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Ideas de país y AC

Ignacio Moya Arriagada
Por : Ignacio Moya Arriagada M.A. en filosofía, columnista, académico
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Todo parece indicar que por fin Chile tendrá una nueva Constitución. La discusión, por lo tanto, ahora pasa a centrarse en el mecanismo que utilizaremos para elaborar esa nueva Carta Fundamental. ¿Comisión Bicameral? ¿Convención Constituyente? ¿Asamblea Constituyente o plebiscito para que la ciudadanía decida? Argumentos a favor de cada uno de estos mecanismos existen muchos. Es tarea de cada uno evaluar, distinguir y separar los buenos de los malos argumentos. Y una vez hecho ese ejercicio, solo queda dejarse convencer por esos buenos argumentos y adoptar una postura. ¿Cierto? Si solo fuera así de sencillo…

Lamentablemente los buenos argumentos por sí solos difícilmente van a convencer a alguien de adoptar una postura a favor o contra de un mecanismo determinado. Entonces, dado que estoy a favor de una Asamblea Constituyente, ¿cómo puedo convencer a quien no está de acuerdo conmigo? ¿Cuáles serían esas razones tan fuertes y potentes que obligarían al otro a aceptar mi punto de vista? Lo cierto es que no lo sé. Pero lo que sí puedo hacer es ofrecer una perspectiva de lo que podríamos lograr como país si realizamos una Asamblea Constituyente y esperar que esa perspectiva parezca interesante y valiosa. A eso sí se puede aspirar.

Convencer a alguien a través de buenos argumentos nunca ha sido fácil. De hecho, si somos honestos, los que escribimos columnas de opinión rara vez lo hacemos con la intención de convencer a quien no está de acuerdo con nosotros. La verdad es que escribimos, en primer lugar, para pensar. Esto es porque, antes que nada, la escritura es pensamiento. Siempre pensamiento. Segundo, escribimos porque entre las muchas ideas que escribimos existen quienes potencialmente pueden encontrar algo que les sirva para reafirmar aquello que ya creen. O, en el mejor de los casos, puede ser que alguien encuentre alguna idea que, a lo menos, lo obligue examinar lo que ya tiene asumido como cierto. Pero que cambie de idea por la fuerza de los argumentos, difícil. Esto es porque, como dijera el filósofo escocés David Hume, “el razonamiento no es la fuente de donde estos disputantes derivan sus principios [por lo tanto] es inútil esperar que cualquier lógica, la cual no habla a los afectos, les induzca alguna vez a adoptar principios más sólidos”. Es decir, la gran mayoría de nosotros obtenemos nuestras ideas y convicciones no a través de la razón –para ser más precisos, no fundamentalmente a través de la razón– sino que a través de los afectos (las emociones). En última instancia, pareciera ser que la razón es impotente para cambiar aquello que no responde a la razón.

Que la razón sea, por sí sola, incapaz de hacernos cambiar de opinión, no implica que esta sea irrelevante. O que debamos ignorarla. O dejarla a un lado. Pensar eso es cometer un grave error. Los argumentos y las razones tienen una función muy importante que cumplir. Siempre. De hecho, menospreciar los argumentos ha sido la gran debilidad de la derecha chilena. Para ellos las ideas nunca han sido tan importantes. Por eso valoran más la técnica. Optan por la “gerencia”. La izquierda, sin embargo, tradicionalmente ha optado por otra estrategia. Para ellos, si estas ideas no logran convencer, lo que corresponde hacer es mejorarlas, elaborarlas, no dejarlas a un lado. Valoran más, por lo tanto, el debate y la conversación. Pero no solo eso. Reconocen en las artes y en la cultura maneras válidas de apelar a lo que Hume llamó los afectos para movilizar a la gente detrás de una idea –es por eso que, tradicionalmente, se asocia tanto al mundo de la cultura con las ideas de izquierda–.

¿Cuál es, entonces, la relación que existe entre Asamblea Constituyente y las razones y argumentos? Es una relación esencial. Esto se debe a que la esencia de una Asamblea Constituyente es el debate y la conversación amplia; el argumento e intercambio de ideas. Es decir, la esencia de la Asamblea Constituyente es pensar, pensar por uno mismo, sin intermediarios. Es abrirse al cuestionamiento, a la duda. Es poner las propias ideas sobre la mesa de la manera más clara posible para que nosotros mismos nos evaluemos y nos cuestionemos. Y es precisamente esta característica lo que incomoda a algunos y atrae a otros.

