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Chile evolucionando

Pablo Reyes Arellano
Por : Pablo Reyes Arellano Académico y consultor. Coautor del libro “La nueva élite”
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Chile actual se ve enfrentado a esa fragmentación. Las diversas lógicas imperantes se encuentran una contra otra. La lógica de preservar la moral y valores rígidos se ve enfrentada a la del logro, estrategia y competencia, y también a la de la participación, sensibilidad y relativismo. No calzan, no tienen lenguaje para conversar entre sí. No existen puentes entre una y otra.


 

¿Cuál es el desafío evolutivo del Chile actual?

¿Desde qué a qué estamos evolucionando como país?

¿Cuáles son los riesgos de esa evolución?

Todas estas preguntas nos hicimos junto a Daniel Fernández al decidir escribir el libro La nueva élite (Ed. Catalonia). Comprender el proceso de desarrollo como un fenómeno evolutivo, y no como una línea de inputs y outputs nos dio luces claras para poner una explicación que, a nuestros ojos, nos parece poderosa, aportando una capa de análisis que está en el fondo de lo que somos como chilenos: nuestra estructura valórica y la evolución de esos valores a lo largo del tiempo.

[cita] Chile actual se ve enfrentado a esa fragmentación. Las diversas lógicas imperantes se encuentran una contra otra. La lógica de preservar la moral y valores rígidos se ve enfrentada a la del logro, estrategia y competencia, y también a la de la participación, sensibilidad y relativismo. No calzan, no tienen lenguaje para conversar entre sí. No existen puentes entre una y otra.[/cita]

La teoría cultural evolutiva plantea una vinculación directa entre lo que nos toca vivir, las condiciones de vida en las que habitamos y la forma en que abordamos esas condiciones. En la medida que las condiciones de vida van cambiando o va cambiando nuestra interpretación sobre las mismas, va emergiendo una presión adaptativa hacia las formas de abordar esas condiciones. A mayor complejidad estructural, más evolucionados necesitan ser los sistemas de valores y las lógicas que usamos para abordar esa complejidad.

Esta mezcla de condiciones de vida y la forma de abordarlas funciona como un sistema vivo, en movimiento, que busca equilibrio y conservación y que al mismo tiempo tiene un germen de autodisolución y trascendencia. Así, este sistema va configurando en su devenir un modo propio que opera como un atractor complejo. Atrae para sí aquellas prácticas, valores e interpretaciones que le son funcionales y repele aquellas que no están en concordancia. Esto permite que el sistema se consolide, pero al mismo tiempo va generando fragmentación.

Chile actual se ve enfrentado a esa fragmentación. Las diversas lógicas imperantes se encuentran una contra otra. La lógica de preservar la moral y valores rígidos se ve enfrentada a la del logro, estrategia y competencia, y también a la de la participación, sensibilidad y relativismo. No calzan, no tienen lenguaje para conversar entre sí. No existen puentes entre una y otra.

El desafío actual es lograr trascender estas lógicas fragmentadas y poder acceder a un sistema de valores integrador, flexible, conectado con el propósito, que reconozca las luces y aportes de cada sistema de valores y lo gestione en pos de un propósito país. Necesitamos una Constitución que dé cuenta de eso, de esta complejidad emergente, que considere las estructuras valóricas de los chilenos y trace un camino evolutivo que permita un encuentro en algo más grande que los intereses y visiones particulares.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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