparejados menos consumo y un debilitamiento del sistema capitalista. Por otro lado, la democracia corre peligro porque los poderosos extremos que hoy tienen el poder económico no resistirán la tentación de manipular y condicionar las decisiones de la política.

Las diferencias de ingresos en países como el nuestro, según el informe “Riesgos Globales 2014”, elaborado por políticos, académicos y empresarios, presentado recién en Londres para el Foro Económico Mundial, aumentan el riesgo de inestabilidad social y de conflicto.

[cita]Según algunos economistas, se estaría perfilando un nuevo mundo que permitiría la salida a la crisis económica que nos precedió e impulsaría también retomar los temas que quedaron en el olvido por “salvar a la economía global del abismo”, tales como la desigualdad, la salud y el cambio climático, entre otros. Lástima que, para resolver estos grandes temas, las recetas son las mismas que han fracasado hasta ahora. Como dice una publicación del viejo mundo: ¿quieren la liberación del mercado del trabajo y al mismo tiempo denunciar la creciente desigualdad de renta? [/cita]

El foro Económico Mundial alerta en su informe anual del riesgo que supondrá para la estabilidad del mundo en la próxima década la creciente disparidad entre países ricos y pobres.

En los últimos años la tendencia del Foro en  Davos ha sido la tibia incorporación de invitados de otros sectores que no sean gobiernos y empresarios. En todo caso, a pesar de lo anterior, entre jefes de Estado y de gobiernos, ejecutivos, empresarios, totalizan 2.500 delegados que –bajo el lema de este año: Rediseñando el Mundo: consecuencias para sociedad, la política y las empresas– pretenden buscar “nuevas” salidas que permitan mantener el sistema de cosas, sin grandes sobresaltos y, para ello, apelan al buen criterio de los poderosos.

La pregunta que muchos se hacen hoy día es: ¿para qué sirve este foro y muchos otros encuentros que se realizan cada año si la situación –a pesar de los informes que la denuncian– sigue no sólo igual sino peor que antes? En  efecto, los riesgos potenciales que anuncia el Foro de Davos, tales como la crisis alimentaria, la posibilidad de nuevos fallos de los sistemas o las instituciones financieras o una profunda inestabilidad política y social se vienen arrastrando desde hace décadas. Si agregamos a lo anterior el alto desempleo juvenil, las crisis fiscales, la crisis del agua, etc., tenemos un cóctel explosivo que, sin cambios estructurales al sistema de cosas imperante en el mundo, nos lleva a una catástrofe de dimensiones incalculables. Lo que grafica la esperanzas de los poderosos y la mantención del statu quo, son las declaraciones de las últimas semanas de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, cuando nos dice que “el optimismo está en el aire”, dado el renovado protagonismo que en la economía mundial cobran los países desarrollados y, de paso –hay que decirlo–, el mal desempeño de los llamados países emergentes que sólo hace cuatro años eran la esperanza para resolver los problemas de la economía global.

En una entrevista a la revista El País Semanal, la Sra. Lagarde reconoce que, si bien en el año 2007 la crisis se vio venir, “tenían la impresión de que EE.UU. iba a resolver y arreglar su sistema financiero como para evitar que hubiera una crisis financiera mundial. Eso no sucedió –continúa Lagarde– y en septiembre de 2008 la caída de Lehman Brothers puso en jaque a las economías avanzadas”. Lo concreto es que el rescate de los bancos no fue oportuno porque las economías de algunos países estaban construidas, como ella dice, “con esteroides” y sobre la base de volúmenes enormes de liquidez y de especulación basados en el desarrollo inmobiliario. Si bien este cuento lo conocemos, la otra pregunta que nos hacemos es: ¿qué medidas se han tomado para que esto no se repita?  Y la otra que cae de cajón: ¿quién paga los costos de la farra?

Los antecedentes  indican que los costos los están pagando los sectores populares y que hasta el momento estamos lejos de la esperanza de que el sistema bancario “esté saneado, saludable y bajo control” para la total recuperación de la economía mundial.

Según algunos economistas, se estaría perfilando un nuevo mundo que permitiría la salida a la crisis económica que nos precedió e  impulsaría también retomar los temas que quedaron en el olvido por “salvar a la economía global del abismo”, tales como la desigualdad, la salud y el cambio climático, entre otros. Lástima que, para resolver estos grandes temas, las recetas son las mismas que han fracasado hasta ahora. Como dice una publicación del viejo mundo: ¿quieren la liberación del mercado del trabajo y al mismo tiempo denunciar la creciente desigualdad de renta?

Más allá  de la crisis financiera, como señala el periodista de El País Semanal, estamos viviendo una crisis moral del capitalismo de casino, cuya factura pagan los débiles.

Los indignados, víctimas del mundo, plantean que esto “no es una crisis, sino una estafa, que ha producido más pobreza y sufrimiento”. En definitiva, nadie quiere ponerle el cascabel al gato: la crisis actual no tiene soluciones fáciles y con las recetas del Fondo Monetario Internacional, ni cien Foros Mundiales nos salvan de la catástrofe futura. En este caso, no podemos aplicar el aforismo de que en toda crisis hay una oportunidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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