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Carlos Peña, ¿justificando la esclavitud? Opinión

Carlos Peña, ¿justificando la esclavitud?

Mario Sobarzo
Por : Mario Sobarzo Doctor en Filosofía
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El problema en el planteamiento de la columna es que confunde dos ámbitos que en educación nunca son separables, pero son distintos. En primer lugar, no existe algo así como una mejor educación o “la” educación a secas. Todo sistema educacional es correlacional a la sociedad que lo incoa. El proceso de enseñanza-aprendizaje que ocurre en el vis a vis, en el enfrentamiento cara a cara, por el contrario, si bien está influido por el marco general de la sociedad, no es idéntico a ella. Especialmente desde la modernidad, donde el mismo autor que cita el artículo (Kant) dio inicio a la pedagogización de la enseñanza, que impera hasta hoy.


No me atrevería a estar escribiendo esto si es que la columna del día domingo 15 de junio en El Mercurio, del profesor Carlos Peña, no me hubiera causado mucha inquietud.

El profesor Peña se empeña en exponernos por qué la toma de un liceo emblemático (el que más, se podría decir) tiene que ver con una crisis en los fundamentos de posibilidad de la educación. En sí, esto resulta muy atractivo y, por qué no recordarlo, ha sido tema de los debates educativos desde sus orígenes filosóficos en la cultura occidental.

El artículo se encarga de recordarnos esto. Y vaya si no. Aparecen citas a Alfonso X el Sabio, San Agustín, Kant, Platón y Jorge Millas. Extraña urdiembre, pero me parece muy bien si ayuda a aclarar las condiciones de posibilidad (término kantiano, por lo demás) de la educación. Esto es, aquello necesario para que algo ocurra.

El artículo se concentra en aclararnos cuáles son estas tres condiciones de posibilidad y de qué modo el caso del liceo emblemático es, por tanto, emblema de esta crisis de ellas.

Estas condiciones son: la asimetría entre quienes integran el proceso de enseñanza-aprendizaje, concentrando la autoridad en quien realiza lo primero, en desmedro de quien se está educando. En segundo lugar, la autoridad del maestro. Y, finalmente, la disciplina.

Es decir, los cinco autores citados le permiten al profesor Peña explicarnos que la educación vive una crisis (de la que al parecer el resto no nos damos cuenta), pues las tres condiciones de posibilidad para que ella exista no se están cumpliendo.

[cita]¿Será que lo que el profesor Peña está pensando es que la desigualdad de las lenguas y formas de vida juveniles –con sus extraños barbarismos como control comunitario, autogestión, horizontalidad pedagógica o autoeducación– son la actual materialidad que el alma del maestro debe dirigir? Porque si es así, tal vez, el profesor Peña debiera recordar su propio caso.[/cita]

Creo que el problema en el planteamiento de la columna es que confunde dos ámbitos que en educación nunca son separables, pero son distintos. En primer lugar no existe algo así como una mejor educación o “la” educación a secas. Todo sistema educacional es correlacional a la sociedad que lo incoa. El proceso de enseñanza-aprendizaje que ocurre en el vis a vis, en el enfrentamiento cara a cara, por el contrario, si bien está influido por el marco general de la sociedad, no es idéntico a ella. Especialmente desde la modernidad, donde el mismo autor que cita el artículo (Kant) dio inicio a la pedagogización de la enseñanza, que impera hasta hoy. Por decirlo de algún modo, mientras lo primero que señala el artículo corresponde a las respuestas a las preguntas por qué se enseña (filosófica) y para qué se enseña (política), lo segundo en que el artículo se enfoca es un tema propiamente educativo y, que además hoy, se responde pedagógicamente.

