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Exilio: el retorno del Oso a Chile y la política del olvido de la transición Opinión

Exilio: el retorno del Oso a Chile y la política del olvido de la transición

Eda Cleary
Por : Eda Cleary Socióloga, doctorada en ciencias políticas y económicas en la Universidad de Aachen de Alemania Federal.
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Un grupo de ex exiliados devenidos en víctimas “VIP” (Bitar, Lagos, Bachelet, Viera-Gallo, Insulza, Correa, entre otros) anunciaron la “reconciliación definitiva” en el país sobre la base de su propia “capacidad de perdón” a los verdugos, aduciendo que lo habrían hecho por el “bien” de Chile en pos de la búsqueda de la “paz social”.


El premio Oscar para Historia de un Oso, dirigida por Gabriel Osorio, ha puesto de manifiesto que la historia del exilio chileno ha sido sistemáticamente bagatelizada y olvidada durante más de cuarenta años de dos maneras diferentes, pero altamente eficaces: una a manos de la campaña de desprestigio montada por la dictadura cívico-militar contra los exiliados, tildándolos de “cobardes” por haber abandonado voluntariamente el país para llevar una vida de lujos y placeres en el extranjero; y, más tarde, durante la transición a la democracia, donde un grupo de ex exiliados devenidos en víctimas “VIP” (Bitar, Lagos, Bachelet, Viera-Gallo, Insulza, Correa, entre otros) anunciaron la “reconciliación definitiva” en el país sobre la base de su propia “capacidad de perdón” a los verdugos, aduciendo que lo habrían hecho por el “bien” de Chile en pos de la búsqueda de la “paz social” .

Esta estrategia logró dar la impresión de que todos aquellos que seguían exigiendo justicia eran seres “resentidos”, incapaces de “mirar al futuro”, que optaban por “vivir en el pasado”. De esta manera los “osos” VIP se autoadjudicaron una superioridad ética frente al resto del exilio y otras víctimas de la represión, fomentando agresivamente la política del olvido de la historia de la represión y el exilio.

Mi generación, que llegó exiliada a los países europeos occidentales durante la adolescencia, generalmente no tenía afiliación partidaria a pesar de haberse solidarizado con la historia de sus padres, muchos de ellos perseguidos, encarcelados, torturados y, en algunos casos, ejecutados por la dictadura. Fuimos adolescentes que crecimos en democracia y muchos de nosotros tuvimos acceso a una educación superior de alta calidad, lo que nos permitió cultivar un espíritu libertario y convicciones humanistas críticas que nos diferenciaron de la generación de nuestros padres, acostumbrados a la manera de hacer política de viejo cuño con fuertes rasgos autoritarios. La tan cacareada “renovación ideológica” de la que hacían gala el PS y el PPD y algunos comunistas, muchos de los cuales se trasladarían de los viejos “aparatchik” partidarios al nuevo “aparatchik” concertacionista, era solo un cascarón vacío.

Sus prácticas políticas siguieron siendo fundamentalmente secretistas, altamente jerárquicas y absolutamente cerradas al diálogo real que fue reemplazado por los así llamados “acuerdos”, que tenían lugar solo a nivel cupular y a puertas cerradas. En el fondo, una vez estando en el poder inauguraron un oscurantismo cultural de nuevo tipo, mediante un férreo control de la opinión pública luego de la desaparición de casi la totalidad de la prensa que resistió a la dictadura.

Esto lo veníamos diciendo muchos “osos” de mi generación desde el primer día de la transición y por ello fuimos perseguidos, silenciados e impedidos de colaborar oficialmente en la reconstrucción de nuestro país. No por ello no aportamos al proceso de transición, ni lograron silenciar nuestro pensamiento, aunque fuera desde una vida laboral errante e incluso trabajando en el extranjero.

Desde luego que ningún “oso” librepensador, no alineado partidariamente, imaginó que el retorno a Chile sería definitivamente más adverso que la vida durante los últimos años del exilio. La reciente afirmación del a menudo inteligente y asertivo sociólogo Alberto Mayol, publicada en este mismo medio, que “los mismos exiliados miran en menos lo vivido y hablan de la beca Pinochet” es, por decir lo menos, desafortunada, pero sí muestra claramente el desconocimiento de la historia del exilio chileno.

Los “osos” dieron una lucha sin cuartel por sobrevivir al exilio con una cierta dignidad. Debe tenerse presente que este tipo de represión política era un mecanismo institucionalizado de denegación de la ciudadanía y destrucción sicológica de los opositores a la dictadura. El concepto de la “beca Pinochet” es un elemento más en el camino hacia la caricaturización de la violencia matona ejercida por la dictadura cívico-militar en contra de cientos de miles de exiliados chilenos que se prolongó de otra forma durante la transición, mediante una verdadera “pinochetización de las costumbres” (López Pérez) tolerada por las autoridades de turno al estilo de: “Si no te gusta, te vas”. Y para perjuicio de Chile, muchos profesionales tuvimos que irnos o salir afuera para poder trabajar. Era el segundo exilio. Y lo hicimos con mucho éxito, alcanzando reconocimiento profesional y humano en otros países.

