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El Constitucionario, ¿es un buen diccionario?

Claudio Fuentes S.
Por : Claudio Fuentes S. Profesor Escuela Ciencia Política, Universidad Diego Portales. Investigador asociado del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR)
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Sabemos que las palabras crean realidades y, por lo mismo, conviene observar el uso de palabras y conceptos en la nueva campaña del Gobierno, el Constitucionario. Si la intención es educar, entonces, convendría preguntarnos qué concepción de Constitución, de democracia, de sociedad, de ideas se busca proyectar allí.

No nos detendremos en las imágenes que quizás merezcan un análisis propio. La opción de animales en la selva tratando de definir su convivencia en sí requeriría una reflexión. ¿Una apelación subliminal a la “ley de la selva” que nos rige?, ¿la aspiración a sacarle la corona al rey en este hiperpresidencialismo?, ¿la apelación a los “monos” (pobres monos) resignados al secundario rol de porteros de esta casa de “todos”?

Al centrarnos en los contenidos de esta campaña, observaremos una postura tradicional, bastante liberal y conservadora de lo que significa nuestra sociedad. A continuación revisaremos algunos conceptos del abecedario propuesto:

Constitución. Se define, en esta campaña, como “la que establece las instituciones principales del país, cómo se van a relacionar los poderes con las personas y qué derechos y deberes tenemos. Es madre de todas las leyes. Y ya sabemos que las madres son muy importantes”. Se interpreta a la Constitución en sus funciones protectoras y ordenadoras, evitando indicar que esta Carta Magna no hace otra cosa que distribuir poder social, económico y político. La Constitución, además de los derechos y deberes que señala, no hace otra cosa que decirles a los animalitos qué podrán decidir, cuándo y bajo qué circunstancias.

Democracia. Se entiende en el texto como el gobierno de la mayoría respetando a las minorías. Predomina una concepción procedimental y delegativa al señalar que, a través del voto, “se entrega un mandato a larga distancia” para quienes nos gobiernan. Se indica que “como somos millones, es imposible tomar decisiones todos al mismo tiempo, por lo que elegimos a algunas personas que creemos que lo podrían hacer en nuestro nombre”. Así, la democracia, entonces, es entendida en su sentido más tradicional como una forma de “representación”, obviando contemporáneas innovaciones como la democracia directa y deliberativa, que buscan subsanar el problema de la poca incidencia de la ciudadanía en una sociedad de masas. No se define la “participación” y, cuando se le habla de ella en la introducción, se la relaciona con la idea light de conversar y ser escuchados más que con un proceso que implica deliberación y participación incidente.

Libertad. Se asume el valor de la libertad negativa –propia del liberalismo– al definirla como la posibilidad de los individuos de pensar y actuar según su propia voluntad, aunque sin hacer daño o afectar a los demás. Esta visión se contrapone con la libertad positiva, que enfatiza la autonomía o capacidad de individuos y/o colectivos de hacer algo. En la primera visión las personas se asumen como iguales, sin entrar a debatir las condiciones en que se ejercita dicha libertad (todos somos libres si votamos sin estar sometidos a coacción). En la segunda visión se enfatizan precisamente las condiciones de origen que podrían afectar nuestra libertad (si algunos animales de la selva no saben leer y escribir, serán menos libres al momento de participar de la democracia).

[cita tipo=»destaque»]Las palabras crean realidades y las realidades sostienen políticas públicas y hasta Constituciones. La forma en que definamos aspectos tan básicos como Constitución, libertad, igualdad, identidad o diversidad afectará sin duda el resultado.[/cita]

Igualdad. Se entiende por igualdad “que seamos tratados con la misma dignidad y que tengamos los mismos derechos”. Aunque este enfoque normativo es correcto, se obvia que el problema sustantivo no radica tanto en esta dimensión actitudinal de la igualdad (que seamos considerados con dignidad), sino que en lo que se refiere a la distribución de oportunidades: que nuestro desarrollo no dependa tanto de las ventajas adquiridas por el origen social. ¿Qué oportunidades tienen los monos de beber agua si los elefantes acaparan toda el agua de la selva? Aquí no solo importa tener derecho a beber agua, sino que más relevante es la distribución de oportunidades para acceder a este preciado bien común.

Pueblos originarios. Se plantea que antes de la existencia de Chile “ya había personas y familias viviendo en este territorio… heredamos sus genes, sus costumbres y lenguas, y por eso son parte de nuestra historia y de nuestro presente”. Aunque el texto define los conceptos de “identidad” y “diversidad”, no se menciona ni una sola vez el concepto de “pueblos indígenas”. Pero, además, se les incluye como parte de “nuestra” historia y “nuestro” presente, desconociendo de un plumazo la adhesión del Estado de Chile a la declaración de Naciones Unidas sobre pueblos indígenas, que establece que ellos (los pueblos en tanto colectivo) tienen derecho a la autodeterminación. No es que los pueblos indígenas formen parte de “nuestro pasado o presente”, sino que ellos tienen el legítimo derecho a determinar o reforzar sus propias instituciones políticas, jurídicas, económicas, sociales y culturales. Ellos son sujetos de derechos y de autodeterminación.

La selva descrita en el texto alude a animales que buscan convivir en una sola nación. De hecho, señalan explícitamente que “una nación incluye a los que vivieron antes, los que viven ahora y los que vendrán en el futuro”. Pero ¿qué pasa con aquellos que durante mucho tiempo vivieron y viven en un territorio y se sienten herederos de otra identidad, de otra comunidad o nación? ¿Qué pasa con aquellos que sienten un doble apego a un Estado y una nación, simultáneamente? ¿Parecía tan difícil mostrar a un león formando parte de la selva y protegiendo su territorio?

Las palabras crean realidades y las realidades sostienen políticas públicas y hasta Constituciones. La forma en que definamos aspectos tan básicos como Constitución, libertad, igualdad, identidad o diversidad afectará sin duda el resultado. Por lo mismo, convendría leer y releer estos textos. Sería ilusorio pensar que se producirán textos “neutros”, pero el gran peligro es que por un afán de querer dejar contentos a todos (o por actuar pensando en unos pocos que tienen la llave para la anhelada nueva Constitución), obviemos temas que parecen más que superados en la actual sociedad contemporánea. En este sentido, y a la luz del estado social de las cosas, el Constitucionario por el momento no parece un buen diccionario.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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