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Por qué no obtienen aprobación las reformas del Gobierno: la falta de un discurso de izquierda Opinión

Por qué no obtienen aprobación las reformas del Gobierno: la falta de un discurso de izquierda

Pablo Torche
Por : Pablo Torche Escritor y consultor en políticas educacionales.
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La transformación sociológica de Chile en las últimas décadas ha seguido un camino diametralmente opuesto, que muchos analistas de izquierda simplemente se niegan a ver. En efecto, el mayor cambio de la sociedad no es el de un cansancio ante el sistema de mercado, sino por el contrario, el de una creciente introyección de las lógicas de mercado en todas las esferas de la vida social, lo que ha conducido también a un descarnada privatización de las personas. Los datos están a la vista por todas partes.


En vez de conseguir la aprobación mayoritaria que hacía augurar la holgada victoria de Bachelet en las elecciones, las reformas estructurales de su Gobierno alcanzan un rechazo que bordea el 50%. Esto ha sido rápidamente aprovechado por la derecha para desestabilizar el programa gubernamental en su conjunto y ha dejado a la izquierda más bien inmovilizada, apenas cubierta por el endeble argumento de la influencia de los medios de comunicación, para justificar la precaria adhesión social de las reformas.

En particular, el discurso de aquel sector de la izquierda crítico de las políticas de la Concertación (lo que a veces se denomina “izquierda radical”), se ha quedado sin mucho que decir ante los desarrollos de una realidad que se niega a ajustarse a sus pronósticos demasiado optimistas o, peor aún, facilistas.

Según esta lectura, articulada con más fuerza por intelectuales como Alberto Mayol, y algunos representantes de la Izquierda Autónoma, entre varios otros, la sociedad demandaba hacía tiempo una impugnación total del modelo económico-social de desarrollo. El diagnóstico era el de un ansia generalizada por más Estado y menos mercado, que hacía no solo viable sino incluso inaplazable la realización de cambios estructurales.

Desde este punto de vista, la sociedad estaba explícita, consciente y articuladamente cansada del modelo de mercado, y aspiraba urgentemente a un modelo más igualitario, tendiente a la inclusión y la equidad. Más importante aún, este diagnóstico suponía también que se había producido un cambio “valórico”  en la sociedad (o hablemos de las «personas», para quienes desconfían de las abstracciones), privilegiándose ahora la equidad y la justicia por sobre los intereses individuales y privados. Este diagnóstico, como es natural, dio origen a un pronóstico también teórico, que se inscribió en un complejo lenguaje de condiciones estructurales y fases de cambio histórico, en un lenguaje tipo “18 de Brumario”, que sin duda resulta un poco rígido para realizar un análisis en el siglo XXI.

Como sea, el conjunto de estas ideas se simplificó en lo que partidarios y detractores de esta tesis denominaron un «giro a la izquierda» del país, término que probablemente sus autores suscribirían.

[cita] Las reformas fallan en su aprobación, porque no se ha levantado un discurso político que las conecte con este Chile, individualista, competitivo, segregado. Se pensó que la pega estaba hecha, y la pega hay que hacerla. Se pensó que simplemente la sociedad iba abrazar estas reformas políticas, y la labor de la izquierda –todavía pendiente– es levantar un discurso que permita conectar las reformas y sus beneficios con un proyecto de sociedad que haga sentido a la ciudadanía. [/cita]

La realidad se ha demostrado, sin embargo, completamente esquiva ante ese tipo de arnés. Las reformas han sido vistas con suspicacia y carecen de una base social sólida, lo que ha representado un problema de envergadura para el Gobierno. Por otro lado –y muy significativo–, la ciudadanía se ha mostrado extremadamente permeable a cualquier tipo de discurso crítico de las reformas, incluso a los más desarticulados e inconsistentes. El caso más emblemático lo constituye la campaña de Juan Pablo Swett que, con un discurso supuestamente apolítico, prácticamente convenció a la sociedad de que la reforma iba a afectar a la clase media.