Si en el exilio contamos con la extraordinaria amistad de los pueblos que nos recibieron, en el retorno la gran mayoría de los “osos” comunes tuvimos que aprender a recorrer las sendas de la existencia en el más total y completo desamparo emocional que generó la siniestra estrategia oficial del olvido practicada por la Concertación, aun si se consideran las mezquinas políticas de compensación estatales que contemplaban al inicio una indemnización mínima exclusivamente para las violaciones a los derechos humanos con resultado de muerte. Uno de los muchos ejemplos de ello fue la descarada política del Banco del Estado, al aplicar intereses usureros y en UF a los créditos otorgados a los emprendimientos de exiliados a partir de un fondo de donación y crédito blando destinado por el gobierno alemán, a través del Banco KFW, como ayuda al retorno de los exiliados que habían estado en Alemania. Se trataba del mal uso de 12 millones de dólares y del tratamiento de esa donación humanitaria como “oportunidad de negocio” por parte del Banco del Estado, en detrimento del bienestar y la reintegración de los “osos”. Este incidente dio lugar a un conflicto entre el gobierno chileno y el alemán, que finalmente presionó para que se condonaran las deudas con intereses abusivos a cerca de 560 familias de exiliados que estaban amenazadas de embargos judiciales y que no eran escuchadas por las autoridades de los gobiernos de Frei y de Lagos por desidia y corrupción (Brescia, Maura: Manos Limpias, la corrupción en las empresas públicas 1980- 2001, Editorial Mare Nostrum).

[cita tipo= «destaque»]El concepto de la “beca Pinochet” es un elemento más en el camino hacia la caricaturización de la violencia matona ejercida por la dictadura cívico-militar en contra de cientos de miles de exiliados chilenos que se prolongó de otra forma durante la transición, mediante una verdadera “pinochetización de las costumbres”.[/cita]

Las declaraciones a la prensa del abuelo de la Historia de un Oso, Leopoldo Osorio, cuando confiesa que tuvo especial “cuidado” de no hablar abiertamente del trasfondo del cortometraje de su nieto antes que obtuviera el premio Oscar, para que no se fuera a “comprometer” el éxito de la película ni se “tiñera” políticamente, ilustran el miedo inoculado a los “osos” por la agresiva política oficial del olvido.

A Leopoldo Osorio le llegó un reconocimiento a los 83 años de edad por parte de la Municipalidad de Maipú, de quien fuera regidor en el pasado, por la exclusiva acción de su nieto. Grande Gabriel Osorio, porque logró rescatar a su abuelo del olvido, pero también grande por ayudarnos a los otros “osos” a ir cicatrizando heridas abiertas que se transmiten a través de las generaciones. Gracias a Gabriel y a su equipo por darle a ese sufrimiento silencioso de los exiliados una armonía musical, una voz y una imagen profundamente humanista que nos rescata como seres humanos decentes que supimos sobrevivir en medio de la adversidad y, al mismo tiempo, solidarizarnos con las víctimas de la dictadura en Chile, luchar contra la tiranía y paralelamente ser críticos ante cualquier atropello a los derechos humanos vengan de donde vengan.

Los exiliados no solo conocíamos a fondo lo que nos pasaba, sino que fuimos proactivos en la solidaridad mutua en tierras lejanas. Ejemplos puntuales de esta proactividad, entre muchas iniciativas en el exilio mismo, fueron el Colectivo Latinoamericano de Trabajo Psicosocial (COLAT) en Bélgica, de la Comisión Evangélica Latinoamericana de Educación Cristiana, dirigida por el Neuropsiquiatra chileno Jorge Barudy y un amplio equipo multidisciplinario de profesionales para atender las enfermedades mentales de los exiliados chilenos a raíz de la tortura y la prisión.

Este médico fue autor del libro Así Buscamos Rehacernos. Represión, exilio y trabajo psicosocial (1980) que marcó el inicio de múltiples iniciativas a nivel europeo en la búsqueda de instrumentos adecuados para ayudar a los “osos” chilenos y latinoamericanos. En Frankfort am Main dos psicólogos chilenos, Gabriela y Juan Carlos Corvalán, atendieron y apoyaron durante años a decenas de “osos” en el marco del Programa de Ayuda a los Refugiados de la Iglesia Evangélica alemana. En 1983, fue escrito por dicha autora el primer estudio académico en Alemania, Aspectos de una Sociología del Exilio Chileno en Alemania Federal, como tesis de título en la Universidad de Aachen desde un enfoque analítico psicosocial y político, abordando el exilio como una enfermedad del estrés a partir de las teorías del fisiólogo y médico austro-húngaro Hans Selye, quien había logrado definir definitivamente el síndrome del estrés, en 1936, como una enfermedad de la desadaptación física y psicológica al entorno. La literatura sobre la historia del exilio chileno y latinoamericano es numerosa y de alta calidad, solo que en Chile se conoce muy poco por las razones antes mencionadas.

Gabriel Osorio ha declarado a la prensa que el exilio de su abuelo fue “el capítulo más triste de mi vida”, sensibilizándonos una vez más sobre el otro sufrimiento que causa el exilio en la vida de los familiares que se quedan en el país y sobre todo en los niños. La buena nueva es que el premio Oscar a Historia de un Oso le ha doblado la mano definitivamente a cuarenta años de la política oficial del olvido del exilio chileno.

Todos los “osos” comunes que sobrevivimos la represión del exilio exterior e interior estamos en deuda con Gabriel Osorio y su equipo, pues nos han vuelto a dar esperanzas por un Chile mejor para todos. Felicitaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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