Por ello, no parece muy a lugar juntar citas descontextualizadas de los sistemas filosóficos en que aparecieron para responder a una pregunta que la historia de la educación sólo se hizo hasta hace muy poco. La medición del aprendizaje y su comparación es un fenómeno bastante reciente. No sólo porque lo que se está midiendo e intentando producir no había sido tema de la educación occidental hasta la llegada de la modernidad, al punto que incluso su medición científica recién ocurrirá en el siglo XX con las taxonomías. Cuando el profesor Peña nos dice que no ocurre un mejor aprendizaje o no sucede aprendizaje porque hay una crisis de la autoridad del maestro, el lugar que éste ocupa en la institución académica y escolar, y la disciplina, apelando a nombres tan eximios resulta absolutamente asombroso, justamente porque esto que él intenta argumentar nunca fue tema de dichos autores. Y esto es así, pues la gran pregunta de las filosofías educacionales que el profesor Peña está citando no es cómo mejorar el aprendizaje o cómo logar que éste se produzca. La curiosidad es natural en el ser humano. El ser humano siempre desea conocer, como lo dijo certeramente Aristóteles. Y para hacerlo (como lo recuerda el profesor Pablo Oyarzún en El Dedo de Diógenes), utilizó el verbo hórexis, que en griego se usaba para referirse a “desear” en su sentido más básico, más animal: el hambre. El deseo de conocer es como el hambre. Porque sabían eso, los autores citados por el profesor Peña, no trataban de lograr que hubiera aprendizaje, sino que lo que saciara esa hambre humana fuera el alimento “correcto”. Era éste el verdadero tema que los autores citados por el profesor Peña estaban intentando resolver: cómo dirigir hacia la verdad este deseo de conocimiento irrefrenable.

Para desgracia de los autores citados por el profesor Peña, en la actualidad los estándares de aprendizaje poca relación tienen con la verdad metafísica según Platón o Kant, por lo que difícilmente su justificación del magisterio puede tener atingencia respecto a los debates sobre nuestros problemas educativos actuales. Partamos por Platón.

El profesor Peña cita el Menón de este autor para mostrarnos la paradoja de la educación: Los textos sólo se entienden cuando se aprende lo que ellos enseñan, y sólo se aprende lo que ellos enseñan cuando se los entiende de la manera correcta.

Muy interesante cita, pues en dicho diálogo Sócrates lo que hace es justamente dirigir a un esclavo hacia la verdad matemática. Sócrates, el maestro por excelencia, puede incluso sacar la verdad de un esclavo. Pero, ¿significa esto que luego que el esclavo realizó este ejercicio agógico aprendió matemáticas? Ningún griego ni menos ateniense creería esto. El esclavo tuvo que ser dirigido, no lo podía hacer solo. Era un esclavo, es decir un instrumentum vocale, como traducirá posteriormente Cicerón la diferencia hombre libre-esclavo: alguien que no tiene voz en el espacio público, pues aunque puede emitir sonidos, no puede juzgar por sí mismo.

¿Es que acaso el profesor Peña quiere con esta cita recordarnos la condición de esclavitud en que nació la pedagogía? Pues, como su nombre nos lo recuerda, los pedagogos eran los esclavos que llevaban de la mano a la escuela a los hijos de padres que podían pagar su educación. Literalmente: paidós = niño, agein = dirigir. ¿O será que quiere comparar a los y las estudiantes actuales con los esclavos de la Grecia antigua, llamándolos a dejarse dirigir por sus maestros en la actualidad para lograr el verdadero aprendizaje?

Sea lo que sea que el profesor Peña quiera decirnos con la elección de la cita, si yo fuera estudiante desviaría un poco la vista hacia las páginas siguientes de Platón, en que aborda el tema de la educación para su república ideal. Esta especie de sistema educativo aparece descrito en La República, exactamente después de su famosa Alegoría en el libro VII. Es una educación para una sociedad estratificada, en que el deseo natural del ser humano hacia el conocimiento tiene que ser orientado para evitar el desorden, y los capacitados para hacerlo son el consejo de filósofos con poderes omnímodos, pues han salido de la caverna. No hace falta ser neoliberal para percatarse del peligroso camino al totalitarismo que subyace detrás de las ideas educacionales de Platón. Por supuesto, no creo que el profesor Peña esté intentando defender el modelo del rey filósofo platónico. Por eso mismo me causa sorpresa la desvinculación en su cita entre el sistema educativo y el orden político que sustenta la posibilidad de creer que hay una forma “correcta de entender los textos”. Podríamos casi atribuirlo a un síntoma, pues con Kant sucede algo semejante.

