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Sobre “El silencio de la filosofía”

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Por: William Tapia


 

Señor Director:

Cómo no sentirse un poco renovado por la columna de don Fernando Miranda acerca del «Silencio de la Filosofía» en nuestro país. Es casi como un viento fresco, una bocanada de aire que nos faltaba al ir subiendo el risco. A veces sentir que al menos otros empiezan a pensar y a decir lo que piensan –pueda uno estar de acuerdo o no– siempre es un alivio. Le recuerda a uno que vivimos en una sociedad donde se respeta aunque sea un poco ese concepto esquivo y hasta pordiosero ante los ojos de muchos, que es la Libertad.

Pero creo hay un elemento a analizar que debiese tomarse en cuenta antes de ovacionar «a pie juntillas» la columna de don Fernando. Por un lado, está la crítica academicista. Sin duda, la especialización de la filosofía –algo nunca antes visto sino hasta nuestros días– ha llevado a que esta sublime –de por sí lo es, en el sentido más técnico de la palabra sublime– disciplina a profesionalizarse. Y, claro, ¿en qué se ha convertido la filosofía por la andanada mercachifle? En un tema profesional. En eso, quizá me arriesgo, todos los que estudiamos en su momento filosofía, estamos de acuerdo. ¿De qué se tratan los papers que escribimos en la universidad para pasar las materias? ¿Sobre qué rezan nuestras tesis elaboradas con tanto sudor durante un año o más en los posgrados? Tratan de lo que dijo alguien, y a veces ni siquiera en tono discrepante, sino elegíaco. En eso don Fernando no se equivoca, y hemos sido todos los que estudiamos esta carrera meros cómplices, incluso aquellos que enarbolan hoy reformas que «huelen» a gladiola, o incluso a desperdicios de tanto que su prócer pasó en la cárcel.

Con todo, me parece sumamente importante recordar algo. Antes ya de decirlo, me parece oír los gritos insultantes vociferados con saliva que hierve de rabia. Don Fernando habla de que los filósofos chilenos –dentro de los cuales me cuento– hemos estado tan ocupados en nuestros «trabajos arqueológicos», que no nos hemos ocupado de los asuntos de la sociedad y, por lo mismo, no hemos sido útiles. Por estar embelesados en las filosofías antiguas, no hemos creado nuevas visiones de mundo ni nos hemos ocupado de criticar la que ya está. Me permito preguntar, ¿será cierta esta caracterización o es que simplemente el trabajo filosófico hace menos ruido? ¿Es verdad o es que los filósofos siempre trabajamos en los cimientos y no en la superficie?

Desde que me he entrometido en los vaivenes de la filosofía, he logrado vislumbrar algo importante: los filósofos, y especialmente muchos chilenos, bajaron de la torre de marfil hace rato. En mi temporada de estudios en la Universidad de Chile, nunca vi a unos de mis compañeros diciendo: «Yo paso de la política…». A pesar de tener que basar nuestros trabajos en «lo que pensó otro», hemos estado metidos en los problemas de la gente, pensándolos y repensándolos –un pequeño «guión» para parecer filosófico–, y llevando nuestras ideas a distintas instancias políticas y sociales. No he de mencionar casos específicos, pero muchos de aquellos que estudiamos filosofía juntos –don Alfonso Pizarro, Cristóbal Portales y otros– han formado parte de «Izquierda Autónoma», uno de los grupos que precisamente ha estado detrás de los problemas sociales del Chile de hoy, y que no ha renunciado a encomiar la filosofía como alimentador de base de su proposición política y social.

Y ¿qué decir del difunto y gran filósofo Humberto Giannini? El prócer recientemente caído dio más de alguna conferencia, junto a más filósofos reconocidos, acerca de la gratuidad en educación y los problemas del sistema. Estos temas se discuten, se piensan, se critican, a pesar de no salir en los diarios.

Yo mismo –a pesar de estar en una vereda más bien contraria a la de muchos de mis compañeros filósofos que he mencionado–, también he discutido, criticado, hasta «peleado» por lo que creo, a nivel de movimiento político, como a nivel social.

¿Qué ha pasado que usted no se ha enterado, don Fernando? ¿Cómo es que usted no ha visto ni oído mis peleas y las de los demás estudiantes de filosofía y filósofos que han hablado y están pensando Chile? Quizá sea porque la filosofía «no se las da de campechano», es decir, no viene a imponer ideas a los demás de una forma bruta y altisonante. La filosofía hace trabajo arqueológico, tal como usted dice, pero trabajo arqueológico de las bases de las personas. Las conversaciones y discusiones innecesariamente violentas que debemos soportar con otros, los movimientos políticos de los que somos partes, las marchas a las cuales mis compañeros han adherido, los baños que se han tenido que dar por las mojadas «gratuitas» del guanaco, son hechos diáfanos de que la filosofía no está dormida, no está en las nubes ni en las torres de marfil, haciendo oídos sordos a las súplicas de los barriales, de los cuales somos parte.

Por último, claro, quizá mis compañeros y yo no somos grandes creadores de visiones de mundo, y seguimos pegados al polvillo de lo casi «arcaico», pero otros filósofos chilenos ya han hablado un poco más, y no olvide los grandes pasos de nuestro maestro fatal: Sócrates no escribía ni armaba «mastodontes» literarios como Hegel o Kant, pero bien que se las arreglaba silenciosamente para hacer trabajo filosófico. No se olvide, no fue hasta que se hizo público que lo mataron, pero el trabajo filosófico, ya estaba hecho.

William Tapia

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