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Hacia una democracia humanista cosmopolita

Las vicisitudes de la llamada «primavera árabe» derivan, en medida muy importante, en que se concibe la democracia como un mero mecanismo para asignar el poder, y no colocar el esfuerzo en generar una cultura democrática de la cual se deriva una forma de organizar institucionalmente el poder.


El cosmopolitismo, se ha convertido en el sello de una nueva era, en que se difuminan las fronteras y diferenciaciones del Estado Nacional. Para este mundo cosmopolita se necesita urgentemente una nueva manera de mirar, si se quiere comprender adecuadamente la realidad política y social en que vivimos y actuamos.

Es importante considerar, desde una perspectiva histórica, los debates de comienzos del siglo XXI sobre la cuestión de cómo el mundo occidental se plantea la alteridad. Aquí hay dos textos muy influyentes, como el libro de Samuel Huntington, El choque de civilizaciones (1996), y el de Francis Fukuyama, El fin de la historia (1989).

La tesis de  Huntington  afirma, que durante la Guerra Fría, las grandes líneas de conflicto fueron abiertas políticamente y se volvieron explosivas, por razones de seguridad en el plano nacional e internacional. Por el contrario, en la actualidad, las líneas de conflicto se plantean en torno a grandes antagonismos culturales, donde se escenifican contrastes de valores culturales. La cultura, la identidad y la fe religiosa, que antes se hallaban subordinadas a estrategias políticas y militares, determinan ahora las prioridades de la agenda política internacional. De alguna manera, sostiene  Huntington, estamos viviendo una invasión de la política por la cultura. Esto se expresa, de manera muy nítida, en que los valores democráticos de occidente y los valores del mundo islámico se enfrentan de manera cada vez más amenazadora y hostil, colisionando tanto en el seno de los Estados Nacionales como entre las distintas regiones del mundo.

Fukuyama contesta a la pregunta de qué futuro le aguarda al mundo occidental de la democracia liberal de la siguiente manera: después del derrumbamiento del sistema del comunismo soviético, ya no existe ninguna alternativa a la «economía liberal a la americana.» El capitalismo democrático sería la única verdadera concepción de la modernidad, que acabaría impregnando y transformando todo el mundo. De esta manera, surgiría una civilización universal, con lo cual la historia habría tocado a su fin.

Estas dos modalidades en el tratamiento de la alteridad se enfrentaron ya hace más de 400 años, en aquella conferencia  de Valladolid celebrada en 1550, entre el filósofo Juan Ginés de Sepúlveda y él sacerdote Dominico fray Bartolomé de las Casas. El enfrentamiento se produjo entre el universalismo de la diversidad y el de la semejanza. Gines  de Sepulveda, al igual que Huntington, opinaba que lo que caracterizaba a la humanidad era la jerarquía de los valores, mientras que Bartolomé de las Casas, al igual que Fukuyama, señalaba que era la igualdad de la civilización. Por lo tanto, el filósofo hacía hincapié en la diferencia entre los españoles y los indios. Para él, era determinante que los indios anduvieran desnudos, sacrificaran vidas humanas, no conocieran  el dinero ni la religión cristiana. Asimismo, clasificaba al género humano en distintos pueblos que vivían al mismo tiempo distintas fases de la civilización. Para él, la diferencia implicaba inferioridad. Huntington piensa parecido en la relación del mundo occidental con ese otro cultural que es la civilización islámica, es decir, como una alteridad vertical que contiene dos momentos: se niega a los otros el estatus de iguales y  se les subordina jerárquicamente, y se les considera de menor valía. De aquí a describir a los otros como bárbaros sólo hay un pequeño paso. Huntington se nos presenta con cierto matiz apocalíptico, ya que nos amenaza con una nueva decadencia de Occidente si no nos unimos y nos vamos juntos a la batalla en contra de «el peligro islámico» y a favor de «los valores de Occidente».

