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Y el binominal seguirá existiendo gracias a un proyecto “botox”

Marcela Castro
Por : Marcela Castro Doctora en Derecho Internacional y Relaciones Internacionales (U.Complutense de Madrid) , Licenciada en Humanidades con mencion Historia (U. de Chile).
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La noticia de que habría “cambios” al binominal no ha sido una  noticia agradable. Sobre todo por el aumento de parlamentarios, de 120 a 155 los diputados y de 38 a 50 senadores. Decir “esto no costará nada a los contribuyentes” no suena creíble para nadie, porque si realmente fuera así, ¿Cómo comprender la polémica de hace unos días, cuando Giorgio Jackson y Gabriel Boric presentaron proyectos para desvincular constitucionalmente la dieta parlamentaria del sueldo de los ministros y ligarla al salario mínimo?

Desde todas las bancadas salieron voces diciendo que el sueldo (más asignaciones) era imprescindible para cumplir las labores parlamentarias.

Así que ¿De dónde saldrá el sueldo de 35 diputados y 12 senadores más, si es evidente que los congresistas que están ahora no van a mover un dedo para bajarse el sueldo, aunque sea para derrocharlo?, como comenta el artículo de Boris Bezama y Pedro Ramírez “Asesorías parlamentarias sin control: diputados gastan $6.000 millones en dos años”.

Pero aun cuando ese sea el aspecto más cuestionado del proyecto, el trasfondo es que no desaparece el binominal. Lo único que va a ocurrir es que si hoy el binominal exige un 33% de votos para ser electo y el doblaje para arrastrar al compañero de lista, ahora el binominal exigirá un 10,5% de votos. Y seguirá el doblaje.

Cuando tomamos en cuenta eso, esta “reforma” al binominal lo que hace es mantener su principal vicio: la sobre representatividad de coaliciones, en desmedro de pequeños partidos que seguirán siendo pequeños y sin relevancia. Porque se aumentan cupos, se abren cupos para que ingresen más políticos al Congreso, y no se disminuyen los ya existentes.

Tampoco cambiará mayormente otro de sus vicios: la pertenencia a una lista para ser electos, y no la candidatura individual. O sea, seguiremos beneficiando a partidos políticos constituidos, lo cual no tiene mucho sentido en un país donde las personas se identifican con lados del espectro, no con partidos.

Esta “reforma” no es ni siquiera tal: las dos grandes coaliciones políticas seguirán intactas, y los representantes de los pequeños partidos que logren llegar tendrán que negociar, y entre negociado y negociado sus ideas se irán diluyendo si afectan a los intereses de los miembros de las grandes coaliciones.

Lo absurdo es que se haya propuesto algo semejante ahora cuando, y no es la primera vez, constatamos que nuestros congresistas son el ente más inútil de nuestro Estado. En estos días, en que dos desastres con poca diferencia de días afectó a personas de nuestro país, la presencia de los congresistas fue la única que nadie pidió y nadie extrañó.

El alcalde de las zonas afectadas, el intendente, incluso los ministros fueron imprescindibles. No los congresistas, ni siquiera en un incendio que afectó a Valparaíso, ciudad sede del Congreso.

Así qué ¿A qué viene esta “reforma”? La supuesta idea detrás de esta “reforma” es que abriría las puertas a “corrientes políticas emergentes”.

Bien, suena bonito, sólo que la razón para tener un binominal es precisamente evitar que grupos minoritarios lleguen al poder, por no ser considerados “representativos de la mayoría”, sea lo que sea que se entienda por eso, porque, siendo optimistas, la adhesión a partidos es del 10%.

Del 90% restante, algunos son simpatizantes de algún partido, pero en Chile más del 70% de la población no vota por partidos políticos, vota por personas. ¿Por qué entonces, si eso es nuestra actitud y cultura política, se persiste en obligarnos a tener un sistema que no es parte de nuestra idiosincrasia?

Esto no es solo un portazo a cualquier idea de Asamblea Constituyente, a la que inexplicablemente nuestros defensores de la democracia le tienen mucho miedo. Es que también es un portazo a la sola idea de que dejemos de tener un congreso bicameral.

Vamos a ponerlo sencillo: 117 países tienen congreso unicameral, de alrededor de 192 países que son miembros de la ONU. Y en países en que no es así, como Colombia (en donde esta además debatiéndose la Asamblea Constituyente), el tema cada vez está cobrando más interés. En el centro del debate están las tres funciones básicas que un congreso realiza: legislar, fiscalizar y representar.

Hace dos siglos, cuando se conformaron los tres poderes del Estado como los conocemos, efectivamente la labor de “representar” no estaba en el senado, sino en la cámara de diputados, algo surgido de la Asamblea Nacional francesa nacida bajo el alero de la revolución de 1879.

