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Venezuela, Chile y la banal persistencia de la mirada excluyente

Hernán Dinamarca
Por : Hernán Dinamarca Dr. en Comunicaciones y experto en sustentabilidad Director de Genau Green, Conservación.
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Arde Venezuela. Allá Maduro y su pueblo, acá los otros con su defensa de intereses. En Chile, cual eco, arden las redes sociales. En un lado, los chavistas, “asertivos y claros”, en el otro, los variopintos colores de aquellos “anti un pueblo hermano”. Unos y otros, tan distanciados como el aceite y el vinagre, en el son de “usted no es ná, ni chicha ni limoná”.

Allá y acá se ha instalado un argumento que observa semejanzas entre el proceso inaugurado por Chávez, que aparentemente hoy podría caer de maduro, y lo que fue el proceso de Allende y la Unidad Popular. Sin duda, allá hay intereses y miradas en conflicto, como los hubo acá. Soy un convencido que ayer Allende y hoy el legado de Chávez querían lo mejor para sus respectivos pueblos, animados por la convicción del valor de lo público, humanos errores mediante. Sé también, cómo no, que los intereses económicos, el cuestionado poder de la avaricia, sabe de armas, redes y razones para, sin Dios ni Ley, defender lo que considera amenazado.

Dicho eso, sin embargo, afirmo que la comparación de marras carece de contexto histórico. Ayer, el sueño de Chile y de Allende se construía en el marco de una Guerra Fría entre dos modelos de administración de la modernidad, socialismo versus capitalismo, con distintas variaciones por supuesto; hoy, décadas después, el sueño de Chávez transita por parecidos pero distintos derroteros. Era otro el mundo. Enorme diferencia. Ambos procesos son incomparables, por razones que no es el caso desarrollar en estas líneas.

Con todo, aquí sí quiero detenerme en otra comparación, todavía muy pertinente. Pese a que asistimos a la emergencia de un nuevo estilo relacional (empatía, legitimidad del otro, puesta en cuestión a la arrogancia de poseer la verdad absoluta), aún socialmente subyace, aquí, allá y acullá, la banal persistencia de la “lógica o mirada excluyente”. Esa suerte de sentido común basado en la creencia que yo/nosotros poseeríamos la verdad y la ética, mientras tú/ustedes, lisa y llanamente, carecerían de ética y verdad.

Tanto la actual disputa en Venezuela, los ecos en las redes sociales en Chile y el doloroso conflicto social en la Unidad Popular/Golpe Militar, están unidos por un patrón relacional que, paradójicamente, niega la relación: se trata de una lógica social e interpersonal totalitaria y excluyente.

Para fundamentar más tal aserto quiero evocar una conferencia de Francisco Varela, “Reflexiones sobre la Guerra Civil Chilena”, de 1979, pronunciada en la Asociación Ecológica de Lindisfarne, Southampton, Nueva York (en Chile, el texto se encuentra en el libro la “Ciencia del Ser: las rutas de Francisco Varela”, 2013, editado por la Universidad de Valparaíso y el Instituto de Sistemas Complejos).

En esa conferencia, Varela adelantaba una constatación socio-político existencial: en los años de la Unidad Popular los chilenos moramos en un error epistemológico que nos habría llevado directo al horror. Esa perspectiva posteriormente ha sido compartida por muchos a la hora de re-visitar esos aciagos años, a la hora de tratar de explicar las co-responsabilidades en nuestro enorme drama.

El científico chileno vivió un profundo desgarro tras lo que llamó la Guerra Civil de Chile. Así Varela calificó el golpe cívico-militar de 1973. Una valiente manera de conceptualizarlo, Guerra Civil, en un hombre comprometido con la Unidad Popular y la izquierda chilena: “La epistemología [paradigma, en nuestro actual lenguaje] sí importa. Hasta donde yo entiendo la Guerra Civil fue causada por una epistemología equívoca que le costó a mis amigos y a otras 80.000 personas que no conozco, sus vidas, la tortura.”