En concreto, el hecho de tener que conversar, dialogar y pensar aleja a los sectores más conservadores del país –como la UDI–. Para entender por qué la obligación de pensar y argumentar les incomoda tanto hay que recordar que las ideas fundamentales de la derecha –que hoy pesan sobre el imaginario chileno– no le han ganado a nadie. Se impusieron por la fuerza. El terror, la tortura, los fusilamientos, las desapariciones y el exilio forzaron esas ideas en el imaginario colectivo de Chile. Pura fuerza bruta. Cero ideas. Cero pensamiento. Brutalidad. Solo brutalidad. En realidad, nada de que enorgullecerse. Los intelectuales de derecha –que sí los hay– con justa razón deberían estar avergonzados de este hecho –al menos es lo que suponemos todos los que conocemos la vergüenza–. La honestidad intelectual les exige reconocer que la forma en que sus ideas se impusieron en el país representa la derrota del pensamiento. Es por eso que, paradójicamente para ellos, una Asamblea Constituyente puede ser la única manera que les queda de legitimar sus ideas ante el país. Debiesen, por lo tanto, ser los primeros en apoyar esta iniciativa.

Ya antes que Hume, Blaise Pascal (siglo XVII) nos había dicho que para realmente persuadir a una persona es necesario “conocer el espíritu y el corazón [de esa persona], qué principios acepta, qué cosas ama (…) de manera que el arte de persuadir consiste tanto en agradar como en el de convencer. ¡Tanto los hombres se gobiernan más por el capricho que por la razón!”. Es decir, para persuadir al otro no basta con apelar a las buenas razones. Hay que conocerlo. Qué cosas le gustan. Qué cosas no le gustan. Y, en ese proceso, ser siempre respetuoso. No arrogante, ni avasallador. Y son precisamente estas dos últimas características las que tienen que modificar los sectores más conservadores de este país. La Asamblea Constituyente representa la oportunidad perfecta para reflejar ese espíritu abierto que la buena conversación demanda.

[cita] Nosotros los chilenos podemos darnos la oportunidad de pensar nuestro país. Podemos darnos ese lujo –sí, pensar el país que queremos es un lujo, una oportunidad única–. Aunque yo no te pueda convencer completamente a ti a través de mis argumentos, ni tú a mí, a pesar de eso, podemos pensar juntos. Podemos compartir sueños. Y, en una de esas, entre sueños y sueños, logremos encontrar terreno común que nos permita construir un Chile más inclusivo.[/cita]

Entonces aunque es cierto que las razones por sí solas tienen una capacidad limitada de persuadir, lo que no corresponde hacer es inferir que, por lo tanto, podemos prescindir de ellas. Al contrario. No hay que temerles a las ideas. Al debate. A la conversación. Aunque las razones tengan una capacidad limitada para hacernos cambiar de postura ante un tema determinado, ocurre que el debate y el argumento sirven para obligarnos a pensar. Sirven para obligarnos a ordenar nuestras intuiciones y a explicitar nuestras visiones fundamentales acerca del ser humano. En últimos términos, los argumentos sirven, si no para que cambiemos de ideas, al menos para forzarnos a pensar en nuestras propias ideas y evaluar la sinceridad y consistencia de estas. Por eso pensar y argumentar nunca es poco fructífero. Lo que ocurre es que, a veces, sus frutos demoran en aparecer. Pero aparecen. Al final, siempre aparecen.

Aunque difícilmente logremos persuadir a otros con la sola fuerza de los argumentos, lo que al menos va ocurrir en una Asamblea Constituyente es que todos vamos a tener que pensar en Chile. Vamos a tener que imaginar, intuir, dibujar y sentir el país en el que nos gustaría vivir. Pocos países tienen la oportunidad de hacer pausa, reflexionar y darse a sí mismos la oportunidad para reflexionar acerca de todo aquello que los define como ciudadanos. El proceso es largo. Sus resultados no serán inmediatos. Se darán argumentos a favor o en contra de algún punto de vista y tendremos que pensarlo. En ese instante puede que no nos convenzan de aceptar la inclusión de tal o cual derecho en la Constitución, pero lo tendremos que pensar. Lo tendremos que evaluar. Tendremos que dejar claro por qué sí o por qué no. Hacer ese ejercicio es valioso en sí mismo, más allá de si te convenzo o me convences. Y esta es, en esencia, la gran ventaja de la Asamblea Constituyente por sobre los otros mecanismos propuestos.

Nosotros los chilenos podemos darnos la oportunidad de pensar nuestro país. Podemos darnos ese lujo –sí, pensar el país que queremos es un lujo, una oportunidad única–. Aunque yo no te pueda convencer completamente a ti a través de mis argumentos, ni tú a mí, a pesar de eso, podemos pensar juntos. Podemos compartir sueños. Y, en una de esas, entre sueños y sueños, logremos encontrar terreno común que nos permita construir un Chile más inclusivo.

Los que, a pesar de reconocer el poder limitado de las razones, favorecemos una profundización y mayor exploración de nuestras ideas, utopías, intuiciones y sueños colectivos, no dudamos en apoyar la realización de una Asamblea Constituyente para Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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