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Reforma educacional: cuidar la libertad

Andrea Valdivieso
Por : Andrea Valdivieso Fundación Voces Católicas @vocescatolicasc
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¿Qué valor hay detrás de la decisión de disminuir, condicionar o quitar el financiamiento a quien entrega una educación calidad, debido a su credo? El valor (negativo) que subyace tras esa decisión es la exclusión. La no igualdad de condiciones, y un Estado que ya no es neutro e imparcial, sino que ampara sólo a los ciudadanos de determinadas creencias y convicciones.


“Los padres que han ido eligiendo la educación privada subvencionada no son unos estúpidos engañados por el neoliberalismo o meros títeres del mercado. Es subestimarlos desde una visión ideologizada. Han elegido esa opción porque es la que encuentran mejor para sus hijos”, afirma Mariana Aylwin en una reciente columna publicada por La Segunda, y que ilustra su preocupación por el crispado ánimo que se aprecia hoy en el debate sobre la reforma de la educación. Una ideologización cuyo riesgo es defender el derecho universal a la educación, sacrificando otro derecho intrínseco de la democracia y de la dignidad humana: la libertad.

La libertad para elegir entre un proyecto educativo y otro es, a nuestro juicio, sagrada. También lo es la libertad que tienen aquellos que emprenden en el ámbito de la educación, de ofrecer a la comunidad un proyecto único e incluso, visionario. También es sagrada la libertad para elegir que ese proyecto sea confesional o no, según las convicciones profundas de cada familia. La educación debe, para muchos, incluir una formación social y espiritual para ser integral.

Y dado que la educación es un bien público, independiente de quien la brinde, el Estado debe hacer todo lo que esté de su parte para asegurar que ésta, además de ser un derecho para todos, sea inclusiva de las diversas miradas que cohabitan en nuestra sociedad, pues estos matices nos enriquecen. No se puede pretender uniformar la educación imponiendo una sola mirada, la del Estado, con el fin de lograr mayor acceso y equidad en este ámbito.

[cita]¿Qué valor hay detrás de la decisión de disminuir, condicionar o quitar el financiamiento a quien entrega una educación calidad, debido a su credo? El valor (negativo) que subyace tras esa decisión es la exclusión. La no igualdad de condiciones, y un Estado que ya no es neutro e imparcial, sino que ampara sólo a los ciudadanos de determinadas creencias y convicciones.[/cita]

Existen otros caminos. Por ejemplo, el trabajo riguroso y consistente por mejorar la calidad de la educación, sin importar quién la entregue. Esto implica supervisar o intervenir en aquellos colegios estatales o privados subvencionados que arrojan malos resultados (muchas veces los alumnos “estrella” de estos establecimientos dan bote en la educación superior, lo que es impresentable); premiar e incentivar a los establecimientos que destaquen (sin mirar su credo); invertir sobre todo en la educación preescolar y prebásica, piedra angular del futuro de todo niño o niña; elevar el estatus social de los docentes, formarlos mejor, exigirles más, pagarles más; afinar las actuales mediciones como el Simce, que generan algunas distorsiones (apoyo entregado a los niños con dificultad en el aprendizaje), repensar la PSU que para nada ha ayudado en la disminución de la desigualdad y la segregación.

Estos puntos constituyen los verdaderos desafíos, no si el Estado debe financiar o no a los establecimientos educativos según su confesión. ¿Qué valor hay detrás de la decisión de disminuir, condicionar o quitar el financiamiento a quien entrega una educación de calidad, debido a su credo? El valor (negativo) que subyace tras esa decisión es la exclusión. La no igualdad de condiciones, y un Estado que ya no es neutro e imparcial, sino que ampara sólo a los ciudadanos de determinadas creencias y convicciones (los erróneamente llamados “no confesionales”, pese a que aún en nuestro país son minoría, si se mira el pueblo, no a la elite intelectual).

Con esperanza, aspiramos a que la autoridad incluya, en este debate de la reforma a la educación, miradas divergentes que la enriquezcan y que, filtrando las consignas y las presiones de grupos con mayor capacidad de organizarse y meter ruido, sepa enfocarse en lo medular, en el bien común y en el largo plazo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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