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La reforma educacional y el bullshit

Juan Pablo Venables
Por : Juan Pablo Venables Sociólogo, Académico de la Universidad Austral de Chile
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La idea no declarada que está tras quienes exigen enfocarse en “la calidad” –no declarada porque no les interesa la verdad, sino sólo el bullshit– es que los profesores, las metodologías, los textos y todo lo vinculado al aula es de mayor calidad en los colegios particulares, luego vendrían los particulares subvencionados en orden descendente de calidad y, finalmente, en los municipales simplemente la calidad sería menos que mala.


La reforma educacional propuesta por el gobierno ha generado un clima de debate que creíamos extraviado desde las movilizaciones estudiantiles de 2011. Empresarios, sostenedores, estudiantes, padres y apoderados, trabajadores, profesores, políticos y un largo etcétera, nos hemos visto envueltos en la necesidad de conocer de la reforma, pero, más interesante aún, de tomar partido.

Para ser claro desde un principio, escribo esta columna porque creo necesario apoyar la reforma educacional propuesta por el gobierno. La considero necesaria, toda vez que apunta en la dirección correcta respecto del sistema educativo que Chile requiere y de la sociedad que debemos construir. ¿Tiene desaciertos? Sí. ¿Los cambios propuestos son menos profundos que lo que requiere el sistema educativo para ser todo lo justo que debiera? También. No obstante, me parece que estos desaciertos y falta de profundidad no deben hacernos perder la perspectiva del alcance que tienen las reformas propuestas, pero, sobre todo, no deben impedirnos realizar un debate informado, conducente y veraz.

Sin embargo, concuerdo con varios comentaristas que señalan que, pese al clima de debate instalado, estamos más bien en presencia de un pseudodebate. En efecto, la estrategia de desinformación sobreideologizada llevada adelante por RN, la UDI y parte de la DC y, por cierto, algunos desaciertos comunicacionales del gobierno, han contribuido a enturbiar un debate necesario, a privilegiar el comentario beligerante y desinformado y, sobre todo, a quitar del foco la necesidad imperiosa de cambiar lo antes posible un sistema educativo que, por sobre cualquier otra consideración, perpetúa la estructura social y reproduce las desigualdades.

Dicho lo anterior, lo primero que me parece necesario destacar es que los debates que se siguen en los medios de comunicación muestran una falta de análisis de la propuesta misma que no puede ser azaroso. Que la reforma nivela hacia abajo, que no se puede coartar el derecho de los padres de aportar económicamente para la educación de sus hijos, que lo fundamental es mejorar la educación pública y no desmejorar la particular subvencionada, que van a cerrar los colegios particulares subvencionados, que se van a privatizar, que los patines, que la calidad… Sinceramente, creo que todos aquellos que repiten estas monsergas, o no leyeron el proyecto de ley o bien (y esto me parece más factible) no tienen el menor interés en discutir técnica y políticamente el proyecto, sino, lisa y llanamente, quieren derribarlo a como dé lugar. ¿Cuál es su estrategia? El uso sistemático de lo que el filósofo Harry Frankfurt llama bullshit –y que brillantemente releva Fernando Atria en su libro La mala educación–, esto es: no tener intención de buscar la verdad ni discutir en función de acercársele lo más posible, sino de construir un entramado retórico que suene coherente, pero que en la práctica confunde y enturbia.

[cita]La idea no declarada que está tras quienes exigen enfocarse en “la calidad” –no declarada porque no les interesa la verdad, sino sólo el bullshit– es que los profesores, las metodologías, los textos y todo lo vinculado al aula es de mayor calidad en los colegios particulares, luego vendrían los particulares subvencionados en orden descendente de calidad y, finalmente, en los municipales simplemente la calidad sería menos que mala.[/cita]

Para clarificar el concepto, cito el siguiente párrafo del libro de Harry Frankfurt On bullshit. Sobre la manipulación de la verdad, extraído del libro de F. Atria (pp. 129-130): “Es imposible para alguien mentir a menos que crea que sabe la verdad. Producir bullshit no requiere esa convicción. Una persona que miente está, por eso, respondiendo a la verdad, y en esa medida muestra algún respeto por ella […]. Para el bullshitter, sin embargo, nada de esto es aplicable: él no está ni del lado de lo que es verdad ni del lado de lo que es falso. A diferencia del hombre honesto y del mentiroso, la mirada del bullshitter no está en absoluto en los hechos […]. No le preocupa si las cosas que dice describen la realidad correctamente. Él simplemente las toma, o las inventa, para servir sus propósitos”.

