Dada esta influencia de los principios neoliberales en la evolución del Simce, no debe extrañar que los objetivos del sistema aludan a ideas tales como la del “valor agregado”, la “rendición de cuentas” o el interés por “informar a la demanda”, términos claramente relacionados con los procesos productivos y mercantiles que articulan el sistema económico.
Desde su creación en el año 1988 hasta la actualidad, el Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (Simce) ha experimentado importantes transformaciones en virtud de la evolución que ha tenido la sociedad chilena y el sistema educativo nacional. Sin embargo, pareciera ser que existen importantes elementos de continuidad en tal recorrido. Dicha afirmación descansa en la constatación de que, tanto ayer como hoy, el interés por medir el logro de los elementos propuestos dentro del currículum nacional, la utilización del Simce como una herramienta para comparar el rendimiento de las instituciones y la rendición de cuentas que directores y docentes deben realizar por los resultados obtenidos en las pruebas, concentran los esfuerzos de quienes han dirigido e implementado dicho sistema a lo largo del tiempo. Una clara muestra de lo anterior, la encontramos en los lineamientos de importantes documentos ministeriales, como, por ejemplo, los Folletos Técnicos para docentes y directivos de 1988 y 1994, el Informe de la Comisión Simce del 2003 y el Plan de Evaluaciones Nacionales e Internacionales del 2012.
Que el interés por medir el cumplimiento del currículum se presente como un aspecto transversal, no debe llamar la atención, ya que dicho objetivo es fundamental para la creación y continuidad del sistema. Sin embargo, sí es relevante la permanencia de los dos elementos restantes, pues a partir de ello se constata la preeminencia de lógicas neoliberales en la evolución del SIMCE, manifiesta tanto en el lenguaje utilizado a la hora de definir sus principales objetivos como en las decisiones que han tenido lugar durante el período que va desde 1988 hasta la actualidad.
[cita]Dada esta influencia de los principios neoliberales en la evolución del Simce, no debe extrañar que los objetivos del sistema aludan a ideas tales como la del “valor agregado”, la “rendición de cuentas” o el interés por “informar a la demanda”, términos claramente relacionados con los procesos productivos y mercantiles que articulan el sistema económico.[/cita]
¿Cuál es el fundamento para sostener la primacía del neoliberalismo en dichos aspectos? La influencia que tienen en dichos pilares las ideas planteadas por Friedrich Hayek en Camino de Servidumbre y las nociones de economistas neoliberales nacionales plasmadas en El Ladrillo: bases de la política del gobierno militar chileno.
La primera señal relevante la encontramos en la lógica de la eficiencia que subyace en el afán por utilizar el Simce como herramienta de comparación, pues se establece como objetivo prioritario que las instituciones educativas conduzcan a sus estudiantes a la obtención de buenos resultados en las pruebas que rindan, para destacar de esta manera en los rankings que periódicamente se elaboran. Como consecuencia de ello, no sólo se dejan a un lado otras dimensiones relevantes en los procesos escolares (intereses, motivaciones y el compromiso de la comunidad educativa, las dinámicas de enseñanza-aprendizaje y el ambiente que se genera al interior del aula) sino que también se instala la idea de que las instituciones mejor posicionadas en el ranking serán eficientes y estarán asociadas a una educación de calidad, por lo que los padres deberían preferir dichos establecimientos por sobre aquellos mal posicionados en el ranking nacional, ya que ellos no cumplen con los estándares de eficiencia y calidad esperados. De esta manera, el Simce opera como una herramienta que informa y moviliza la demanda, pues, a partir de los resultados, se trasladan los recursos humanos y materiales hacia aquellas instituciones que mejor desempeño tengan, lo que nos recuerda inmediatamente el principio planteado en el marco del Ladrillo…, cuando se menciona que “los recursos productivos abandonarán las actividades más ineficientes y se volcarán hacia las actividades más eficientes”.
