En los últimos 100 años la psicología ha diseñado y estudiado diversas pruebas o baterías de test para describir y evaluar las características del desarrollo de niñas y niños pequeños (preescolares de 3 a 5 años). Estas pruebas se han orientado a evaluar diversos ámbitos, incluyendo el área intelectual y motriz, la conducta adaptativa y el desarrollo social-emocional. El objetivo ha sido principalmente detectar y prevenir tempranamente desviaciones, dificultades y trastornos, por lo tanto, no han sido nunca evaluaciones realizadas con regularidad sino que en forma excepcional ante algún signo de dificultad en el desarrollo.
Aunque estas pruebas existen, su uso a nivel nacional es desconocido. Estudios extranjeros, en especial de Estados Unidos, reportan que las características psicométricas de estas pruebas (precisión, estabilidad y validez de las medidas) son generalmente mucho más bajas que las que se pueden encontrar en instrumentos dirigidos a la población escolar o de adultos. Este fenómeno obedece, principalmente, a la inestabilidad conductual propia del desarrollo infantil.
[cita] Pretender que a través de un proceso de selección basado en pruebas estandarizadas, propias del quehacer científico y ético de la psicología, se pueda determinar si un preescolar podría “adaptarse” o “ser afín” a un determinado proyecto educativo, o aprender, es, a todas luces, imposible. Responsablemente debemos decir que esta selección no se puede basar en el conocimiento psicológico actual. [/cita]
Los mecanismos de selección que actualmente se aplican en los establecimientos educacionales del país obedecen a la práctica histórica de pensar el sistema educativo desde la enseñanza y no desde el aprendizaje. A través de la selección un establecimiento escolar quiere asegurar que las prácticas de enseñanza que históricamente ha desarrollado den frutos, es decir, que equipen a los estudiantes de aquellos conocimientos (en un amplio sentido) que un grupo ha decidido que son relevantes. Estas prácticas se desarrollaron históricamente desde y para la elite de las elites, siendo muy poco dinámicas: han probado ser resistentes al cambio y muy homogéneas alrededor del mundo. De lo que se trata entonces es de escoger bien a aquellos estudiantes (y familias) que son sensibles a este tipo de prácticas, para cumplir con un mandato básico de sobrevivencia institucional.
El problema es que la selección en los colegios, privados o públicos, no se basa en la capacidad que tiene un niño de aprender. Por dos razones básicas. La primera es que aún sabemos poco de qué es aprender en la escuela. Y lo poco que sabemos no coincide con las maneras en que masivamente se enseña en la escuela. La segunda es porque el aprendizaje como proceso psicosocial básico no discrimina tipos de niños. Todos los niños y niñas pueden aprender y sobreponerse a experiencias previas poco desafiantes en estos sentidos. A la edad en que la mayoría de los niños son seleccionados en los colegios, no es posible sentenciar la capacidad que un niño tiene de aprender. ¿Hay niños que llegan mejor preparados para el aprendizaje escolar? Sin duda, y uno de los factores relevantes es el desarrollo lingüístico (léxico y narrativo). Pero eso, más que ser justificación de su exclusión, es un desafío a los modos de enseñar de esa institución que, a diferencia de lo que pasa actualmente, deberá hacer parte de su enseñanza sistemática a la enseñanza del lenguaje oral.
En estas circunstancias, pretender que a través de un proceso de selección basado en pruebas estandarizadas, propias del quehacer científico y ético de la psicología, se pueda determinar si un preescolar podría “adaptarse” o “ser afín” a un determinado proyecto educativo, o aprender, es, a todas luces, imposible. Responsablemente debemos decir que esta selección no se puede basar en el conocimiento psicológico actual.