En 1979, Varela no sabía que la larga noche recién comenzaba. Por eso, en las cifras del horror quedó corto. Sin embargo, al atribuir a una epistemología equívoca la causa profunda de nuestra Guerra Civil, intuía una revelación que ya antes, pos horror de las guerras mundiales, habían empezado a develar los autores de la Escuela de Fráncfort: que la racionalidad y lógica totalitaria y excluyente, hija de la matriz moderna, podría llevarnos como humanidad a sufrimientos mayores, como los vivido en el siglo XX.

En 1979, Varela mostró como la común mirada/epistemología, en uno y otro bando, fue llevándonos al despeñadero: una lógica excluyente, de sentirse unos y otros poseedores de la verdad, cerrando espacios al diálogo y cada actor preparándose solo para inflingir una derrota total y la consecuente exclusión del otro. “Esa fue mi experiencia: podía ver la locura, el patrón colectivo del cual yo era también responsable. Todos lo éramos… con esa experiencia he tenido que lidiar desde entonces. Me reveló la conexión entre visión de mundo, acción política y transformación personal.”

Su experiencia fue desgarradora. Y cuando él arribó a la convicción que la acción política ya no podía más fundarse en la pretensión de “Mi Verdad” en oposición a la tuya, que sería “falsa”; ahí supo “que cada posición política contiene elementos en que se basa la verdad de los otros; que nos vinculamos por medio de una pequeña danza. Se toma partido y eso está bien. Pero, cómo puedo encarnar en mi acción el reconocimiento de la importancia de la otra parte”. No es fácil, se respondía, “pero tiene que haber alguna manera”.

A manera de conclusión, en 1979, Varela nos legó la enseñanza que en él sedimentó la experiencia de la Guerra Civil: “Debemos incorporar en la conformación y proyección de nuestras visiones de mundo la clara conciencia que se trata de una perspectiva, reconociendo su valor de marco relativo… me interesa colaborar en la creación de una forma de conocimiento, cultura, religión o política que no se conciba a si misma como la sustitución de otra, en ningún sentido, sino que se proponga contener en si misma formas para deconstruirse.”

Afortunadamente, esa mirada capaz de procesar y vivir el ineludible conflicto desde la emoción del respeto, ha ido expandiéndose. En nuestro Chile, hay nuevos actores políticos que ya dan muestra de aquello, por ejemplo, jóvenes que con entusiasmo y convicciones aspiran a revolucionar el modo de vida desde un quehacer democrático y respetuoso.

Sin embargo, el tono de confrontación excluyente a propósito de Venezuela –y en nuestros propios conflictos- aún se hace sentir fuerte en las redes sociales, dando cuenta que falta mucha andadura para vivir en la nueva manera relacional.

Aún debemos co-educarnos en un asumir a cabalidad el sentido de responsabilidad y provisionalidad en nuestros juicios. Co-educarnos en la emoción y razón de no sentirnos poseedores de una objetividad absoluta. En asumir una profunda conciencia histórica y, en consecuencia, sabernos portadores de una memoria y mirada siempre situada. Uno y otro de esas emergentes razones y  valores  poseen ecos profundos en el hacer político, en nuestra relación con el otro en el acto de procesar el conflicto y la diferencia. De ahí la relevancia de la co-construcción de la mirada de la responsabilidad y la sencillez situada, esa que nos otorga el sabernos no poseedores de “la verdad”, sino que ésta se cultiva en diálogos y procedimientos consensuados en comunidades.

Una nueva mirada que ha seguido expandiéndose, no para “vencer” a otro paradigma, sino que en un proceso histórico pueda seguir entusiasmando a una nueva mayoría de ojos y corazones, superando evolutivamente a la antigua epistemología/mirada de la exclusión del otro y de “mi/nuestra Verdad”.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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