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Todo lo sólido se resiste a morir

Las élites siempre están obligadas a recomponerse y reacomodarse para mantener su condición de tales. La Concertación y la Alianza no pierden sus esperanzas, porque constatan que la deslegitimación social del sistema político no ha sido condición suficiente para socavar su legitimidad formal ni tampoco su fuerza operativa. Con todo, saben que algo no anda bien y ello es motivo razonable para hacer ajustes.


“Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma”, versaba el manifiesto comunista para describir cómo la contradicción entre el modo de producción y las fuerzas productivas terminarían por disolver inevitablemente las instituciones vigentes, dando paso a un nuevo estadio de la humanidad (Marshall Berman, lo parafrasearía señalando que: todo lo sólido se desvanece en al aire).

Hoy no resulta muy claro qué tipo de fantasmas recorren el mundo, pero los reacomodos al interior del sistema político chileno parecen indicar que el relato acerca de la “solidez de nuestras instituciones” ya no convence totalmente. ¿Será que el 58% de abstención electoral hizo mella en la autoconfianza de la élite política? Tal parece que así ha sido y que los diagnósticos complacientes sólo ocultaban el hecho.

Pero, como lo viejo no termina de morir y lo nuevo tarda en nacer, abundan quienes se desmarcan y toman posición en nuevos instrumentos desde los cuales restauran su legitimidad. La manifestación más evidente de aquello se encuentra en la composición de la Nueva Mayoría y en el surgimiento de nuevos referentes políticos a partir de las renuncias a Renovación Nacional.

[cita] Las élites siempre están obligadas a recomponerse y reacomodarse para mantener su condición de tales. La Concertación y la Alianza no pierden sus esperanzas, porque constatan que la deslegitimación social del sistema político no ha sido condición suficiente para socavar su legitimidad formal ni tampoco su fuerza operativa. Con todo, saben que algo no anda bien y ello es motivo razonable para hacer ajustes. [/cita]

En la Nueva Mayoría asumen sin vergüenza la estrategia del gatopardo: “Lo único que pone en riesgo el modelo chileno es no hacer cambios”, le decía Ricardo Solari a Andrés Oppenheimer. De modo que mientras la estrategia de la coalición es hacer cambios para mantener todo igual, el Partido Comunista, la Izquierda Ciudadana y Revolución Democrática apoyaron a su candidata presidencial señalando que el nuevo gobierno permitiría abrir caminos para transformaciones profundas. Algo no cuadra.

En los partidos de la Alianza, por su parte, las renuncias y la formación de nuevos movimientos u organizaciones están a la orden del día. Todas ellas sugieren la necesidad de resaltar componentes de una derecha más liberal dentro de la coalición (el movimiento Amplitud ha hecho la convocatoria a Evópoli, Horizontal y a Red Liberal para constituir un solo partido con dichas características). El concepto de centroderecha comienza a transitar de lo meramente discursivo a su expresión práctica en un notable esfuerzo de recomposición.

Tanto en la nueva Concertación como en la nueva Alianza han asumido la necesidad de cambios en sus respectivas coaliciones e incluso han sugerido algunas reformas mínimas al “modelo”. Las nuevas expectativas sociales los han forzado a someterse a lo incómodo para evitar su propia fatalidad. Ahora bien, esos reacomodos toman lugar en una institucionalidad que no ha variado un ápice y que por tanto estructura de manera importante el comportamiento de los viejos y los nuevos actores. De hecho, en las pasadas parlamentarias, los mencionados referentes transitaron con prontitud desde su rimbombante rebeldía a la búsqueda del pacto con las viejas estructuras partidarias del duopolio.

Desde históricos instrumentos políticos como el Partido Comunista, pasando por la novedosa irrupción de Revolución Democrática y hasta movimientos de derecha como Evópoli, comprobaron la vigencia del binominal y la consecuente capacidad de las coaliciones dominantes para subordinarlos a su propio proyecto. Algunos lo asumen con resignación y otros con algo de entusiasmo. El Partido Comunista ha considerado que, tras veinte años de eterna transición, constituir una alternativa por fuera del arcoíris resultó un fracaso. Su estrategia ahora es la de subirse al barco concertacionista para agarrar parte del timón y cambiar aunque sea moderadamente la ruta del navío. No hubo asamblea universitaria en que la “Jota” no señalara este diagnóstico y en ello hay que reconocer mayor cuota de coraje que la exhibida por los amigos de Revolución Democrática y su permanente ambigüedad. En tanto, por la derecha, Evópoli y Amplitud constituyen una experiencia y una proyección algo distintas. A diferencia del PC, no provienen de la exclusión política sino de las filas de una de las grandes coaliciones. Ellos señalan la convicción de pertenecer y fortalecer la composición del conglomerado de referencia (aportando, dicen, un polo más liberal, capaz de sustentar una coalición verdaderamente de centroderecha).

Quienes conozcan la más importante consecuencia del sistema binominal comprenderán lo acertada que está siendo la estrategia de Evópoli o  Amplitud y lo débil que resulta el comportamiento de quienes orbitan erráticamente en torno a la nueva Concertación. El sistema electoral binominal desempeña un importante papel en la mantención del statu quo, mediante mecanismos que obligan a un sistema multipartidista (como el chileno) a comportarse en la práctica como uno bipartidista, donde dos grandes referentes buscan la conformación de mayoría disputándose el centro político (moderando sus discursos y morigerando sus políticas).

En ese marco institucional, la posibilidad de “izquierdizar la Nueva Mayoría” resulta improbable, de modo que el juego del PC no tiene asidero en la realidad institucional a la que han decidido someterse. La movida de los “díscolos” aliancistas, en cambio, tiene gran pertinencia, ya que para volver a La Moneda la derecha precisa de un polo de atracción hacia el mencionado “centro social”. Evópoli y Amplitud son necesarios allí donde la patética estrategia de convocar permanentemente a la Democracia Cristiana ya no tuvo éxito (sobre todo ahora, cuando la presencia de un PC socialdemócrata no constituye razón para ahuyentarla).

Las élites siempre están obligadas a recomponerse y reacomodarse para mantener su condición de tales. La Concertación y la Alianza no pierden sus esperanzas, porque constatan que la deslegitimación social del sistema político no ha sido condición suficiente para socavar su legitimidad formal ni tampoco su fuerza operativa. Con todo, saben que algo no anda bien y ello es motivo razonable para hacer ajustes.

Los esfuerzos de recomposición de un sistema político en crisis son tan sabrosos como inciertos son sus resultados, pero bien vale la pena cuando se trata de la mantención del poder. Y es que, cuando ello está en juego, antes de desvanecerse en el aire, todo lo sólido se resiste a morir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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