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Los peligros del miedo, al desnudo

Pavel Gomez
Por : Pavel Gomez Analista Político
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¿Qué tienen en común el auge de Donald Trump, la batalla judicial entre el FBI y Apple y el apoyo chileno a la detención por sospecha? Hoy quiero responder esta pregunta usando una fábula, tres ejemplos y una sinfonía de la ciencia.

Estando frente al juez que decidiría sobre mi detención por sospecha, recordé el día en que mi padre me llevó a conocer el hielo. También recordé cuando el miedo me hizo tropezar con un disparo. Yo tendría 21 años y tenía la costumbre de celebrar los “martes culturales”. Estas eran sesiones de literatura, ron y tos. Aún hoy, cierta memoria corporal me permite volver a sentir los espasmos de los ataques de tos que sufríamos, mientras leíamos fragmentos de Ficciones de Borges, o del Bestiario de Juan José Arreola, o los poemas de algún contertulio, y tomábamos ron Cacique. Quizás era por la risa, quizás era por el atropello con el que discutíamos, pero recuerdo que siempre había tos. Mis amigos y yo, repetíamos esto todos los martes de cada semana, religiosamente, invocando una suerte de peña literaria.

Uno de esos martes caminábamos de regreso hacia el metro, en ese estado ebrio-paranoico que nos producía la mezcla entre el ron, la hora y la ciudad de aquel entonces. Caminar a las once o una de la noche en aquella ciudad, era estar siempre alerta frente a las amenazas: conductores ebrios, matones de doce o treinta años que usaban pistolas para despojarte del dinero, el reloj, o los zapatos, en caso de que no tuvieras alguno de los dos primeros, y finalmente pero no menos peligrosos, los policías de aquel país. Combinábamos ese estado de alerta con la prolongación de la juerga hasta donde fuera posible. Si encontrábamos una botillería abierta, comprábamos seis cervezas; si nos tropezábamos con unos músicos callejeros, nos deteníamos en el alboroto mientras Francisco armaba y encendía unos de aquellos pequeños cigarrillos que fumaba.

Pues resulta que aquella noche todo ocurrió muy rápido. Aún no se disipaba el humo del cigarrillo de Francisco cuando unas sombras salieron de una esquina. Antes de observar bien, una pulsión nos ordenó correr y así lo hicimos. Hubo voces, pero no alcancé a detectar qué decían; no habíamos recorrido veinte metros cuando sonó un disparo. Sentí que un camión se estrellaba contra mi hombro. Luego una caída y una bota en la cadera. Entonces comenzó la pesadilla: trece noches en un hospital, con unas punzadas terribles en el hombro y el brazo, y el otro brazo esposado a la cama. Luego siete días en una pequeña celda y la conversación con un abogado. “Te acusan de no respetar la voz de alto, y de posesión de arma de fuego. Por fortuna, tenemos las declaraciones de Francisco y de una señora que espiaba desde su ventana. Ellos aseguran que ante tanta sangre entre tú y el piso, uno de los policías se puso nervioso y sacó una pistola de una bolsa plástica y la colocó en una de tus manos. El viernes es la audiencia. Yo espero que fallen a tu favor.” Salí libre, pero en el balance siempre destaca la mala decisión de haber corrido. Si hubiésemos pensado bien, los policías simplemente nos habrían revisado, habrían chequeado nuestros documentos, y a los pocos minutos hubiésemos alcanzado el metro. No había nada que nos incriminara. Pero el miedo, aunque a veces te salva, siempre te impele a atacar o a huir, y estas dos respuestas pueden hacerte chocar con piedras mayores.

¿Cuál es la relación entre realidad y ficción? Veamos. Nuestro primer caso de estudio es el fenómeno de Donald Trump. Hace unos meses, muchos expertos en análisis político explicaban el fenómeno de las burbujas en las elecciones primarias de los Estados Unidos. “Es una figura de Reality Shows que se desinflará al enfrentarse a políticos profesionales”. En marzo de 2016, Trump se perfila como el candidato del Partido Republicano a las elecciones presidenciales de noviembre de este mismo año.