Pero eso era cuando los votantes eran la minoría de la población y los requisitos para ser electo excluían a la mayoría de las personas. Eso no es la situación en la mayor parte de los países actuales, por lo cual tenemos a representantes duplicados de las coaliciones, cuando basta con uno para que defienda los intereses de ese partido o coalición.

“Duplicado” es la palabra más repetida de los críticos al congreso bicameral, sobre todo en lo referido a legislar, porque (y es cosa de mirar nuestro escenario) un proyecto de ley puede tranquilamente llenarse de telarañas: hay un primer trámite legislativo: discusión general en la cámara donde surge el proyecto; luego pasa a la cámara revisora; luego vuelve a las cámaras con las reformas, luego otra vez revisarlo…

No podemos negar que algunas veces esto sirve, porque se impide que un proyecto nefasto sea aprobado, pero el hecho es que la mayoría de los proyectos de ley pasa por el mismo trámite una y otra vez, por lo que cuando acaban siendo promulgadas y se convierten en ley no tienen sentido, porque las razones iniciales para legislar han cambiado.

Obvio, si hay proyectos que han tardado 10 años en convertirse en ley, como ocurrió con la ley del lobby. Ah, claro, es que era un proyecto que no tenía “suma urgencia”; si así hubiera sido más o menos tarda 3 años en convertirse en ley… si es que tiene suerte. La cantidad de proyectos que duermen en el Congreso es mayor de lo que pensamos, y no son de temas menores.

Por ejemplo, un proyecto de ley destinado a facilitar el procedimiento de acreditación de la calidad de hijo natural para quienes hayan sido inscritos con anterioridad a 1952, está olvidado desde 2009. Y no hay nada que diga que va a reactivarse su discusión.

¿Eso pasa porque los congresistas tienen una sobrecarga de trabajo, y por eso tenemos que tener más congresistas? No. Pasa porque se legisla en función del interés de los partidos políticos y de lo que dice la prensa, no en base a la necesidad real social o en base a lo que la ciudadanía considera prioritario.

Un congreso unicameral haría que el tiempo para discutir proyectos de ley fuera mucho menor, sin por ello sacrificar la seriedad del debate.

Claro, eso implica tener a congresistas que sepan de lo que están hablando, no a cualquiera llevado por un partido por ser hijito de un militante famoso, o para cumplir con cuotas de género y no cuotas de personas capaces de hacer la labor para la cual fueron electos. Para eso, necesitamos eliminar el binominal, que la gente elija al candidato libre de listas.

Pero eso no es lo que está pasando, sino que nos están cerrando totalmente la puerta incluso a discutir qué congreso queremos. Y ni siquiera se nos permitirá discutir el asunto en el que el congreso unicameral gana y por mucho a uno bicameral: gasto, el congreso unicameral es muchísimo mas barato.

Cada congresista, entre sueldo, prestaciones, vacaciones, gasolina, sede con internet, luz, agua y teléfono, y etc., recibe más de 17 millones de pesos mensuales, 65% de libre disposición en la práctica y el 35% restante solo requiere justificarse con una boleta de honorarios o un contrato y un cheque nominativo.

Piense Ud., señor votante, que quienes revisan esos gastos son tres personas en el Comité de Auditoría Parlamentaria, que tienen que revisar cada boleta de todos los parlamentarios. La función de fiscalizar no implica que fiscalicen a los parlamentarios.

Ok., 17 millones de pesos es lo que realmente recibe cada parlamentario. Pero eso es mensual. ¿Sabe cuánto nos cuesta anualmente cada parlamentario en Chile? Un millón de dólares, según datos del año 2011 del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), el actual Congreso, con los actuales congresistas, nos cuesta más de 163 millones de dólares, dólares, no pesos.

Saque cuentas: agregar más diputados y senadores no es posible sin aumentar el gasto, mientras que tener un congreso unicameral, con 50 senadores y nada más, sería un gran, gran ahorro de fondos públicos que se podrían destinar a construir hospitales no solo en Santiago, sino también en regiones.

¿Cuánto nos cuestan en pesos los congresistas?

Considerando el cambio actual ($560 pesos), nos cuestan $91.271.850.000. No sé cómo se dice ese número, solo sé que menos parlamentarios haría que tal vez tuviéramos fondos para construir al menos un hospital, lo que daría trabajo a muchas personas, sería una gran ayuda a personas enfermas, y no serían una mole que no es capaz de acoger ni siquiera a los damnificados por un incendio.

Si se supone que queremos una mayor representación, esto pasa por hacer algo democrático, o sea, borrar al binominal y que el candidato más votado ocupe un sillón en el congreso, uno que esté acorde con la realidad salarial chilena y no con ideas de lo que se supone que debemos querer los votantes. Proyectos como este son los que hacen que sea muy difícil convencer a la gente para que vote.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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