Ocho años tenía el joven realizador que le dio el primer Oscar a Chile, Gabriel Osorio, cuando recién pudo conocer a su abuelo Leopoldo, militante socialista, regidor de Maipú y secretario de Allende que durante la dictadura estuvo 23 días incomunicado, dos años y tres meses en la Cárcel Pública de Santiago y siete años exiliado en México e Inglaterra.
El exilio de Leopoldo Osorio fue la inspiración del corto “Historia de un Oso” que ganó el Oscar al mejor cortometraje animado, tras competir incluso con gigantes de la animación como Pixar, con un exiguo presupuesto de apenas 40 mil dólares (valor que costaría un minuto de animación de una gran compañía) que implicó extender el trabajo por cuatro años para conseguir nuevas fuentes de financiamiento.
Frente a la audiencia hollywoodense del teatro Dolby y a 80 millones de telespectadores de todo el mundo que siguieron la transmisión televisiva, Gabriel dedicó este logro “a mi abuelo y a toda la gente como él que ha sufrido en el exilio y que espera que esto nunca más vuelva a suceder”.
El “nunca más” volvió a salir a escena de boca de una generación que parecía haber superado la dictadura, pero que en muchos casos sigue siendo víctima de su huella política en su historia familiar.
El cortometraje de animación que ya había logrado 55 reconocimientos a nivel mundial antes del Oscar, logró plasmar un mensaje nostálgico y de añoranza con una estética que mezcló técnicas tan diversas como el tradicional modelado con plasticina, el dibujo a carbón, óleo y acuarela, con modelado 3D en un formato de animación digital.
Artesanía y tecnología, un buen complemento entre un pasado que se revisita y un presente que aplica técnicas nuevas, pero que no olvida “cómo se hacían las cosas antes”. Un cine comprometido con un rol político y social, pero desde la cotidianeidad de una familia al que le arrebatan a uno de sus miembros. La historia de una época del país (y de muchos otros que han sufrido restricción de libertades y violaciones a los derechos humanos) puertas adentro, en la privacidad del comedor familiar a la hora del té (el mismo que el Oso encuentra destrozado al volver a casa tras escapar de su cautiverio), sin ser por ello menos política.
Jóvenes como Gabriel vieron desarmarse sus familias por la persecución política, la tortura y el exilio de generaciones previas a la suya. Para el realizador, cuando era apenas un niño, Leopoldo se volvió un abuelo vivo, pero invisible. “Durante mi infancia sentí la presencia invisible de un abuelo ausente, que no estaba muerto, pero no estaba presente en mi vida”.
La metáfora del destierro contenida en la historia del oso separado de su familia por oscuras figuras (agentes del Estado) que lo secuestran y llevan a un circo contra su voluntad, adquiere un carácter universal y distintas audiencias en los festivales de cine donde se ha presentado la interpretan de acuerdo a los procesos políticos específicos de sus países (En Taiwán, por ejemplo, la asociaron con la invasión japonesa en la Segunda Guerra Mundial).
El Oso abuelo –“yo soy el Oso, reconoció Leopoldo”- vivió en carne propia la tortura, fue golpeado y amenazado con una pistola en la cabeza por el coronel Parodi, a quien confrontó valientemente diciéndole: “Pégame un balazo. Han matado al compañero Presidente, qué más da que me maten a mí”. Luego de ello, quedó incomunicado.
“Mi circo fue la Cárcel Pública de Santiago”, señala Leopoldo a sus 85 años, haciendo un símil con el corto en que los animales en cautiverio son privados de su libertad y obligados a trabajar. El “circo” al que fue condenado Leopoldo desmembró a su familia, que se repartió por el mundo con dos hijos viviendo en Londres, otra en Valencia, mientras el padre de Gabriel vivía en Chile, pero murió sin ver a su padre (que seguía exiliado) ni a su hijo ganar el máximo premio al cine de animación que entrega la Academia. Así como la madre de Leopoldo falleció sin saber que su hijo seguía vivo y no lo habían fusilado, como le hicieron creer.
[cita tipo=»destaque»]La posibilidad de que el hijo oso busque a su padre desterrado, es una de las ideas a las que Osorio y su equipo le dan vuelta, en caso de concretar la oferta. Una posible nueva metáfora del cierre de una transición inconclusa en materia de derechos humanos, que contribuya a la Memoria de un país que aún no ha reconocido suficientemente el valor de las historias de tantos osos y osas que vieron marcadas sus vidas a sangre y fuego con el golpe de Estado[/cita]
Tras 42 años del golpe, esta pieza de animación –género que parece de niños, pero que ha quedado claro que no necesariamente lo es- ha venido a hacer un aporte a la Memoria sobre nuestra historia reciente, que no necesitó de consignas ni manifiestos para transmitir un mensaje de defensa de los derechos fundamentales.
Como el engranaje del inicio del diorama o las estructuras circulares de hojalata de veredas con árboles que grafican el avance del Oso por la ciudad, el círculo debe cerrarse en materia de derechos humanos con efectivo acceso a la justicia de todos aquellos que vieron cercenadas sus vidas y las de sus familias por el golpe de Estado.
Aunque a 25 años de la recuperación democrática el Estado de Chile ha avanzado en su obligación de establecer verdad, justicia y reparación en relación con las violaciones masivas, sistemáticas e institucionalizadas perpetradas durante la dictadura, como consigna el INDH, aún persisten pactos de silencio entre ex agentes del Estado que encubren los hechos e impiden conocer la identidad de los responsables.
No son pocos los casos en que por su avanzada edad, los “osos” y “osas” están muriendo sin haber encontrado a sus seres queridos o sin haber conocido la verdad. Es de esperar que la mantención de los ministros extraordinarios en visita anunciados durante su Cuenta Pública anual por el Presidente de la Corte Suprema, Hugo Dolmestch, contribuyan a acelerar los fallos de estas causas, que en 2015 fueron 51 en relación con delitos de lesa humanidad.
Las deudas con la democracia abarcan también el ámbito político, como lo evidenció el propio Leopoldo Osorio al ausentarse de la ceremonia en La Moneda donde su nieto y el equipo de la productora Punkrobot Studio fueron invitados por la Presidenta, argumentando que le producía tristeza volver al Palacio de Gobierno y que sólo lo haría “cuando cambie la Constitución, cuando no esté la que creó Pinochet”.
La nostalgia y el desarraigo que se reflejan en este corto ambientado en un barrio que emula la Quinta Normal de la niñez del realizador, podrían convertirse en un largometraje como le propuso a la productora Punkrobot Studios, el co-fundador de Miramax y productor de Tarantino, HarveyWeinstein. La posibilidad de que el hijo oso busque a su padre desterrado, es una de las ideas a las que Osorio y su equipo le dan vuelta, en caso de concretar la oferta. Una posible nueva metáfora del cierre de una transición inconclusa en materia de derechos humanos, que contribuya a la Memoria de un país que aún no ha reconocido suficientemente el valor de las historias de tantos osos y osas que vieron marcadas sus vidas a sangre y fuego con el golpe de Estado.-