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Qué piensa “Construye Sociedad” Opinión

Qué piensa “Construye Sociedad”

Eduardo Galaz y Claudio Alvarado
Por : Eduardo Galaz y Claudio Alvarado Eduardo Galaz es Sociólogo. Coordinador Programático Construye Sociedad Claudio Alvarado es Abogado. Miembro equipo programático Construye Sociedad. Extracto Manifiesto Fundacional
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Hoy se lanza el movimiento político “Construye Sociedad”. Aquí dos académicos vinculados al proyecto dan un esbozo de sus principios y diagnóstico del momento: “Quienes vivieron en carne propia los dolores de nuestra historia reciente, y las nuevas generaciones que hasta hoy heredamos el polarizado clivaje del año 88, ahora nos vemos enfrentados a un necesario proceso de reorganización política del país”.


Todo indica que está llegando a su fin un ciclo político cuyo origen se remonta a mediados del siglo pasado, y que fue la causa de profundas divisiones, heridas y fracturas al interior de nuestra sociedad. Quienes vivieron en carne propia los dolores de nuestra historia reciente, y las nuevas generaciones que hasta hoy heredamos el polarizado clivaje del año 88, ahora nos vemos enfrentados a un necesario proceso de reorganización política del país.

Este proceso de renovación política se produce en el contexto de una encrucijada: si bien los índices macroeconómicos muestran innegables avances materiales, existen millones de compatriotas que viven en la más absoluta vulnerabilidad. El drama de Chile sigue siendo la pobreza y la fragilidad, y esto afecta con crudeza a los más débiles. Ni siquiera el combate a los actuales niveles de desigualdad o la urgencia de promover y asistir a la clase media pueden hacernos olvidar que no podemos descansar mientras existan personas que viven el drama de la miseria y la marginalidad. Siempre los más débiles deben ser una prioridad de la actividad política, porque son ellos quienes más la necesitan: presos, ancianos, discapacitados e inmigrantes definitivamente deben ser nuestra prioridad.

En particular los niños, en quienes reside el futuro de la patria, son los miembros más débiles de nuestra sociedad y, por ende, deben ser la primera prioridad. Especial esfuerzo debemos dedicar a la situación de los niños en riesgo social. Aquí radica una de las principales deudas del Estado chileno, cuya conducta al respecto ha sido sencillamente indignante. Pero nuestros esfuerzos no se agotan en los niños nacidos. También debemos atender a aquellos que aún no abandonan el vientre materno y que en muchas partes del mundo corren tanto riesgo ahí como en un país en guerra. Ello exige comprender que tras el drama del aborto subyace un auténtico problema social, que suele comenzar con una madre abandonada. Por lo mismo, hay que atacar desde la raíz las condiciones sociales que hacen probable el aborto, pero sin dejar nunca de afirmar que éste implica el inaceptable asesinato de un niño inocente.

Precisamente por el bien de los niños, la política debe apoyar de manera decidida a la primera y más fundamental de las comunidades que configuran el tejido social, aquella que surge a partir de las relaciones que posibilitan la generación y educación de las personas: la comunidad familiar. Se trata de una realidad análoga o multiforme, cuya máxima expresión de compromiso y realización es el matrimonio entre un hombre y una mujer, pero que indudablemente puede realizarse de muy diversas maneras: una madre soltera junto a sus hijos, un matrimonio y una pareja de abuelos que crían a su nieto constituyen, cada una a su modo, una comunidad familiar. Toda manifestación de ésta, en la medida que permita la transmisión de la vida y de la cultura, merece apoyo y protección por parte de la sociedad y del Estado.

[cita]A partir de esta inspiración y de las ideas aquí expresadas Construye Sociedad trabajará en el desarrollo de una nueva alternativa política, aclarando con firmeza que no somos voceros ni representantes de ninguna tradición ni institución anterior a nosotros mismos, y que no pretendemos ni podríamos pretender agotar las opciones políticas compatibles con una inspiración social cristiana.[/cita]

Uno de nuestros desafíos políticos más grandes y urgentes es precisamente organizar las múltiples dimensiones de la vida común de manera de hacer realmente posible la vida familiar, en sus variadas expresiones. Esto exige repensar, entre muchas otras cosas, el tamaño de las viviendas (especialmente las viviendas sociales), el costo de la educación para las familias, nuestro régimen tributario y la extensión de las jornadas laborales. En general, urge buscar con creatividad y tesón todos aquellos medios que ayuden a fortalecer los vínculos entre las personas y grupos, colaborando a reconstituir progresivamente un tejido social cada vez más debilitado. Particular importancia en este sentido tiene avanzar hacia una desconcentración del poder, con vistas a hacer parte de la marcha de nuestro país, de manera creativa e institucional, a las comunidades locales, como barrios y comunas; a las asociaciones de trabajadores, como sindicatos y gremios; a las múltiples asociaciones voluntarias, como empresas, fundaciones y ONG; y a las propias familias y personas que las componen

