«Los edificios son vistosos y se pueden inaugurar con publicidad, los buenos profesores, no. Es más fácil construir un gran edificio (con proyector en cada sala) que formar un buen profesor».
La evidencia anecdótica no suele tener un valor muy concluyente, pero ilustrar un panorama más amplio que de otra manera pasaría desapercibido. Supongo que notar este tipo de detalles es, en parte, lo que algunos llaman “tener calle”. Hace unos días tuve ocasión de observar un par de cosas en una escuela rural, que si bien pueden haber sido propias de esa escuela y de ninguna otra, probablemente sean parte algo más grande.
El edificio y las instalaciones de la escuela básica de Puqueldón (en la isla Lemuy, Chiloé) son notablemente buenos. La escuela es grande y tiene un buen gimnasio; muchas salas, todas con proyector; calefacción central; laboratorios de diversas disciplinas; juegos en el patio, etc. No pude entrar a la biblioteca, porque estaba cerrada, pero en otras escuelas de lugares remotos (como Reigolil o Paildad) he encontrado que las bibliotecas tienen muchos buenos libros. La comparación con mi colegio (que era y sigue siendo uno de los buenos colegios de Chile) era inevitable. Es verdad que no se puede comparar una escuela de hoy con un colegio de hace 25 años, pero cuando mis compañeros y yo estábamos en la básica no teníamos ni tantos medios audiovisuales ni tantas comodidades, los edificios no eran de tan buena calidad, etc. Cuando tomamos conciencia de ello, en el inicio de la educación media, nos daba un cierto orgullo: el colegio éramos nosotros, no los edificios.
Pero entre tantas cosas buenas de la escuela de Puqueldón, hubo un pequeño detalle, que casi pasa desapercibido, que era un punto de contraste. En la puerta de una sala de clases estaba pegado el horario de una profesora: se leía que tenía 44 horas semanales de trabajo, de las cuales más de 30 eran horas frente a curso, más otras dedicadas a reuniones y coordinación. Puede haber sido un caso puntual – no lo sé– pero de ser algo generalizado (y me parece que lo es), queda claro que para lograr una buena educación los buenos edificios no son suficientes. ¿De dónde se saca el tiempo para preparar clases, para corregir las pruebas a conciencia, para cultivarse y luego transmitir eso a los alumnos?
Los edificios son vistosos y se pueden inaugurar con publicidad, los buenos profesores, no. Es más fácil construir un gran edificio (con proyector en cada sala) que formar un buen profesor. En fin, se podría seguir. Queda claro que a pesar de las excelentes instalaciones todavía queda camino por recorrer: la educación la entregan personas a otras personas en el tiempo: laboratorios de computación y otras cosas cuantificables y vistosas, si las hay, bienvenidas sean, pero que no se confunda lo accidental con lo esencial.