La resistencia ante el diálogo no construye, y puede ocasionar daños irreparables a la estabilidad social y a la comprensión de esta construcción de un Chile que pide a gritos una transformación desde sus bases.
Me dediqué esta semana a leer, escuchar y ver todo lo que se escribió, dijo y ejecutó en relación a la reforma educacional. Al hacerlo contemplaba a los adultos de los barrios marginales de nuestras grandes ciudades y observaba que la gran mayoría había recibido una muy mala educación formal. Se me vinieron a la mente imágenes de cientos de jóvenes de La Pintana, Michaihue, Alerce, Óscar Bonilla, Los Areneros, Alto Hospicio, Las Compañías, Bajos de Mena, La Chimba, etc., que terminaron recientemente su educación formal y no lo parece, otros que no la terminaron y que viven frustrados, y bastantes que, dadas las circunstancias, ya tomaron caminos de autodestrucción y ruptura social. Todo esto me removió el alma; revisé los últimos resultados de las encuestas de salud mental infantil y juvenil, de consumo problemático de alcohol y drogas en esa edad, de suicidios, vi los del Pisa y la comparación entre los países, me documenté para comparar los colegios particulares, particulares subvencionados y municipales (y los miré a la luz del último Simce y PSU), vi los indicadores de desarrollo de los niños que pasan por la educación preescolar y que vienen de sectores socialmente excluidos, y con todo esto me vino una profunda tristeza. ¡No es justo lo que sucede, no nos aporta al desarrollo ni es fuente de felicidad humana!
Por ello no he dejado de recordar también a los niños de Cunco Chico, donde me tocó visitar hace unos meses una escuela, a esos jóvenes de enseñanza media de Los Muermos que me recibieron con tanto afecto, a las niñas de un liceo de Loncoche que hicieron una maravillosa acción social y me tocó premiar, a los que asistieron en Temuco al encuentro de educación y solidaridad, a los adolescentes de un liceo comercial en Rancagua, a los que estaban encarcelados en La Serena y trabajaban en talleres, a los de un colegio particular de Antofagasta… en fin, a millares de niños y jóvenes con los que he tenido el regalo de estar durante estos meses en sus escuelas, liceos y jornadas solidarias. En ellos y ellas si veo una gran esperanza, superior a la de sus padres, infinitamente más lúcida que la de tantos adultos atemorizados ante las necesarias transformaciones, o esos pocos que aún permanecen encerrados en sus ideologías, apremiados por sus mezquinos intereses (no solo materiales) incapaces de mirar a largo plazo pensando en el bien mayor de todos.
La lucha que estamos viendo entre los adultos está plagada de ofensas, descalificaciones, hasta humillaciones. Las argumentaciones se agotan a los pocos minutos de iniciar los diálogos y después nos invaden cegueras interminables, y si miramos nuestros resultados no nos queda más que avergonzarnos. Aún hay tiempo para emprender un rumbo más de concordia y, para hacerlo, por lo menos veo que hay tres grupos de valores, actitudes y modos de proceder que deberían predominar, estos son: humildad y apertura, escucha y diálogo, y prescindir de los intereses personales para pensar en grande, es decir, creer y actuar pensando en nuestros niños y jóvenes de Chile (en TODOS, no solo en los propios hijos).
[cita]La resistencia ante el diálogo no construye, y puede ocasionar daños irreparables a la estabilidad social y a la comprensión de esta construcción de un Chile que pide a gritos una transformación desde sus bases.[/cita]
¿En qué momento estalló una guerra y no una discusión civilizada? Hemos visto la ausencia de diálogo y sectores que empujan campañas que causan pánico en vez de aportar a comprender el trasfondo de un cambio necesario para hacer de este un país más justo y sensato.
Cualquier transformación social profunda implica ceder, aceptar, acomodarnos y escuchar. Sobre todo escuchar y sentarse con flexibilidad a dialogar en búsqueda del bien común. No parece leal con los sectores más vulnerables –por donde se le mire– comenzar una pelea por los medios y propiciar la desinformación.
La resistencia ante el diálogo no construye, y puede ocasionar daños irreparables a la estabilidad social y a la comprensión de esta construcción de un Chile que pide a gritos una transformación desde sus bases.
Se ha insistido en que el proyecto de la reforma educacional está pensado para no perjudicar a ningún sostenedor que quiera llevar adelante, como ha sido hasta ahora, su proyecto educativo y el aporte que realiza a una educación equitativa e igualitaria, de calidad para todos los sectores por igual. La invitación es a que los involucrados permitan que se den espacios de comprensión del proyecto y de las facilidades que se les da en este proceso de ajuste y cambio. Sentarse a conversar es el primer paso para despejar dudas y temores.
Todos queremos un país que, desde lo más profundo, sea justo e inclusivo. Para esto, sobre la mesa lo primero que hay que poner es el bien común, dejando abajo de la discusión individualismos. Por esto, es imposible no pensar en la espera de ese millar de niños/as y jóvenes de todo Chile, que sí mantienen la esperanza viva.
Toda esta tarea magnífica y necesaria no será fácil pero rendirá frutos espectaculares de armonía y trato social, de desarrollo integral y justicia. El mismo Padre Hurtado decía que esta última era “una virtud difícil, muy difícil, cuya práctica exige una gran dosis de rectitud y humildad… el amor a la justicia nos llevará a estar muy atentos en nuestro trato social”. Cuidemos, pues, el trato y pensemos en grande, tenemos en nuestras manos una gran oportunidad que marcará la vida e historia de nuestra nación.