[cita tipo=»destaque»]Como ya se imaginarán, en todos los casos presentados pareciera que grupos de personas están reaccionando “secuestrados por la amígdala”. Los seguidores de Trump están aterrados con el desempleo, con el crimen, con las dificultades financieras y con las invasiones de refugiados. Pareciera que quienes apoyan la interferencia sin límites del FBI en la vida privada de las personas estuvieran secuestrados por el miedo al terrorismo. Quienes en Chile defienden la restitución de la detención por sospecha son rehenes de un pánico producido por el incremento de los crímenes contra las personas y la correspondiente sensación de vulnerabilidad, que no los deja pensar bien en su elección de políticas de respuesta.[/cita]

¿En qué consiste la oferta electoral del señor Trump? Deportación de inmigrantes ilegales y bloqueo a su llegada mediante la construcción de un muro en la frontera con México, cuyo costo se pretende imponer al gobierno mexicano; apoyo a la tortura como principal mecanismo para la obtención de confesiones por parte de terroristas o sus allegados; renegociación de los tratados de libre comercio y elevación de aranceles a los productos importados desde China; y chantajes a las empresas estadounidenses que operan en países como China y México para que retornen al “made in USA”. En uno de sus más comentados discursos, Trump señalaba: “Cuando México envía a su gente, no nos está enviando a lo mejor, ellos están enviando gente con muchos problemas, y esta gente nos está trayendo sus problemas con ellos. Traen drogas. Traen crimen. Son violadores.” Esto es apenas una muestra de su discurso. En varias ocasiones se ha mostrado misógino, atropellador de disidentes e insultante, incluso con sus mismos correligionarios.

¿Dónde está lo sorprendente? En el creciente apoyo a su candidatura en las bases del Partido Republicano: Ha ganado en 15 de las 24 mediciones estatales realizadas hasta ahora, y lidera las encuestas sobre la nominación republicana con una ventaja de 14 puntos sobre su más cercano seguidor (Ted Cruz).

Nuestro segundo caso de estudio es la batalla judicial entre la policía federal estadounidense (FBI) y la empresa Apple. El dos de diciembre de 2015, una pareja de fundamentalistas asesinó a 14 personas en un centro de discapacitados de la ciudad de San Bernardino, en California. En la investigación de este caso, el FBI quiere tener acceso al iPhone de uno de los asesinos. Pero resulta que ha tropezado con el hecho de que los datos de este dispositivo están encriptados, y solo se puede acceder a estos con la clave de acceso de su usuario. Si al intentar acceder al dispositivo se acumulan diez claves erróneas, entonces el sistema borra automáticamente todos los datos contenidos en este.

El FBI ha solicitado a Apple que modifique el software usado en sus teléfonos de manera que la policía pueda acceder al iPhone del terrorista de San Bernardino. El FBI dice que esto sería hecho a través de un sistema que sólo Apple conocería, y que podría destruir después de logrado el acceso a este iPhone.

¿Qué argumenta Apple? Esta empresa recientemente cambió sus políticas para ofrecer una mayor seguridad y privacidad a sus usuarios. Tim Cook, máximo ejecutivo, o CEO, de Apple declaró recientemente que crear lo que se llama una “puerta trasera”, una vía para acceder a la información de los usuarios, distinta a la introducción de su contraseña, representaría un riesgo inadmisible para la seguridad y privacidad de éstos, debido a que estas puertas traseras pueden caer en manos de hackers, criminales o espías. “No puedes crear una puerta trasera que sea solo accesible a los buenos; estas pueden ser usadas también por los malos”, dijo Cook en una conferencia de prensa. El caso se encuentra actualmente en disputa judicial, y Apple ha prometido acudir a todas las instancias, incluyendo a la Corte Suprema si es necesario, con el fin de defender la credibilidad de su política de seguridad y privacidad. No es casual que Donald Trump haya salido a defender la posición del FBI.

El tercer caso de estudio es, quizás, el más escalofriante de todos. La última encuesta de opinión pública realizada por Cadem, una de las principales empresas de investigación de mercado y opinión pública de Chile, y publicada el siete de marzo de este año, muestra un hecho preocupante y otro aterrador. El primero es que la inseguridad es el principal problema para los chilenos. Un 88% de los entrevistados piensa que la delincuencia hoy es más violenta que hace un año, y un 71% de los entrevistados se siente muy vulnerable ante esta.

