Delincuencia: la cueca en pelotas
La sensación de impunidad, o mejor dicho la falta de autoridad, existe en el ambiente de un buen tiempo a esta parte. Soslayarlo significa no entender nada. Y si bien es cierto nuestros índices son buenos, la realidad que uno observa no se condice con las cifras oficiales.
Esto es la cueca en pelotas. No tiene otro nombre. Uno sufre un asalto, o un robo, y el sentimiento de vulnerabilidad llega hasta el infinito. Hace catorce días, quisieron llevarse mi auto, mas no pudieron. Hace doce, ladrones estuvieron 10 minutos en la casa de mi hermana sin que, afortunadamente, los que ahí moraban se dieran cuenta. El sábado recién pasado, otros amigos de lo ajeno ingresaron a la casa de otra hermana y los bienaventurados se vieron premiados, además, con el vehículo familiar. Recientemente, al menos dos ladrones ingresaron a la casa y pieza de mis padres, con el consabido pesar que ello significa. Un dolor en el alma.
Lo anterior trae aparejado un sentimiento muy profundo. Aquel grito desgarrador de quien se siente vulnerado, afecta. Aunque, quizás, vulnerado no es la palabra correcta, sino que «violado» es más acertado. Sí, violado es más certero porque significa que se pasa a llevar la intimidad en su sentido más profundo, o la inocencia para otros, pero asociado, para peor, a un sentimiento de impunidad que subyace en el ambiente.
Y aquella impunidad es un requisito de la esencia de esta cueca. Porque uno no sabe qué pensar, salvo agradecer a Dios por tener salud. Sin embargo, un análisis más acabado y racional, y sobre todo ante acontecimientos como los de reciente y público conocimiento, deben hacer reflexionar a la autoridad de una vez porque, en definitiva, el pacto social del que somos todos socios, no se está cumpliendo de parte del Estado. Yo puedo hacer lo posible, como ciudadano, por evitar actos delictivos, pero no está en mí prevenirlos ni menos reprimirlos. Ese rol le cabe a la autoridad, partiendo por el ministro del Interior, luego las fiscalías, y el Poder Judicial.
[cita]La sensación de impunidad, o mejor dicho la falta de autoridad, existe en el ambiente de un buen tiempo a esta parte. Soslayarlo significa no entender nada. Y si bien es cierto nuestros índices son buenos, la realidad que uno observa no se condice con las cifras oficiales.[/cita]
Pero, eximiendo a las fiscalías y el Poder Judicial, porque sinceramente no pueden ir más allá de lo que la ley les ordena cumplir, aun cuando moleste a los políticos, uno sí puede exigir más de la Autoridad Política, desde la Presidenta Bachelet hasta el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo.
Y es acá donde uno ve que las señales son erradas porque la debilidad de los gobiernos democráticos, duela o no, se irradia con una facilidad asombrosa. Se replica en el conflicto de La Araucanía, en los estadios y las barras, en las protestas, en la delincuencia y en el proceder de Carabineros, estos últimos, francamente víctimas, más preocupados de que un político de poca monta no exija que se le dé de baja si son duros con quien altere el orden público, que de resguardar a éste.
La sensación de impunidad, o mejor dicho la falta de autoridad, existe en el ambiente de un buen tiempo a esta parte. Soslayarlo significa no entender nada. Y si bien es cierto nuestros índices son buenos, la realidad que uno observa no se condice con las cifras oficiales. Así, como no sacamos mucho sosteniendo que Chile crece al 5%, si esta cifra no irradia a la población, vis a vis, podemos tener índices de países desarrollados en orden de tasa de homicidio y delincuencia, pero de poco sirve si no se nota.
En conclusión, estamos frente un hecho indesmentible, donde la pérdida del pudor, del respeto a las normas de parte de delincuentes prevalece por sobre el orden y la seguridad. Y, aunque les duela a los gobiernos democráticos, y en especial a aquellos de izquierda, deben sacarse de una vez la mufa que el respeto, el orden y la seguridad no significa un gobierno autoritario sino que, por el contrario, pleno e irrestricto apego institucional conforme al pacto social que todos hemos acordado. En otras palabras, que la autoridad no tenga temor de ejercer aquello que le da nombre y para lo cual fue elegida: el ejercicio de la autoridad.
De lo contrario, seguiremos en presencia de esta cueca, cada día más invasiva, cada día más deslucida que no nos hace sino preguntarnos cuándo perdimos la inocencia en materia de seguridad.
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