En efecto, si a algo está llamada la política es a fortalecer el conjunto de comunidades que configuran a la sociedad. Pero si no queremos caer en asistencialismos indeseables, la auténtica solidaridad no puede comprenderse sin la subsidiariedad. Subsidiariedad significa ayuda, y exige a las agrupaciones o comunidades superiores prestar ayuda a las inferiores, contribuyendo a su desarrollo y acción. El espíritu de la subsidiaridad en principio es la autogestión, es decir, la conciencia de que son muchas las materias y ocasiones en que dirigir desde arriba los asuntos humanos sofoca la libertad creativa de las personas y comunidades, y termina por atentar contra la participación política y social.

Pero, precisamente por lo mismo, no puede por ningún motivo pensarse la subsidiariedad como un argumento para desentenderse de los problemas sociales ni para desmantelar la necesaria protección estatal cuando ella es requerida. Antes bien, la verdadera subsidiariedad persigue un sano equilibrio entre autonomía y asistencia, que permita la promoción de las comunidades que articulan la sociedad. Este principio grava especial pero no exclusivamente al Estado, y le exige ir en ayuda de las comunidades menores cuando la espontaneidad de la iniciativa humana resulta insuficiente. La subsidiariedad se aparta tanto del abandono como del asistencialismo, y rechaza los blancos y negros propios de las ideologías que ensalzan o rechazan irreflexivamente el accionar del Estado.

Al revisar la dimensión territorial de nuestra nación y su consecuente organización política, nos damos cuenta de que los barrios, comunas, provincias y regiones apenas gozan de una mínima autonomía local, a la vez que están radicalmente debilitadas. La imperiosa desconcentración de los espacios de tomas de decisiones va de la mano de entender adecuadamente el sentido de la subsidiaridad, y de hasta qué punto es necesaria su adecuada aplicación para fortalecer el tejido social de nuestro país. En cada plano en que las sociedades menores sean sustituidas por las mayores, la vida social tenderá a marchitarse, acarreando múltiples problemas sociales; y a la inversa, en cada plano en que las sociedades menores cuenten con la justa ayuda de las mayores, será posible que florezca la vida comunitaria como reflejo natural de la sociabilidad humana.

Por todo lo anterior, si bien el crecimiento económico es un elemento de gran importancia para el progreso de los países, no basta por sí solo: para ser sinónimo de auténtico progreso debe estar al servicio de las personas y de la comunidad en general. Aun sabiendo que el aumento de la riqueza es un bien en la gran mayoría de las ocasiones, especialmente cuando permite salir de situaciones de pobreza, un aumento radical de la riqueza que deja a un sector de la sociedad como meros espectadores puede incluso llegar a resultar contraproducente, en la medida que las relaciones sociales se dañan y la comunidad política se debilita. Los criterios de eficiencia son útiles y necesarios para evaluar muchas decisiones, pero son absolutamente insuficientes al momento de preguntarnos por la justicia de la sociedad, y por ello entronizarlos como criterio último de deliberación es una grave equivocación política. El mercado es una consecuencia de la libre iniciativa, cuyo respeto es una exigencia de justicia, pero siendo un instrumento muy útil para la asignación de recursos, resulta totalmente insuficiente como motor exclusivo del desarrollo.

Construye Sociedad afirma estas y otras ideas inspirado en el pensamiento socialcristiano, en el que este movimiento reconoce su orientación fundamental. Se trata de una doctrina política, no religiosa, fundada en las enseñanzas sociales vertidas por el cristianismo y por la tradición central de la filosofía política y moral de Occidente. La principal fuente de estas enseñanzas es la Doctrina Social de la Iglesia, cuyos principios recogemos bajo nuestra responsabilidad. A partir de esta inspiración y de las ideas aquí expresadas Construye Sociedad trabajará en el desarrollo de una nueva alternativa política, aclarando con firmeza que no somos voceros ni representantes de ninguna tradición ni institución anterior a nosotros mismos, y que no pretendemos ni podríamos pretender agotar las opciones políticas compatibles con una inspiración social cristiana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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