Basta una pasada por algunos de los videos que han salido a la opinión pública estos días, para terminar de comprender la cantidad de bullshit y bullshitters que deambulan por ahí. Dejo los links de los videos de Allamand y de Erika Muñoz, presidenta de la Confepa.

No veo una mejor explicación para comprender por qué los padres y apoderados de los colegios particulares subvencionados, quienes debiesen adherir sin condiciones a una reforma que busca evitar que paguen de sus bolsillos la educación de sus hijos, que busca prohibir el lucro de modo que el dinero que pagan (o les subvenciona el Estado) sea utilizado por los sostenedores exclusivamente para mejorar la educación de sus hijos, y busca entregarles el poder de elección de colegios a las familias y no a las escuelas, se hayan puesto del lado de los sostenedores que se oponen a la reforma.

No estoy diciendo, en ningún caso, que a los sostenedores sólo les interese mantener su negocio. A algunos sí, qué duda cabe. Pero como creo que la gran mayoría está interesado en entregar la mejor educación posible a sus estudiantes y en hacer crecer su proyecto educativo, no me cabe más que creer que la mayoría también ha sido víctima de la desinformación y el bullshit circundante, porque basta una lectura atenta al proyecto de ley para despejar cualquier duda: esta reforma no busca cerrar colegios particulares subvencionados ni desincentivarlos. Es más, continúa entregándoles la misma cantidad de recursos por estudiante que a los colegios municipales (cuestión más que debatible). Sólo les impide seleccionar a sus estudiantes, cobrar copago (el que será complementado por el Estado) y les prohíbe lucrar (es decir, retirar excedentes; no se está hablando del pago de sueldos). Más aún, el proyecto contempla un “bono por gratuidad” (también debatible): aquellos colegios que dejen de cobrar copago, recibirán un bono extra por estudiante además de la subvención.

El caballito de batalla del bullshit aplicado al debate sobre de la reforma educacional ha sido, sin duda, la idea de que ésta no apuntaría a lo esencial: la calidad. Se ha usado tantas veces este concepto y con tanta laxitud que es difícil saber qué se está diciendo cuando se lo invoca. ¿Mejorar la calidad de los profesores, de sus condiciones laborales, de la planificación curricular, de los textos escolares, de las metodologías de enseñanza, de los directores, de la infraestructura, de los resultados del Simce? ¿Todos juntos? Por cierto que mejorar en estos puntos es deseable y necesario (con excepción del Simce, que merece más discusión). No creo que haya nadie que se oponga a ello. De hecho –y Eyzaguirre lo ha dicho en reiteradas oportunidades– estas y otras medidas (carrera docente, formación docente, desmunicipalización, etc.) forman parte de un proyecto mayor que será presentando dentro de este año. Es cierto, hubiese sido mejor presentar mayores lineamientos de esa gran reforma primero y luego adentrarse en cada tema, pero, como sea, no debemos caer en la dulce tentación del bullshit, graficado aquí en la “falacia de la calidad” que tanto defiende la derecha, que termina por reducir todos y cada uno de los problemas de la educación a la sala de clases. No hay dudas, las políticas de aula son fundamentales dentro del sistema educativo de un país, pero hace más de 40 años que la sociología de la educación (con Bourdieu a la cabeza) viene aportando evidencias empíricas y teóricas contundentes para derribar el mito funcionalista de creer que lo único importante para el sistema educativo es lo que sucede dentro del aula.

Los argumentos son múltiples y no es posible extenderse mucho sobre ellos acá, pero la idea central es que la escuela es un espacio de reproducción de posiciones sociales más que de distribución según el mérito. Si sumamos la brutal segregación sociocultural y económica de nuestro sistema educativo –y sobre eso tenemos sobrada evidencia en Chile: Mizala y Torche, 2012; Elacqua, 2013; Valenzuela, Bellei y de Los Ríos, 2014, y otros– se vuelve imposible negar que el problema de la educación en Chile es estructural. En otras palabras: los resultados de los escolares chilenos (PSU, Simce, PISA) se explican más por la condición socioeconómica de sus familias que por el tipo de establecimiento en el que estudian y, por cierto, por sobre el mérito individual de cada uno. En consecuencia, la idea no declarada que está tras quienes exigen enfocarse en “la calidad” –no declarada porque no les interesa la verdad, sino sólo el bullshit– es que los profesores, las metodologías, los textos y todo lo vinculado al aula es de mayor calidad en los colegios particulares, luego vendrían los particulares subvencionados en orden descendente de calidad y, finalmente, en los municipales simplemente la calidad sería menos que mala (en el video que el Partido Socialista aporta a este pseudodebate, el diputado Schilling da cuenta groseramente de una patología distinta a la del bullshitter, pero que en este caso tiene los mismos efectos: la falta de comprensión profunda; cuando afirma que “no pueden cobrar por algo que es un mal servicio” [0.46″], no hace más que confundir todo el debate, pues ataca la fuente misma de la reforma: evitar que la educación siga siendo un bien de consumo).

