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Celebrar el día de la mujer: reconocer injusticias


 

Señor Director:

El día internacional de la mujer fue proclamado hace más de un siglo en la II Conferencia internacional de mujeres socialistas reunidas en Copenhague, Dinamarca. La proclamación pretendía promover la igualdad de derechos y ayudar a conseguir el sufragio femenino universal, en medio de una sociedad industrializada, un periodo en expansión y turbulencia, en medio del crecimiento fulminante de la población. En Chile, recién en 1954 las mujeres participaron en una elección presidencial, llegando recién en 1970 a lograr la paridad con los votantes masculinos.

Celebrar el 8 de marzo es reconocer una vez más que las mujeres ocupamos un lugar limitado y segregado en el mundo, por nuestro género. Es recordar categorías y roles impuestos y autoimpuestos que restringen nuestras capacidades y las de los hombres. Es conmemorar injusticias y estructuras de privilegio que dividen a la sociedad entre las débiles y los fuertes. Pero también es reconocer los avances que hemos obtenido, pensar hacia dónde queremos avanzar y qué tipo de sociedad queremos construir.

La lentitud con la que en nuestro país nos hemos hecho cargo de las injusticias basadas en el género, se ha manifestado tanto en la participación electoral, como también en diversas situaciones cotidianas, tan enraizadas en nuestra cultura machista y patriarcal que nos cuesta ver con claridad. En el ámbito profesional, por ejemplo, nuestras compatriotas tienen un sueldo menor por un mismo trabajo; tienen menos participación laboral, cuentan con ofertas de menor calidad y ocupan menos puestos de decisión que los hombres. En el ámbito doméstico, se responsabilizan mayoritariamente del cuidado de la familia, imponiendo un rol que supone habilidades y destrezas en el campo de lo afectivo y lo reproductivo. De esta forma -aún en el siglo XXI- las mujeres tienen menos libertad para decidir sobre sus vidas y son más propensas a situaciones de vulneración y violencia.

Según cifras entregadas por el Servicio Nacional de la Mujer, en nuestro país una de cada tres mujeres es víctima de violencia en la pareja. La violencia sufrida por la mujer es la expresión más brutal del machismo y se manifiesta de diversas maneras: física, psicológica, sexual, económica e incluso a través del acoso callejero. Cuando la situación de violencia empeora puede llegar a un femicidio, entendido según el SERNAM, como un homicidio cometido contra la mujer que es o ha sido conviviente o cónyugue del autor del crimen. Durante el año 2013 se registraron 40 de estos crímenes a lo largo del país, la cifra se repite para el año 2014. En relación al 2015 la situación es similar, a pesar de los esfuerzos la cifra ya alcanza 8 femicidios. La situación empeora si consideramos todos los homicidios a mujeres causados por conflictos de género, pero que no fueron provocados por parejas o conyugues.

En el resto del continente encontramos cifras aún más terroríficas, si consideramos que según un informe publicado en el año 2012 por Small Arms Survey,  14 países de Latinoamérica y el Caribe se encuentran entre los 25 estados con mayor tasa de femicidios en el mundo. La CEPAL, por su parte, en un informe publicado el año 2011 por el Observatorio de igualdad y Género de América Latina y el Caribe, afirma que se registraron 466 muertes de mujeres ocasionadas por sus parejas o ex parejas en 12 países de la región, donde Chile ocupa el cuarto lugar con más casos (40), solo superado por República Dominicana (127), Colombia (105), y Perú (61 casos).

Cuando una mujer muere en manos de su pareja o ex pareja, fue porque no se encontraron las alternativas para resolver los conflictos; porque hubo un abuso de poder que permitió ejercer daño hacia el más débil; porque hubo cientos de peleas previas acompañadas de promesas y falsas esperanzas; porque hubo niños y niñas testigos y víctimas de violencia de género, que en medio de la confusión crecen con miedo y normalizando injusticias y vulneraciones.

Para que un femicidio se concrete debe existir una mujer sola, o bien, una sociedad completa que se hace la sorda y la ciega frente a los gritos y moretones. Cuando ocurre un abuso de este tipo, es porque existe un país que acepta y perpetúa de manera cotidiana estereotipos y roles que aseguran la vida de algunos y ponen en riesgo constante la vida de otros. Si una mujer muere en manos de un hombre, se debe a la existencia de pautas de relación aprendidas de generaciones anteriores donde maltratar a la mujer es validado e incluso valorado.

Una mujer víctima de femicidio fue en vida una mujer víctima de violencia, cuyas heridas requirieron puntos y dejaron cicatrices que, de no llegar a la muerte, se cargan por toda la vida. La violencia en el hogar son pesadillas donde los cuchillos y la sangre son los protagonistas, es el terror de esa mujer a salir a la calle y sentirse incapaz de mantener a su familia. Es tener ganas de morir, es perder la identidad, es amar a la pareja y al mismo tiempo odiarlo.

Celebrar el día de la mujer es poner de manifiesto que en nuestro país la discriminación hacia las mujeres se vive cotidianamente, que los derechos humanos son reconocidos solo en algunos y que si continuamos con el maltrato estamos permitiendo la tortura. Recordarlo cada año es reconocer que la construcción de una sociedad más justa debe estar íntimamente ligada a la exterminación de sistemas de desigualdades vinculadas al género. Es poner de manifiesto estructuras de privilegio que fragmentan y degradan el desarrollo de nuestro país. Es hacernos cargo de que la responsabilidad es de la sociedad completa y que solo tomando conciencia de cómo nos relacionamos podremos crecer en equidad y fraternidad.

Ma. Belén Tapia de la Fuente

Psicóloga en Casa de Acogida para Mujeres Victimas de Violencia de Género

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