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Poco pillos III: ¿Dónde estudiaste?

Jorge Fábrega Lacoa
Por : Jorge Fábrega Lacoa Doctor en Políticas Públicas (U.Chicago), académico en el Centro de Investigación de la Complejidad Social de la Universidad del Desarrollo y Director de Tendencias Sociales en Datavoz.
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Necesitamos escuelas más integradas porque necesitamos vencer nuestras sospechas mutuas. Necesitamos inclusión porque en la penetración de la diversidad en nuestros modos de vida está nuestro pasaporte hacia una sociedad que coopera. Necesitamos construir un futuro en que la pregunta “¿dónde estudiaste?” es irrelevante no sólo porque la calidad es buena para todos, sino porque da lo mismo de dónde vienes y lo que importa es cuánto puedes/puedo/podemos construir juntos.


Ésta es la tercera y última columna de una serie en que reflexiono sobre algunas prácticas sociales que debemos corregir para desarrollarnos como sociedad. La primera se llamó “Poco pillos”, la segunda “Para eso están los amigos”. Si es de su interés, las puede encontrar aquí en El Mostrador. Partamos:

Seamos políticamente incorrectos: la pregunta “¿dónde estudiaste?” es una gran pregunta. En serio, es una pregunta espectacular. Es una pregunta muy eficiente para clasificar a un interlocutor del cual no se sabe nada. Con su respuesta esa persona entrega mucha información sobre su nivel socioeconómico, el probable nivel educacional alcanzado por sus padres, qué capital cultural posee, cuáles son sus posibles redes de contactos, la pregunta nos permite aventurar cómo probablemente esa persona ha vivido la ciudad, etcétera. Como ven, es bastante información para un esfuerzo de tan sólo 18 caracteres (espacio incluido).

Pero en lo que debemos poner atención no es en la larga lista de datos que se obtiene o infiere al escuchar la respuesta, sino en el por qué la pregunta se hace en primer lugar. ¿Por qué las personas hacen esta pregunta que se ha vuelto cada vez más odiosa y políticamente incorrecta? La hacen para saber con quién están tratando. En una sociedad de profundas desconfianzas hacia los otros y hacia la capacidad de las instituciones formales de protegernos frente a los otros, es crucial saber quién es quién. Es demasiado importante como para simular que no nos interesa.

[cita] Necesitamos escuelas más integradas porque necesitamos vencer nuestras sospechas mutuas. Necesitamos inclusión porque en la penetración de la diversidad en nuestros modos de vida está nuestro pasaporte hacia una sociedad que coopera. Necesitamos construir un futuro en que la pregunta “¿dónde estudiaste?” es irrelevante no sólo porque la calidad es buena para todos, sino porque da lo mismo de dónde vienes y lo que importa es cuánto puedes/puedo/podemos construir juntos. [/cita]

Y esto está profundamente mal. Es un desastre para nuestro desarrollo. Está mal porque la dinámica que esa pregunta trasluce es que la calidad que esperamos de nuestras relaciones tiene más que ver con características de nuestro pasado que con lo que potencialmente podamos construir juntos a futuro. Es un seguro más que una aventura. Una sociedad así construida puede prosperar pero con el freno de mano puesto, porque gasta demasiada energía en el recelo y la sospecha.

Invertimos demasiado clasificándonos en función de nuestro origen y seguiremos haciéndolo al menos que nos encontremos los unos y los otros allí donde se forman los pocos espacios de confianzas que hoy poseemos. Y es aquí donde el sistema educacional cumple un rol clave para salir de este mal equilibrio.

En el debate sobre la eliminación de la selección que se propone en la reforma educacional mucho se discute sobre si aquello incidiría o no en la calidad de la educación (ése es el debate sobre el efecto pares) y, de acuerdo, la calidad de la educación es un tema muy importante. Pero avanzar hacia un sistema educacional más integrado e inclusivo es un proyecto social cuyos beneficios desbordan con creces la formación de capital humano. Necesitamos escuelas más integradas porque necesitamos vencer nuestras sospechas mutuas. Necesitamos inclusión porque en la penetración de la diversidad en nuestros modos de vida está nuestro pasaporte hacia una sociedad que coopera. Necesitamos construir un futuro en que la pregunta “¿dónde estudiaste?” es irrelevante no sólo porque la calidad es buena para todos, sino porque da lo mismo de dónde vienes y lo que importa es cuánto puedes/puedo/podemos construir juntos.

No existe quizás desafío social más importante para el Chile contemporáneo que acabar con la selección en el sistema escolar apuntando a que ello se haga efectivo en todo el sistema. Y quizás no tengamos en mucho tiempo otra oportunidad como la actual para hacer que aquello sea posible.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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