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La Penta-política: hacia una nueva matriz sociopolítica

Eddie Arias Villarroel
Por : Eddie Arias Villarroel Sociólogo. Vecino del Barrio Yungay.
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Nada más lejana se torna la política, se transforma en un falso discurso, incapaz de interpretar las claves ciudadanas porque se agota en un ejercicio calculador. La ingeniería del “marketing electoral” reemplaza todo relato, reproduciendo una operación donde priman los indicadores de crecimiento por puntos de empleabilidad. Se eligen autoridades cada vez con menos participación, así una fábula repetida actúa como mecanismo dejando a un lado toda pasión, sin mucha inteligencia emocional más que sus efectos visuales, la política se plantea como un tic esquizoide, sin encanto, pero pulsionando el trauma de esta quimera.


En tiempos donde el dinero opera como el “alma de la política” somos testigos fúnebres de su deteriorado “ethos constituyente” –la promesa ilustrada– en una sociedad entrampada en una fase de neoliberalismo radical. La propiedad y el Estado mínimo (subsidiario por obra de Guzmán) fungen como elementos de una cultura que encuentra en la ganancia un fin en sí mismo. Cuando recordamos la despolitización de lo social (que tuvo lugar en los años 80) se produce una ruptura con los ritos valóricos y, desde la actual coyuntura, las últimas “ficciones republicanas” se resquebrajan dramáticamente con el caso Caval. La dignidad de los discursos que promueven la comunidad y la soberanía popular, la polis ciudadana como hegemonía de lo civil, en dichos de Antonio Gramsci, se desplaza a las tecnologías del “shock visual”.

Actualmente se constituyen “máquinas” para defraudar al fisco. Ello más aún si recordamos que el Estado fue reducido por los militares a su más mínima expresión, hipotecando el patrimonio nacional a privados (ajuste estructural), erigidos en una nueva “casta enriquecida”. La célebre consigna de las ciencias sociales (años 90), des-responsabilización del Estado de lo social y privatización del conflicto (demanda) ha llegado a su máxima expresión. Asaltado y maniatado al antojo de los “grupos de presión”, constatamos un Estado defraudado sistemáticamente por la misma ambición, por el mismo afluente de política y negocios. Un pacto con fuero parlamentario, una política reservada, un asunto confidencial, un archivo secreto que no transa su maña, su sombra sobre la conciencia nacional. La palabra caso adquiere relevancia en un año donde hablarán los jueces, los fiscales, los fallos, los escándalos y la mutua estigmatización de las instituciones. Cuando el imperio de la ley dirime la conflictividad aparece un “tercero” que interviene donde la clase política no puede contener sus desgarbos –so pena de la emergencia de caudillismos de nuevo tipo–. Ahora ‘campea’ una gramática jurídica que exacerba el uso y abuso de las “comisiones investigadoras”. La concepción de Morin que lee a la política como un subsistema del mercado, tiene una certeza diametral en la escena nacional e internacional. Constatamos la crisis del relato valórico y la irrupción de una perfomance kitsch, tanto que hasta autistas monocordes pueden ser candidatos a diversas carreras con oportunidad. El estadista se reemplaza por el efecto, y la frase consabida, los grandes discursos son reemplazados por la imagen que vale más que cualquier espacio letrado.

[cita]Nada más lejana se torna la política, se transforma en un falso discurso, incapaz de interpretar las claves ciudadanas porque se agota en un ejercicio calculador. La ingeniería del “marketing electoral” reemplaza todo relato, reproduciendo una operación donde priman los indicadores de crecimiento por puntos de empleabilidad. Se eligen autoridades cada vez con menos participación, así una fábula repetida actúa como mecanismo dejando a un lado toda pasión, sin mucha inteligencia emocional más que sus efectos visuales, la política se plantea como un tic esquizoide, sin encanto, pero pulsionando el trauma de esta quimera.[/cita]

Una sociedad programada y mediatizada por el consumo socio-simbólico cuyo único futuro es el presente radical, donde la polis queda desplazada por la administración tecnológica del deseo y la movilidad social se cambió por las militancias de la tarjeta de crédito y sus moldes de estratificación. Hay algo cierto en la sociedad chilena: el dinero es un valor supremo (la consumación del valor de cambio que denunciaba Marx), y la política como ficción puede terminar en el negocio, el espíritu de la ganancia envenena el espíritu del servidor público dándole a la ficción un sarcasmo ad eternum.