Ahora bien, basándose en evidencias empíricas y teóricas aportadas por la sociología de la educación, es posible sostener que este argumento es, por decir lo menos, discutible. Existe sobrada evidencia sociológica (los autores antedichos y otros) que desmiente la idea lineal y reduccionista de que los profesores son malos en un lado y buenos en el otro, y que eso explicaría todo. El estudio Rendimiento educacional, desigualdad y brecha de desempeño privado/público: Chile 1982-1997, de Bravo, Contreras y Sanhueza, 1999, es uno de muchos ejemplos en este sentido, incluyendo con igual o más incidencia en la explicación de los resultados obtenidos por unos y otros las características socioculturales y económicas del entorno.

Dado lo anterior, y aquí entro al tercer y último punto, me parece correcta la decisión de comenzar con reformas estructurales (selección, lucro, copago) por sobre las reformas del aula. Sin éstas, no es posible siquiera pensar en la mentada calidad. Además, como también se apunta en el proyecto de ley, las medidas pro integración y la prohibición del lucro influyen asimismo en la mejora de la calidad, toda vez que se promueve el “efecto par”, con sobrada evidencia de su efectividad –el artículo publicado por G. Illanes del CEP la semana pasada, que concluye la debilidad de la evidencia empírica sobre la efectividad del efecto par, no dice nada acerca de la evidencia contraria, lo que cuestiona su conclusión de que no sería efectiva– y se asegura que los recursos sean utilizados con fines educativos y no de otro tipo.

Para terminar: es cierto, el proyecto de reforma queda corto en varias materias. Se podría –y se debería– discutir muchas cosas: por ejemplo, por qué financiar con los mismos recursos a la educación pública y a la particular subvencionada. En este sentido, sería interesante saber qué pensaría el diputado F. Kast, quien ha tomado las banderas del ataque a la reforma educacional en la derecha, señalando que lo que ésta debiese hacer es concentrarse en mejorar la calidad de la educación pública, si se propone, justamente para fortalecer la educación pública y mejorar su calidad, entregar una subvención mayor por estudiante a los colegios públicos por sobre los particulares subvencionados. O mejor aún, entregarles financiamiento basal. Me temo que sería una buena manera de desenmascarar parte del bullshit.

También se debiese discutir cuáles serán las consecuencias de la ampliación indefinida del plazo para la eliminación del copago que señaló Eyzaguirre en ICARE, o cómo se justifica no tocar siquiera al 7% de matrícula de colegios privados, o cuestionar la mantención de la lógica de voucher por estudiante que obliga a competir a los colegios municipales y particulares subvencionados por la matrícula, o todas las cuestiones fundamentales de las cuales no se sabe mucho aún: carrera docente, condiciones laborales de los profesores, reformulación o eliminación del Simce, sobrecarga de los planes curriculares, formación docente, etc. No hay duda de ello. Sin embargo, me parece, nada de eso justificaría echar por la borda una reforma como la propuesta, que apunta decididamente a terminar con la lógica reproductiva, segregadora y de bien de consumo del sistema escolar chileno.

Para ello, es necesario que los movimientos sociales, los estudiantes, los profesores, los apoderados y todos los actores individuales y colectivos de la sociedad que estén realmente interesados en terminar con un sistema educativo que reproduce la desigualdad, se informen adecuadamente y discutan responsablemente acerca de este proyecto de ley. Los problemas político-comunicacionales del gobierno y el uso sistemático del bullshit por parte de la derecha y una fracción de la DC, no pueden eclipsar la magnitud del cambio que se está proponiendo ni la necesidad de que dichos actores tomen partido con una ánimo transformador e informado (creo advertir que la Confech está en ese camino).

No podemos fracasar en lo que parece fundamental: avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria, y para ello, es necesario romper con la lógica de perpetuación de la estructura social. La educación es fundamental en esa tarea por su rol altamente estructurante (por eso Kast se equivoca cuando la compara con la vivienda y otros servicios del Estado), pero sin duda no es la única responsable; la salud, los salarios, la segregación urbana, el centralismo, las pensiones, son todas áreas ineludibles y necesarias en un debate serio sobre construcción de sociedad. Todas toman tiempo y son altamente complejas. Tengo la confianza de que si esta reforma educacional logra prosperar, las perspectivas para avanzar en el resto de los temas que urgen al país serán más auspiciosas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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