Como lo recuerda la columna, el autor de ¿Qué es la ilustración? defiende la autonomía y la libertad de la razón, pero guiada en este proceso por la autoridad de un maestro. Sin embargo, al igual que Platón (quien dice explícitamente que un esclavo no aprende igual que un hombre libre), no hay que olvidar que esta autonomía y libertad en Kant tiene sus límites bastante claros, como nos lo explicita cuando nos señala que para ser ciudadano (es decir tener derecho a voto) es necesario tener la cualidad natural para serlo, es decir no ser mujer o niño, así como “que el hombre sea su propio señor (sui iuris), por tanto que tenga alguna propiedad (abarcando bajo este término cualquier habilidad, oficio o talento artístico o ciencia) que lo mantenga”. El sistema lo conocemos bien en Chile. En los orígenes de la modernidad en nuestro país (menos de 50 años después que Kant escribiera su Sobre Pedagogía) se llamó voto censitario y excluía, del derecho a elegir a los gobernantes, a mujeres y trabajadores. Y aunque en nuestro sistema político actual esto se extinguió, en las universidades y sus gobiernos impera una aristocracia del cargo académico, que bastante semejanza tiene con lo que nos señala Kant. Incuso a veces también existen reyes filósofos… aunque su razón para llegar a serlo haya sido más económica que virtuosa.

Y es así como creo que llegamos al verdadero sentido de la columna del profesor Peña. Como he señalado antes, no existe una educación universal. Lo que cada sociedad decide conservar, los valores que quiere transmitir, las formas de conocimiento que quiere validar, etc., tienen sus propias formas de transmisión, sus propios criterios de formación de maestros para enseñarlos y sus propios marcos de exigencia con los que se valida a sus estudiantes. Si Platón y Kant defendieron la autoridad o la desigualdad de los lugares que corresponden a maestro y discípulo es porque sus sistemas políticos parten de este supuesto: es su fundamento. Con Platón llevando hasta el marco de la exclusión a los esclavos y Kant a las mujeres, los niños y los trabajadores. Si los fines de sus sistemas educativos son transmitir la verdad, es obvio que la forma en que se recibe tiene que adecuarse a ella y que, por ende, hay sujetos que no la pueden ejercer solos.

Y es que es esto justamente lo que el profesor Peña está obviando en su sentido más profundo: no hay educación buena o mala a priori ni condiciones de posibilidad que la hagan posible. Si las preguntas “qué se enseña, cómo se enseña, quién enseña y quién aprende” hoy son respondidas desde la pedagogía y todas las ciencias auxiliares, es justamente porque Kant se percató de lo que implicaba la modernidad en términos no sólo teóricos, sino también materiales. Por eso su libro Sobre Pedagogía es tan relevante en el surgimiento de la pedagogía en su sentido actual. Del desarrollo de la pedagogía dependía la nueva sociedad burguesa que estaba surgiendo y sus formas de racionalidad cívica. El profesor era parte de este complejo entramado en que todos debían aprender a leer como imperativo religioso, tanto como económico y social. Sin embargo, el “por qué se enseña” no es asunto de la pedagogía, sino de la filosofía, pues un tema como qué es el uso de la razón o qué es ella, no puede ser definido en un conocimiento práctico. Los límites de esta razón sólo pueden ser tema metafísico. Definen el ejercicio de la enseñanza, no al revés. Lo mismo sucede con los fines que se buscan con la educación, el “para qué se enseña”. Sus límites no son educativos, sino políticos: se deciden colectivamente y deliberativamente por los capacitados (y, por ende, autorizados) a participar de esto.

