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La Mala Hora

Chile no vive hoy sólo esta crisis de la fe ciudadana. También lo arrasa un viento espeso de verdades y rumores. Todo se comenta. Medio en broma, medio en serio, a voz abierta o en susurro, en cafés, los casinos donde almuerzan los trabajadores, oficinas públicas y privadas, taxis y paraderos de buses. O sea, donde están los votos.


Si Gabo García Márquez viviera, tal vez pudiera reescribir la versión chilena de La Mala Hora. Vivimos una Mala Hora. Aunque sin fieras de circo, campanazos parroquiales para censurar películas, o conspiradores contra el Gobierno en la peluquería de Guardiola.

Nuestra Mala Hora es más profunda que las vicisitudes de aquel pueblo perdido: un lugar convulsionado por lluvias y pasquines de papel, pegados por las noches en las puertas denunciando la vida íntima de sus habitantes. Todos católicos de confesor y Ave María con el cura Ángel.

Nuestra Mala Hora es la fe pública azotada. La confianza en retirada de autoridades e instituciones públicas y privadas. Grave para una sociedad. El diagnóstico está recontraformulado. Todos lo conocemos. Con más o menos detalles. Con más o menos asertividad. Con más o menos cicuta.

¿Cómo llegamos a nuestra propia Mala Hora en este rincón del mundo? La historia es larga y cada cual tiene su opinión. Más o menos autocrítica. Más o menos apasionada. Más o menos mañosa.

[cita] Chile no vive hoy sólo esta crisis de la fe ciudadana. También lo arrasa un viento espeso de verdades y rumores. Todo se comenta. Medio en broma, medio en serio, a voz abierta o en susurro, en cafés, los casinos donde almuerzan los trabajadores, oficinas públicas y privadas, taxis y paraderos de buses. O sea, donde están los votos.[/cita]

Lo que hoy importa de manera urgente es cómo la sociedad chilena se sana del virus de la desconfianza. Cómo se aplaca el caudal del río que en su crecida inundó al pueblo de la Mala Hora del Gabo. Cómo Chile se sobrepone al impacto maldito de los pasquines por el que César Montero asesinó a Pastor, y el alcalde corrupto se enriqueció a costa de entenderse con la basura.

Chile no vive hoy sólo esta crisis de la fe ciudadana. También lo arrasa un viento espeso de verdades y rumores. Todo se comenta. Medio en broma, medio en serio, a voz abierta o en susurro, en cafés, los casinos donde almuerzan los trabajadores, oficinas públicas y privadas, taxis y paraderos de buses. O sea, donde están los votos.

Hay verdades que van siendo probadas. Hay rumores que postulan a ser verdades, o se hundirán en el fango del descrédito. El punto es que hay tanto hecho maligno ya comprobado, que el buen principio de la presunta inocencia está por las cuerdas.

Como en los pasquines de la Mala Hora del Gabo, da lo mismo que esas injurias clavadas por las noches en las puertas de las casas del pueblo sean verdad o mentira. El pueblo las asume verdades.

Entonces, el único camino para salir de nuestra Mala Hora es ser valientes y humildes en admitir nuestras culpas. O sea, es simple, no hay que rebuscar mucho. Y asumir una actitud drástica para consensuar normas que corten con el filo de la mejor navaja, esa maldita costumbre de torcerle la nariz a la honestidad y la decencia. En todos los pelajes.

Ese es el único acuerdo político posible hoy día. Cualquier otro profundiza la crisis y la desconfianza del pueblo en su clase política y sus instituciones. Ya no hay espacio para cambullones de medianoche a espaldas de la ciudadanía.

Nada para medidas de doble intención, que parezcan como que van en el sano sentido, pero emergen disfrazadas de seda pura para ocultar sus trapos sucios. Para tapar. Desviar. Salvar próceres.

Como la intención de algunos senadores de castrar al Servicio de Impuestos Internos, limitando o cercenando sus facultades para querellarse o denunciar delitos tributarios, reencaminándolo para que se dedique tan sólo a recaudar los dineros burlados al fisco. Esa es la tifa para el ladrón: ¡roba al Estado y sólo paga multa! Y tal vez, incluso, te condonen y nunca irás a la cárcel: la parábola de Johnson.

En la cocina sólo puede hornearse el pan y armar el caldo fragante para frenar la corruptela. Venga de donde venga. Caiga quien caiga. Entonces, desde el fondo del abismo, podremos volver a volar en un vuelo más limpio, seguro y elegante como el del águila.

La única manera de romper el vicio del dinero entrometido en la política, es prohibir todo aporte privado a las campañas, sean empresas o personas naturales. Es el Estado el que debe financiar las campañas. A todos por igual con montos razonables. Y quien viole esta disposición, pierde su escaño. Hoy puede parecer impopular el financiamiento estatal, pero no hay otra solución. Cualquier otra, sucumbirá rápidamente ante la acción creativa de los operadores.

Los delincuentes de cuello y corbata deben ir a la cárcel, tras un juicio justo y ejerciendo la suma y resta de atenuantes y agravantes. No equilibrado. Juicio justo. Para ello hay que elevar las penas del Código Tributario y otras fuentes del derecho relativas al delito elegante. Los parlamentarios deben perder sus cargos populares cuando incurran en conductas delictivas probadas en los tribunales.

Hay que fortalecer al Servicio de Impuestos Internos en sus capacidades y atribuciones fiscalizadoras frente al fraude, la evasión y la elusión tributaria.

Todas estas son medidas efectivas, que es lo que hace falta. Golpe rápido. Directo al mentón.

Sólo con esta cirugía gruesa invasiva y otras más finas parecidas, se sale de esta Mala Hora. Hoy no sirven actitudes tibias, conciliadoras y permisivas, frente a lo que tiene a la ciudadanía enardecida con justa razón. No es tan complejo salir de este torbellino, pero hay que actuar. Sólo se requiere voluntad política y valentía para hacerlo. Habrá señorones que se opondrán intentando defender su cuota de poder fáctico marcado por el dinero. No importa. Lo que importa es salir jugando para ganar.

En ese camino, no nos sirven ni el alcalde, ni el cura Ángel, ni el juez Arcadio de la Mala Hora del Gabo. Personajes corruptos o cobardes, pero espectaculares. A nuestra Mala Hora sólo le sirven los rectos, los valientes y los humildes del poder, que de verdad quieren servir al pueblo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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