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García Márquez: elogio de cuerpo presente Opinión

García Márquez: elogio de cuerpo presente

¿Cómo podría aceptar que Gabo se fue, que se murió? Y su talento y genio, expresados en tantos libros notables que han llenado la imaginación y los sueños de varias generaciones, ¿no son esos el mismo Gabo, al fin y al cabo? ¿No es esa una prueba de vida?


Estos días se oye decir: murió García Marquez.

No creo. Porque las evidencias de su muerte han sido groseramente exageradas y las personas sólo mueren cuando son olvidadas. Porque la muerte no es verdad si se ha cumplido bien la obra de la vida. Y así es también cuando los que lo quieren decidimos que Ud. no se ha ido, no joda.

Entonces se queda con nosotros. Y se le mencionará en presente porque de Ud. nunca podremos hablar en pasado.

Lo conocí en Cuba el año 74, en julio para ser exactos. Se celebraba una fiesta nacional y Gabo había sido persuadido por una invitación especial a regresar a ese país que había abandonado más de una década antes jurando no regresar, cuando fue separado de Prensa Latina en un proceso de sectarismo desatado por una microfracción del PSP, el Partido Comunista de la época, que removió a todos los no militantes de esa orientación de las filas de la Agencia.

Eso no lo sabía en ese momento, pero la cálida personalidad del escritor y la complementación de Mercedes, su mujer, hicieron que la presentación de rigor se convirtiera de inmediato en una conversación fascinante y divertida por el lenguaje ocurrente del colombiano; a mis oídos, igual al de algunos de los personajes de sus libros.

Seguimos juntos hasta que se puso el sol y regresamos a La Habana habiendo acordado comer en mi departamento al día siguiente.

El pretexto era su petición de comer pescado fresco, que yo me había comprometido a pescar.

Al día siguiente conseguí temprano un bonito pargo de cinco kilos y una caja de botellas de ron.

En la noche, acompañado por algunos amigos, despedimos a Gabo que se marchaba al día siguiente y él pudo disfrutar el pescado que se hizo poco para tantas bocas. El ron también se acabó luego, pero no sin antes hacer estragos en los presentes. Al final, saqué una botella de ¡aguardiente sueco! Lo único que quedaba, para agasajar especialmente a Gabo, que –según él– le dejó el más fuerte y persistente dolor de cabeza de su vida. “El guayabo (la resaca) me duró una semana entera”, dijo cuando nos volvimos a ver.

Bueno, el guayabo se le pasó, pero la naciente amistad se consolidó en el tiempo y siempre he tenido la convicción de que eso es un privilegio que la vida me regaló. Y estoy seguro que seguiremos así hasta que el tiempo se acabe.

[cita]Al día siguiente conseguí temprano un bonito pargo de cinco kilos y una caja de botellas de ron. En la noche, acompañado por algunos amigos, despedimos a Gabo que se marchaba al día siguiente y él pudo disfrutar el pescado que se hizo poco para tantas bocas. El ron también se acabó luego, pero no sin antes hacer estragos en los presentes. Al final, saqué una botella de ¡aguardiente sueco! Lo único que quedaba, para agasajar especialmente a Gabo, que –según él– le dejó el más fuerte y persistente dolor de cabeza de su vida. “El guayabo (la resaca) me duró una semana entera”, dijo cuando nos volvimos a ver. Bueno, el guayabo se le pasó, pero la naciente amistad se consolidó en el tiempo y siempre he tenido la convicción de que eso es un privilegio que la vida me regaló. Y estoy seguro que seguiremos así hasta que el tiempo se acabe.[/cita]

Supongo que estamos de acuerdo en que su influencia literaria es enorme e inigualable. Digo esto porque, en la legítima libertad de opinión y crítica del mundo literario, donde las rencillas son tan encarnizadas como irrelevantes, a veces se cometen excesos.

Gabo contaba –entonces sí muerto de la risa– que en Alemania un crítico dijo que era una vergüenza la manera descarada en que García Márquez le copiaba a Isabel Allende. Bueno, para gustos están los colores.

No voy a repetir los argumentos profusamente publicados estos días de cómo la narrativa y el lenguaje fueron puestos en cuestión –en Latinoamérica en particular– a partir de Cien años de Soledad, esa novela o Biblia que en el año 67 nos dejó sin aliento.