Según el profesor Peña, este magisterio hoy no tendría que ver con la verdad, sino con la corrección en el entender los libros. Esta se sustentaría en una trayectoria vital que le permitiría al maestro ocupar un lugar preponderante en las decisiones vinculadas al qué se enseña o cómo se hace, o los fines que la educación debe percibir. ¿Por qué?

El argumento de la trayectoria vital se asemeja más a la defensa aristotélica de la esclavitud, que a una verdadera explicación acerca del proceso de enseñanza-aprendizaje, que (ya lo vimos) es concebido como natural desde siempre en filosofía. Peña, citando al filósofo chileno Jorge Millas, basa esta primacía en las decisiones del maestro, a que los y las estudiantes son aves de paso, tienen una trayectoria muy breve en las instituciones en que estudian. Por ello deben confiar en quien más conoce el lugar y el oficio para que les diga quién es la persona mejor capacitada para dirigir su espacio de aprendizaje, su currículum (nacional o propio), para seleccionar mejor las prácticas pedagógicas y además establecer los fines hacia los que debe dirigirse su aprendizaje. Eso lo lograrían gracias a lo que Peña describe como trayectoria vital: una coincidencia existencial entre su vida y el rol de maestro, el conocimiento que adquiere en el proceso e, incluyendo una simbiosis con el lugar donde lo ejerce –de otro modo no se entiende por qué a alguien por estar menos tiempo no puede importarle igualmente el lugar donde ha ido a aprender o que no pueda aportar a mejorarlo, lo que países como México y Argentina han resuelto integrando a los ex estudiantes en sus Gobiernos universitarios–. El argumento es sencillo, pero no por ello necesariamente verdadero: si el maestro pasa más tiempo en aquel lugar, si además dedica largas horas de su día a día investigando aquello que va a enseñar y además tiene más años, es decir, más experiencia, entonces le corresponde a él la autoridad en la dirección del aprendizaje, así como la elección del gobierno del lugar en que éste se realiza… si es que el maestro puede hacerlo, pues los colegios con sostenedor privado se asemejan más al feudo medieval que a la aristocracia platónica. No lo olvidemos, estamos hablando de una escuela municipal.

Raro que sea un rector de una universidad uniestamental quien lo diga. Pareciera que está justificándose más a sí mismo y su cargo que debatiendo de verdad sobre los motivos por los que las y los estudiantes (así como el resto de una comunidad educativa) no podrían participar como autoridad en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

La pregunta es por qué. Creo que la respuesta hay que buscarla en su alusión velada, casi inconsciente, a la esclavitud.

Aristóteles, otro gran filósofo que dedicó la última parte del libro VII y el libro VIII completo de su obra La Política a hablarnos de educación, nos explica algo muy semejante al justificar la esclavitud natural. En el libro I de la misma obra (1253b – 1254a) nos explica por qué la esclavitud en los bárbaros es natural: ellos no sólo no poseen la misma lengua-idioma que los griegos, sino que además tampoco comparten la misma forma de vida ni los mismos modos de pensamiento. Es decir, la desigualdad de trayectorias vitales les impide participar de la libertad griega. ¿Será que lo que el profesor Peña está pensando es que la desigualdad de las lenguas y formas de vida juveniles –con sus extraños barbarismos como control comunitario, autogestión, horizontalidad pedagógica o autoeducación– son la actual materialidad que el alma del maestro debe dirigir? Porque si es así, tal vez, el profesor Peña debiera recordar su propio caso.

El año 2007, en medio del debate por la LGE, defendía el lucro regulado legalmente en educación desde su misma columna en El Mercurio. Por la otra vereda, los niños y niñas decían que el lucro debía eliminarse de cuajo de ella. Hoy, sólo 7 años después y viendo su cambio de postura en este tema, podríamos haber esperado un cambio también en su mirada sobre la capacidad de los y las estudiantes de participar activamente en la toma de decisiones en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Parece que no fue así. Parece que la trayectoria vital no evita el error, sólo hace que sea más empecinada su defensa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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