Pero lo realmente aterrador es que un 58% de los chilenos está de acuerdo con restituir la figura legal conocida como la “detención por sospecha”. Como se deduce, esto implica que las policías tendrían luz verde para detener a una persona por el simple hecho de sospechar de esta. Esta figura fue eliminada en 1998 de la legislación chilena y el principal argumento en su contra es que ella otorga un poder excesivo al Estado, que puede ser (y a menudo es) usado de manera discriminatoria contra jóvenes y adultos según su apariencia física, tipo de vestimenta usada o algún otro rasgo prejuicioso. Los avances institucionales de la humanidad apuntan a privilegiar la detención por flagrancia, la construcción de casos judiciales y a cuidar con celo el debido proceso. La premisa de este enfoque institucional es que los derechos individuales deben ser protegidos debido a la gran asimetría que existe entre el poder coercitivo del Estado y el individuo. Por ello, la justicia debería orientarse a que, en caso de error, sea preferible absolver a un culpable que condenar a un inocente.

¿Existe alguna fuente o detonante que sea común en los tres casos presentados? Mi hipótesis es que en todos estos casos hay un elemento común: la manera como los humanos reaccionamos cuando caemos presa del pánico. La investigación en neurociencia, el estudio de cómo funciona el cerebro, nos muestra cómo nuestras reacciones primarias se han adaptado evolutivamente. En un artículo publicado en la Harvard Business Review, en diciembre de 2015, Diane Musho Hamilton argumenta sobre la importancia de calmar nuestro cerebro durante el conflicto. La amígdala cerebral es un conjunto de núcleos de neuronas localizadas en la región del cerebro que se encuentra detrás de los ojos. Esta forma parte del sistema conocido como límbico, cuya función es el procesamiento y almacenamiento de las funciones emocionales.

Resulta que cuando percibimos una amenaza, la amígdala cerebral emite una alarma en forma de una cascada que irriga nuestro cuerpo con hormonas como la adrenalina y el cortisol, preparándonos inmediatamente para pelear o huir: se incrementan los latidos del corazón, tomamos más oxígeno, los músculos se llenan de sangre y la visión periférica empeora. Se reduce entonces nuestra capacidad para tomar decisiones complejas, para evaluar múltiples perspectivas y nuestra memoria se torna poco confiable, de manera que nos cuesta recordar cosas que nos calman. La luz de emergencia de la amígdala repetidamente indica: peligro, reacciona-protege-ataca. Como señala Hamilton, en la medida en que nuestra atención se estrecha “quedamos atrapados en la perspectiva que nos hace sentir más seguros: yo estoy en lo correcto y tú estás equivocado”.

Como ya se imaginarán, en todos los casos presentados pareciera que grupos de personas están reaccionando “secuestrados por la amígdala”. Los seguidores de Trump están aterrados con el desempleo, con el crimen, con las dificultades financieras y con las invasiones de refugiados. Pareciera que quienes apoyan la interferencia sin límites del FBI en la vida privada de las personas estuvieran secuestrados por el miedo al terrorismo. Quienes en Chile defienden la restitución de la detención por sospecha son rehenes de un pánico producido por el incremento de los crímenes contra las personas y la correspondiente sensación de vulnerabilidad, que no los deja pensar bien en su elección de políticas de respuesta.

En todos estos casos, un análisis sereno, que contemple y evalúe mejor las alternativas de respuesta, puede abrirnos la puerta hacia una elección diferente. Las amenazas son reales, pero si respondemos como presas de un pánico colectivo, si tomamos decisiones sin el suficiente reposo, si insistimos solo en correr o golpear, entonces se entiende que muchos sean hechizados por un básico populista como Donald Trump, o que estén dispuestos a sacrificar los avances en materia de políticas contra la discriminación y el sesgo clasista de la administración de justicia, o que pongamos en riesgo nuestra privacidad esencial y nuestros valores, todo ello por creer que así nos salvamos de la maldad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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