En función de lo anterior se genera una frenética carrera de los establecimientos educativos, cuya meta es la obtención de buenos puntajes, con lo que se legitima la percepción de que la competencia debe ser el eje articulador de toda actividad humana, pues –según Hayek– ella es “el único método que permite a nuestras actividades ajustarse a las de cada uno de los demás sin intervención coercitiva o arbitraria de la autoridad”. Tal percepción será evidentemente asimilada por los economistas nacionales, quienes sostienen que el escenario ideal dentro de nuestro país es aquel caracterizado por “el funcionamiento de mercados impersonales, no sujetos a la discrecionalidad burocrática, pero sí regulados por la competencia y por la existencia de un adecuado conjunto de incentivos, sanciones y controles”, latente en el interés por derivar consecuencias de los resultados obtenidos en el Simce y en el uso de los buenos puntajes dentro de la publicidad de los colegios.
Por su parte, el afán por propiciar una rendición de cuentas a partir de los rendimientos obtenidos en las pruebas, responde al interés por trasladar desde el Estado a la comunidad educativa la responsabilidad por la calidad de la educación, fenómeno que se enmarca dentro de un esfuerzo mayor orientado a la disminución de las tareas de dicho ente en materia educativa. Según Hayek, la intromisión del Estado en los asuntos de la vida en sociedad, atenta contra uno de los principios rectores de la forma de ver el mundo de los neoliberales: la libertad individual. Además de lo anterior, se concibe que la concentración de muchas atribuciones en el Estado es inadecuada, pues “cuando los factores que han de tenerse en cuenta llegan a ser tan numerosos que es imposible lograr una visión sinóptica de ellos, se hace imperativa la descentralización”.
La asimilación de tales ideas por parte de los economistas nacionales supondrá la promoción de “un modelo de desarrollo basado en una economía descentralizada, en que las unidades productivas sean independientes y competitivas para aprovechar al máximo las ventajas que ofrece un sistema de mercado». Dicha perspectiva será la que inspirará la configuración de un sistema educativo en el que «la responsabilidad directa de la formación de los estudiantes estaría en manos de la comunidad escolar a través de sus diversos estamentos (profesores, padres de familia, escolares y personal administrativo) y las autoridades comunales y vecinales, quienes elegirán las autoridades del centro educativo, contratarían el personal, controlarían la enseñanza y adoptarían las decisiones en forma autónoma». En contrapartida, “el Estado, a través del Ministerio de Educación, sólo tendría a su cargo la formulación de la política general, el control de los requisitos mínimos de promoción y currículum y la obligación de financiar el costo mínimo de cada uno que se estuviera educando”.
Dada esta influencia de los principios neoliberales en la evolución del Simce, no debe extrañar que los objetivos del sistema aludan a ideas tales como la del “valor agregado”, la “rendición de cuentas” o el interés por “informar a la demanda”, términos claramente relacionados con los procesos productivos y mercantiles que articulan el sistema económico.
La conjunción de este discurso marcado por el peso de los lineamientos del neoliberalismo y una práctica institucional que se rige por las leyes de mercado, consolida una tendencia preocupante para los protagonistas de los procesos escolares y para la sociedad en general, ya que la homologación de la escuela y la empresa se encuentra instalada en otras dimensiones del sistema educativo. La raíz de ello se encuentra en la modernización educacional impulsada luego del Golpe Militar de 1973, cuyo fin será reestructurar el sistema de acuerdo con la concepción ideológica del ser humano y la sociedad que poseían las nuevas autoridades, lo cual supondrá desestimar consideraciones pedagógicas en este proceso.
En función de todo lo anterior se vuelve urgente la formulación de propuestas orientadas a establecer un sistema educativo y una estructura de medición que reivindiquen la importancia de elementos o esferas que bajo la lógica neoliberal no son considerados. De lo contrario, aspectos como la eficiencia y la competitividad continuarán instalados en las aulas.