El problema de base de la visión que auguraba un escenario muy propicio para un fácil “giro a la izquierda”, se encuentra en un severo y lamentable error de diagnóstico, originado en la tendencia frecuente a confundir lo que yo quiero que suceda, con lo que realmente sucede. Seguramente a Mayol le gustaría que la sociedad o, digamos, las personas, estuvieran cansadas del modelo de mercado y aspiraran a un modelo distinto, más igualitario e inclusivo (a mí también me gustaría en verdad), pero eso no significa que sea así. El mero deseo no construye realidad, son cosas distintas, a veces opuestas.

Este error de diagnóstico generó también un pronóstico equivocado, y ahora la izquierda se encuentra en la necesidad urgente de articular un nuevo discurso, que explique el sentido y la proyección de las reformas planteadas, y les dé viabilidad ante una sociedad crecientemente desconfiada, que no se encuentra dispuesta a abrazarlas de manera automática.

En la práctica, me parece a mí, la transformación sociológica de Chile en las últimas décadas ha seguido un camino diametralmente opuesto, que muchos analistas de izquierda simplemente se niegan a ver. En efecto, el mayor cambio de la sociedad no es el de un cansancio ante el sistema de mercado sino, por el contrario, el de una creciente introyección de las lógicas de mercado en todas las esferas de la vida social, lo que ha conducido también a un descarnada privatización de las personas. Los datos están a la vista por todas partes. Lo dicen en primer lugar las encuestas, que demuestran consistentemente que la confianza en el esfuerzo personal, la competencia y la desconfianza en el otro, son los sentimientos que se acrecen, no que disminuyen; lo dicen las rejas que levantan los vecinos para protegerse y distinguirse del otro, lo dicen las golpizas “ciudadanas” a los flaites, y la total indiferencia de todos ante ellas (por no decir secreta complacencia), por parte de todos los sectores; lo dicen las decenas de grupos que surgen para defender sus propios intereses por sobre cualquier tipo de preocupación social, incluyendo los alumnos de los colegios emblemáticos, los conductores de vehículos catalíticos y esa masa vaga de supuestos “emprendedores” a los que apela Juan Pablo Swett.

A un nivel simbólico, por supuesto, los signos son mucho más significativos, donde el propio hijo de la Presidenta de la República, que se había ofrecido para desempeñar un cargo ad honorem en el Gobierno, aparece involucrado en dudosos negocios millonarios, hasta el Presidente de la comisión de Minería del Parlamento, que aparece haciendo “pitutos” para una minera a cambio de varios millones (y después dice que nunca pensó que podía ser un problema), pasando por cierto por los realities y la farándula en general, donde todos están dispuestos a comerciar con su vida privada a cambio de dinero.

Desde todos estos puntos de vista, es patente que la sociedad chilena ha tendido a la mercantilización más que otra cosa, una especie de “American dream” degradado, que se transforma en una forma de “ley de la selva” o “sálvese quien pueda”.

Es con este Chile con el que deben conectarse e interactuar de alguna forma las grandes reformas estructurales que buscan un país más inclusivo (reforma educacional), más equitativo (reforma tributaria) y más justo (reforma laboral). Un Chile inscrito en un sistema de mercado, que ha asimilado sus valores (los buenos y los malos), y que se muestra por tanto extremadamente permeable a cualquier discurso o campaña construido sobre la base de este punto de vista.

Las reformas fallan en su aprobación, porque no se ha levantado un discurso político que las conecte con este Chile, individualista, competitivo, segregado. Se pensó que la pega estaba hecha, y la pega hay que hacerla. Se pensó que simplemente la sociedad iba abrazar estas reformas políticas, y la labor de la izquierda –todavía pendiente– es levantar un discurso que permita conectar las reformas y sus beneficios con un proyecto de sociedad que haga sentido a la ciudadanía.

Se ha hablado mucho de que la política necesita nuevos rostros y nuevas prácticas, y eso es completamente cierto. Nuevas prácticas no van a venir de la nada. Necesitan, para gestarse, abrirse paso e instalarse, algún grado de recambio generacional en la política. Es ilusorio pensar que los mismos políticos de siempre van a reformular su forma de actuar de un momento a otro. Pero también se requiere un tercer elemento del que se habla mucho menos: la necesidad de un nuevo discurso desde la izquierda. Uno que se conecte con la realidad del Chile, que se atreva a repensar la izquierda desde la realidad contemporánea, y que sea capaz de encarnar sus valores a través de propuestas que le hagan sentido a la ciudadanía de hoy.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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