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El principio del fin

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La “ídola” defenestrada no puede, entonces, avanzar ni retroceder. ¿Qué es lo único que puede hacer? Administrar el desastre, obviamente. Ir echando a los principales artífices que la ayudaron a provocarlo e ir reemplazándolos por “personas razonables”, como Rodrigo Valdés y Jorge Burgos.


Está claro que después de la erupción política registrada en Chile ya nada va a volver a ser como antes y que ha terminado un ciclo. Ahora hay que esperar a que se calme el volcán y que vuelva a salir el pasto de entre las cenizas.

Cuando estalló el caso Penta lo único que cabía pensar era que de ahí en más la revolución marxista en curso, que esta vez la izquierda, con la infaltable complicidad de los kerenskys, está llevando a cabo por vías legales y sin grupos armados protegidos por el gobierno (lo que la diferencia de la de 1970-73), ya no tenía obstáculos por delante. Pero entonces estallaron los casos Caval y SQM, que derribaron de su pedestal a la Santa Madre Carismática Proveedora de Votos (mejor conocida como Michelle Bachelet, que encabezaba el proceso) y con ella cayó su entorno más próximo, donde estaban su hijo carnal Sebastián y su hijo político Rodrigo. Y entonces, según las encuestas, casi todos sus votos se han ido a buena parte.

Claro que ya antes de eso los chilenos, mayoritariamente, se habían ido desilusionando de los pivotes de la revolución: según las encuestas, se oponían a las tres reformas fundamentales iniciales del plan socialista, la tributaria, la educacional y la sindical. Pero, así y todo, quedaba todavía el carisma. Bueno, la erupción Caval-SQM-Martelli-Peñailillo ha terminado por sepultar también al carisma. Ya no queda nada. Esto se termina, señores.

El gobierno es un pato cojo en todo el sentido de la palabra. No puede retroceder, por supuesto, porque los comunistas le harían la vida imposible. Pero si sigue avanzando en sus reformas revolucionarias, será la realidad económica y social la que le hará a vida imposible.

En un mundo en que los países que tenían problemas los están solucionando con las herramientas del mercado libre y con éxito político (Merkel, Cameron, Rajoy), acá vamos en sentido contrario: estamos encaminados al “otro modelo”, al socialismo, como si no hubiera caído el muro de Berlín ni la Cortina de Hierro. Parece que la mayoría autóctona no se ha dado cuenta de por qué cayeron. Es que la mayoría autóctona rara vez se da cuenta de nada hasta que el país se está viniendo abajo, que es cuando llama a los militares.

La “ídola” defenestrada no puede, entonces, avanzar ni retroceder. ¿Qué es lo único que puede hacer? Administrar el desastre, obviamente. Ir echando a los principales artífices que la ayudaron a provocarlo e ir reemplazándolos por “personas razonables”, como Rodrigo Valdés y Jorge Burgos.

Ella, “malgré-elle”, en medio de su desconsuelo, “se ha movido a la derecha”, en términos relativos, por supuesto. Pero ya su proyecto socialista está frustrado. ¿Qué hace una socialista revolucionaria cuando fracasa su revolución? Se convierte en socialdemócrata. Se define como tal al o a la que, no pudiendo destruir el mercado ni derogar la ley de la oferta y la demanda, se conforma con ponerles cortapisas al uno y la otra, creando un “estado de bienestar”, que dura hasta que se termina la plata de los demás, y debe entregar el poder a la derecha, como ha sucedido en Gran Bretaña, Alemania y España, y sucederá en Francia, para que arregle las cosas.

Así también va a suceder en Chile en 2017, para lo cual quedan más de dos años, un tiempo que a todos se nos va a hacer largo, muy largo; pero no tanto como se le va a hacer a ella, y sin duda ya se le está haciendo, cuando, ya visiblemente desencajada, tiene que aplicar el freno. Pero es apenas el principio del fin.

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