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El Hospital del Salvador y su ¿triste? historia

Osvaldo Artaza
Por : Osvaldo Artaza Doctor y ex Ministro de Salud. Decano Facultad Ciencias de la Salud, Universidad de Las Américas
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La moraleja internacional es que en proyectos hospitalarios (donde Chile ha sido ejemplo) que tienen una latencia de una década (desde la etapa de perfil de proyecto hasta que éste entra en operaciones), se debe tener una visión de Estado, evitando tentaciones político electorales y privilegiando siempre criterios de impacto social. El viejo del Salvador, maestro de la medicina, aún nos tiene mucho que enseñar.


El Hospital del Salvador tuvo su primera piedra el 1 de enero de 1872. Su construcción (el financiamiento provino de la donación de habitantes de Santiago) en los terrenos de un solar de propiedad del Convento de la Merced, adquirido en 1870, en el barrio de la Providencia, fue consecuencia de la preocupación del gobierno de la época por la excesiva mortalidad infantil y las epidemias de viruela y cólera que afectaban periódicamente a la ciudad. La Guerra del Pacífico en 1879 y otros problemas económicos postergaron su construcción. Sólo en 1888 se pudo diseñar un nuevo proyecto y cuatro años más tarde se autorizó la construcción.

El viejo hospital, como toda la infraestructura pública, sufrió no sólo el paso de los años, sino también y de manera crítica, la desinversión pública durante el período de la dictadura de Pinochet. Llegada la democracia hubo que generar proyectos de fortalecimiento de la red pública y tomar decisiones con respecto a qué priorizar, dada la aguda situación. Es así que ya se comenzó a trabajar en un proyecto (el primero) de nuevo Hospital del Salvador desde el período del ministro Jiménez. Proyecto que tuvo que esperar, debido a la situación aguda de la maternidad del Hospital del Salvador y al crecimiento explosivo de la población beneficiaria pública en la comuna de Peñalolén. Es así que la decisión correcta fue construir en dicha comuna el hospital Doctor Luis Tisné, el que entró en funcionamiento el 20 de agosto de 2002. A partir de esa fecha, el Servicio de Maternidad del viejo Salvador fue trasladado al nuevo hospital en Peñalolén. El proyecto del Salvador tuvo que esperar una década. En vista de que en el intertanto el deterioro avanzaba, ya que no se hacía ninguna inversión importante de recuperación de la infraestructura con la esperanza nunca perdida de contar con nuevo establecimiento, el Ministro García tomó la decisión de un nuevo proyecto por vía concesión. La razón de la época es que no había recursos vía impuestos generales para dicho proyecto, dado que en la zona oriente no era prioridad ante la urgente necesidad de infraestructura en zonas más pobres y más altamente pobladas. El nuevo proyecto se realizó, esfuerzo que implicó un desembolso importante de recursos, y estuvo listo para que se fuera a toma de razón de Contraloría al momento que deja el cargo García y asume María Soledad Barría. La nueva ministra estima que debe financiarse de manera tradicional, por lo que no envía a toma de razón y pide un nuevo proyecto de modo tradicional; el pan nuevamente se quema en las puertas del horno. El nuevo (tercer) proyecto implica desembolso de renovados recursos y queda en la “lista de espera”, consideradas las muchas prioridades existentes. Cambia el gobierno y asume Mañalich, quien –como es sabido– impulsa un nuevo proyecto (el cuarto), esta vez nuevamente por vía de concesiones (curiosamente nadie en ese momento protesta ni hace huelga). Este último proyecto, que obviamente implicó nuevo desembolso de recursos –ingenieros, arquitectos, calculistas, programa médico arquitectónico, plan de negocios, etc., etc.– es enviado a Contraloría al final del período de Piñera y se toma razón a inicios del actual gobierno.

[cita]La moraleja internacional es que en proyectos hospitalarios (donde Chile ha sido ejemplo) que tienen una latencia de una década (desde la etapa de perfil de proyecto hasta que éste entra en operaciones), se debe tener una visión de Estado, evitando tentaciones político-electorales y privilegiando siempre criterios de impacto social. El viejo del Salvador, maestro de la medicina, aún nos tiene mucho que enseñar. [/cita]

Es evidente que una concesión es más cara, ya que es como comprar a crédito. Cuando uno no tiene el dinero fresco se endeuda, la forma en que el Estado lo hace es, o solicitando un préstamo internacional y pagando el interés correspondiente, o entregando a privados la concesión de la construcción, en la que el privado recupera la inversión y su utilidad en un plazo de años, quedando la infraestructura en manos del Estado. Es obvio que si tengo el dinero “en mano” tengo que escoger hacer infraestructura con recursos tradicionales, pero, antes, tengo la obligación de decidir, ética y racionalmente, cuál es la opción más lógica para colocar ese dinero. Al momento de esa difícil decisión, siempre debería ganar la inversión en Atención Primaria (de evidente mayor rentabilidad social), y la de recuperación de brechas hospitalarias en zonas de población más pobre y/o vulnerable, con mayores barreras geográficas y/o densamente pobladas por beneficiarios del sector público, tal como bien lo hace el programa de inversiones en salud del actual gobierno. En este arte de las “decisiones justas”, el Hospital del Salvador, en stricto sensu, por mecanismo tradicional, quizás tendría que seguir esperando su hora. ¿Qué pasará entonces?, la historia sigue mientras el viejo hospital continúa su lenta agonía.

La moraleja internacional es que en proyectos hospitalarios (donde Chile ha sido ejemplo) que tienen una latencia de una década (desde la etapa de perfil de proyecto hasta que éste entra en operaciones), se debe tener una visión de Estado, evitando tentaciones político-electorales y privilegiando siempre criterios de impacto social. El viejo del Salvador, maestro de la medicina, aún nos tiene mucho que enseñar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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