La relación negocio-política es una diada muy arraigada en el capitalismo mundial. La presencia de familiares de Bush en las empresas que llegaban a expoliar el petróleo iraquí, los escándalos de Berlusconi, por nombrar algunos, ocurren cada cierto tiempo como parte de una realidad inevitable, porque es la relación dinero y poder un campus cultural donde la ganancia es el máximo bien, y el éxito es su traducción más completa. La crisis subprime obedece a una especulación sin respaldo monetario real en el sector inmobiliario de USA que se expande a través de activos tóxicos como epidemia por Europa en pleno inicio del siglo XXI. En pleno seno del capital financiero se tejen madejas que avanzan como tentáculos con mucho alcance mundial, cruzan las sociedades determinando los mercados que son la carne del sistema. Así los contagios virales no solo están en el plano de los activos, sino en el plano de una moral ganancista implacable.

En Chile, los casos Penta y Dávalos, en dimensiones distintas representan una cuestión consabida, a saber, estos escándalos develan con crudeza, superando a veces a la ficción, la crisis de sentido que el propio mundo conservador denunció mediante la obra póstuma de Mario Góngora (1981). De esta forma se condiciona el alcance de la política, su consumación como representación de la soberanía de las mayorías. Nada más lejana se torna la política, se transforma en un falso discurso, incapaz de interpretar las claves ciudadanas porque se agota en un ejercicio calculador. La ingeniería del “marketing electoral” reemplaza todo relato reproduciendo una operación donde priman los indicadores de crecimiento por puntos de empleabilidad. Se eligen autoridades cada vez con menos participación, así una fábula repetida actúa como mecanismo dejando a un lado toda pasión, sin mucha inteligencia emocional más que sus efectos visuales, la política se plantea como un tic esquizoide, sin encanto, pero pulsionando el trauma de esta quimera.

En la medida que la ética se divorció de la política (anuncio verbalizado por Hobbes) también está en crisis el lugar de la promesa que centelleaba en la modernidad. Despolitizar la política fue una operación de la lógica del dinero, el capitalismo tiene esa capacidad de fetichización. Para Felix Guattari serán esas “máquinas deseantes” dueñas de una identidad predominante, el deseo como una representación/pulsión que guía nuestro quehacer social. Por su parte, el consumo administra el deseo y culturiza de tal manera que eso lo hace parte relevante de las hegemonías de una época. Esto de reducir los campos de influencia de la política, al achicarla, reduce el espacio político de las mayorías. De tal manera, el marketing actúa como una ingeniería social, hay dispositivos instalados en la propia política, en el seno de las representaciones políticas de la república de Chile, hasta la cocina cruza esta manía.

La política termina así en los pasillos interiores de la sociedad. Antonio Gramsci hace una caracterización de una pequeña política de los pasillos, muy de la sociedad política, de intriga, de negocio. Contrastada por una oratoria de las grandes alamedas, la iniciativa de las grandes movilizaciones, de los sujetos políticos actuando en la historia reciente y pasada. Una política grande y una política pequeña, una política abierta a las masas o una política cerrada. La lucha de contrarios se juega en la gran política de sujetos sociales manifestándose en la escena nacional, la esencia de la política está en el conflicto, en su rol articulador como un antagonismo que puede determinar saltos cualitativos, avances en posiciones. Estos avances pueden abrir espacios culturales que aporten a reordenar el eje de las hegemonías; que se abran espacios para nuevos sujetos políticos es importante, pero también puede ser un maquillaje si no se avanza hacia la generación de nuevos espacios de derechos.

Recobrar la iniciativa movilizadora pasa por restituir la promesa e insistir –a contracorriente– en los discursos como epopeya y no tragicomedia. Devolver el encantamiento consiste en construir un horizonte de sentido y retomar la legitimidad. Por todo lo que le sustrae, el negocio acota a la política, le quita espacios de acción, succiona sus bases de legitimidad. En el marco de la modernidad la política, en tanto conquista social, nos legó que la democracia nunca está del lado de lo dado, sino que responde al campo de lo ganado en la acción colectiva, en los movimientos sociales, etc. He ahí la importancia de retomar la iniciativa política.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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