El dominico Bartolomé de las Casas hizo una defensa elocuente de los derechos de los indios. Estos, argumentaba, eran sorprendentemente iguales a los europeos. Cumplían con el ideal de la religión cristiana, la cual no conoce ninguna diferencia en el color de la piel del origen. Señalaba que eran sumamente amables y discretos, respetaban las normas de la interpersonalidad, los valores familiares y sus tradiciones y estaban, por tanto, mucho mejor preparados que otras muchas naciones del mundo para escuchar la palabra de Dios y practicar su verdad. Propugnaba un universalismo cristiano. Se oponía a la subordinación jerárquica de la inferioridad humana del otro, ya sea como un hecho o como producto del avance de la civilización. Tenía, por lo tanto, una concepción de la alteridad  fundada en las semejanzas de los demás, que es lo que determina la relación del nosotros con los otros.

Tanto en De las Casas como en Fukuyama esta desaparición de la diversidad es enfocada como un proceso de civilización: en aquel, mediante la conversión cristiana y el bautismo; en este, mediante la superioridad contagiosa de los valores occidentales (Sociedad y Economía de Mercado).

Ni Huntington ni Fukuyama sino que Democracia Humanista Cosmopolita, que significa precisamente lo que se excluye en ambas posturas: afirmar al otro como igual y como distinto. Es falsa la alternativa entre diferencia jerárquica e igualdad universal.

La Democracia Humanista Cosmopolita reconoce al otro y, por lo tanto, debe, por una parte, desmarcarse del universalismo y sus impulsos totalizadores y, por la otra, buscar soluciones para hacer universalmente aceptable, necesaria y valiosa la alteridad. Para avanzar en esta dirección, se requiere una ética mínima nacional y una ética mínima universal. Esta, a diferencia de las éticas de máxima, está constituida por un conjunto de valores que comparten los ciudadanos en los Estados Naciones, cualesquiera sean sus concepciones filosóficas, religiosas o agnósticas. Es la base de lo que constituye modernamente el pluralismo, después de las guerras de religión del siglo XVI. En el ámbito internacional, significa también compartir valores mínimos, para lo cual se requiere una cultura que promueva estos valores, que están constituidos por los derechos humanos y todo aquellos valores que impulsen y estimulen la paz no sólo entre los Estados Naciones, sino también entre las religiones, puesto que no habrá paz en el mundo si no hay paz entre las religiones. Parte de una concepción de la persona, que será siempre considerada como un fin, y jamás como un instrumento para lograr determinados objetivos.

La democracia humanista cosmopolita está basada, por lo tanto, en valores compartidos por ciudadanos, que genera identidades colectivas, en los ámbitos nacionales y en las relaciones internacionales. No es posible, dentro de este marco, imponer éticas de máxima, que constituyen los «proyectos de vida feliz» de cada persona, respecto a los cuales se puede dar testimonio y convocar, pero jamás imponer en sociedades plurales y en contextos internacionales multiculturales, si no se quiere caer en integrismos antidemocráticos que conducen a fatales consecuencias.

La democracia humanista cosmopolita, en consecuencia, no es un mero procedimiento para asignar el poder. No se refiere a la democracia procedimental de Schumpeter, que es necesaria pero no suficiente. Es entender la democracia como forma de vida, fundada en valores compartidos. Se expresa en el ámbito nacional, en una ética ciudadana que procura disminuir todas las desigualdades, las viejas y las nuevas, y en el plano internacional, las desigualdades entre países y regiones.

Las vicisitudes de la llamada «primavera árabe» derivan, en medida muy importante, en que se concibe la democracia como un mero mecanismo para asignar el poder, y no colocar el esfuerzo en generar una cultura democrática de la cual se deriva una forma de organizar institucionalmente el poder.

La democracia humanista cosmopolita puede convocar a miles de millones de personas que viven en China, en India, en países del África, Asia, etc., y que profesan diversas religiones, tales como la musulmana, la judía, las cristianas, la budista, etc. Puede interpretar también a distintas corrientes filosóficas, tales como marxistas, socialistas, etc.

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