Pero diré que he conocido a algunos artistas notables, en las distintas esferas creativas, cuya obra es aplaudida y ampliamente aceptada pero que, personalmente y en la esfera cotidiana, no son ni parecidos, éticamente, a lo que su obra representa.

Pero lo que más rescato como decisivo y en lo que Gabo se convierte en un fuera de serie, es en su calidad humana, en su condición de hombre. Y es también, sin duda, lo único mejor que su obra literaria.

Por su integridad personal, su generosidad, su sentido cabal de la lealtad, el honor entendido como bandera, la lucha permanente por lo que cree justo, por su mirada profundamente humanista y por ser amigo de sus amigos, por todo ello, su obra adquiere una dimensión ética enorme.

Por eso, ¿cómo podría aceptar que Gabo se fue, que se murió? Y su talento y genio, expresado en tantos libros notables que han llenado la imaginación y los sueños de varias generaciones. ¿No son esos el mismo Gabo, al fin y al cabo? ¿No es esa una prueba de vida?

No tienen que estar de acuerdo conmigo ahora. Nada mejor que vivir para ver. Creo que empezará una tendencia exegética con nombre y sin apellido que se conocerá como gabismo a secas. De nuevo se repetirá el mismo fenómeno del 67 y millones de personas en todo el planeta se asociarán a todos aquellos que antes perdieron la vergüenza para soñar y tener fe en que sí podemos, como los Buendía de Cien Años de Soledad, tener una segunda oportunidad sobre la tierra.

¿Y cómo es el García Márquez cotidiano, qué hace cuando no escribe? Su compromiso con las causas ciudadanas es permanente; desde el apoyo al Frente Polisario en Marruecos o el apoyo a Chile después del golpe, para lo cual creó una fundación solidaria. Con el cine a través de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, la Fundación del Nuevo Periodismo que trabaja activamente desde su centro en Cartagena, Colombia. Y así.

Gabo es tímido, sencillo y directo: desde el Premio Nobel nunca más aceptó un premio o galardón. Y se le ofrecieron todos los más importantes; o los Honoris Causa de distintas Universidades. Todos rechazados con el mismo argumento: «Si acepto una tengo que aceptarlas todas y no se supone que tengo que coleccionar nada excepto ideas, palabras, textos, libros… y escribirlos para que mis amigos me quieran más».

Lo mismo pasa con las invitaciones de instituciones o gobiernos. Invariablemente, cuando le interesa, acepta condicionado a mantener su independencia de asistir o no a tal o más cual acto o ceremonia: «Me gusta ser dueño de mí mismo», dice.

En relación a su amistad con Clinton o Fidel Castro o Felipe González o casi todos los presidentes de Colombia y decenas de Jefes de Estado a lo largo del mundo, siempre ha preferido la influencia silenciosa a las declaraciones estridentes. Una vez le pidieron un prólogo para un libro de un autor italiano, cuyo personaje era Fidel. En este contó –entre varias otras cosas– que una vez había competido con éste en comer bolas de helado y Fidel ganó con dieciocho bolitas de helado de vainilla. Fidel se indignó cuando leyó el escrito, el que igual se publicó sin cambios. Un año después Fidel le preguntó: “Oye, Gabo, ¿tú sigues diciendo que yo me comí tantas bolas de helado?”, a lo que Gabo contestó como bala: “Sí, Fidel, dieciocho bolas. ¡Y no te descuento ninguna!”.

Una noche en el bar del Centro Siqueiros en Ciudad de México, donde Gabo me había llevado a tomar un trago y a escuchar un pianista que cantaba boleros –que a él le encantan– se quedó abstraído y callado mientras miraba al tipo que solo, bajo un halo de luz tenue, cantaba sus canciones mientras los habitués guardaban un relativo silencio.

De pronto Gabo, el hombre que no puede caminar por una calle sin que lo aborden decenas de personas o ir a un restorán y tener que firmar libros de su autoría aparecidos quién sabe de dónde; el codiciado invitado de personajes de la política, de la academia o de la empresa, este mismo hombre que ha tenido todo aquello que un individuo puede aspirar, se incorporó y dijo en voz baja, grave y solemnemente: «Cambiaría todo lo que soy por ser él», mientras señalaba al artista que cantaba . Y lo dijo en serio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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