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La crisis moral de la Unión Europea

Horacio Larraín Landaeta
Por : Horacio Larraín Landaeta Ingeniero de la Academia Politécnica Naval, Magíster en Ciencia Política de la Universidad de Chile, Magíster en Estudios Políticos Europeos de la Universidad de Heidelberg y Magíster en Seguridad y Defensa de la ANEPE.
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«La tendencia colectiva podría ser la de caer bajo el encanto de liderazgos demagógicos que ofrezcan sacrificar libertades individuales a cambio de seguridad. Cualquier semejanza con realidades trágicas del pasado en Europa, no sería pura coincidencia».


(*) Las intervenciones armadas que tuvieron lugar a partir del año 2001 en Afganistán, Irak, Siria, Yemen y Libia, por un grupo de países desarrollados en nombre de Occidente[1], o a través de sus aliados regionales: Turquía, Saudi Arabia, Qatar y Emiratos, han tenido como resultado la creación de estados fallidos allí en donde anteriormente existían regímenes que ejercían gobernabilidad sobre sus territorios y población, si bien sus gobernantes autócratas no eran del gusto occidental.

Según el general Wesley K. Clark, ex comandante general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en noviembre de ese mismo año se enteró de la existencia en el Pentágono de un plan quinquenal de ataque que consideraba la intervención militar en Irak, Siria, Líbano, Libia, Irán, Somalia y Sudán.

Como consecuencia, grandes extensiones territoriales y recursos energéticos de los países afectados se encuentran hoy en poder de los movimientos yihadistas organizados bajo el paraguas del llamado Estado Islámico.

El derrocamiento de gobiernos seculares que actuaban como muros de contención a la yihad y la consiguiente emergencia de grupos islámicos fundamentalistas con sus métodos terroristas, ha devenido en la tragedia de millones de víctimas inocentes desplazados de sus hogares. Sirios, kurdos, iraquíes, afganos, libios, somalíes, sudaneses y yemenitas se apiñan en las fronteras de países vecinos. Una pequeña fracción de ellos ha intentado llegar a Europa.

Ante esta desgracia, la respuesta por parte de la Unión Europea, fiel aliada político/militar de los Estados Unidos, ha sido de un comportamiento moral deplorable en relación al trato que estos miles de migrantes han recibido y recibirán al intentar ingresar al llamado espacio Shengen.

La crisis no solo ha dejado al desnudo las miserias de los gobiernos europeos sino, también, el egoísmo contumaz de sus políticas, burlándose de todo lo que pregonaron desde el fin de la Segunda Guerra hasta ahora. Las políticas de paz y unidad, el soft power de la cultura europea, el estricto apego al derecho internacional como, así mismo, el espíritu de sus propios tratados y compromisos internacionales sobre derechos humanos, se han visto vulnerados.

El lunes 7 de marzo pasado, se reunieron en Bruselas los gobernantes de los estados miembros, el Consejo Europeo, con el premier turco Ahmet Davutoglu, con el fin de negociar un nuevo arreglo para los refugiados.

El Consejo Europeo es la institución que define la orientación política general y las prioridades de la Unión Europea. Está integrado por los veintiocho Jefes de Estado o de Gobierno de los Estados Miembros, el Presidente del Consejo, cargo rotativo, y el Presidente de la Comisión, el ejecutivo de la UE.

El Consejo de la Unión Europea, por su parte, es el órgano que reúne a los ministros de las carteras específicas de todos los Estados miembros de la UE. Tiene un carácter más técnico y su finalidad es adoptar leyes y coordinar políticas.

Las Conclusiones del Consejo Europeo se hicieron públicas el 17 y 18 de marzo recién pasado. Estas se componen de tres capítulos: I. Migración II. Empleo, Crecimiento y Competitividad y III. Clima y Energía.

En su primer capítulo, el Consejo Europeo pide que: “se utilicen todos los medios para apoyar la capacidad de Grecia con miras al retorno a Turquía de los migrantes irregulares en el marco del protocolo de readmisión greco-turco y del acuerdo de readmisión EU-Turquía, a partir del 1 de junio de 2016.”

En la Declaración UE-Turquía del 18 de Marzo de 2016, se establece:

“1) Todos los nuevos migrantes irregulares que pasen de Turquía a las islas griegas a partir del 20 de marzo de 2016 serán retornados a Turquía”.

El paquete económico compensatorio para el gobierno de Recep Tayyip Erdogan consiste en un pago de 6.000 millones de Euros, además del compromiso de facilitar la entrada y libre circulación de ciudadanos turcos en el espacio Shengen. Junto a ello, la eterna promesa de considerar la posible adhesión de Turquía a la Unión Europea. Ingreso que ha sido vetado por casi 30 años, pese a ser un miembro importante de la OTAN.

Existirían tres poderosas razones por las cuales Turquía ha sido rechazada como miembro de la Unión Europea. En primer lugar, por su dudoso registro de respeto a los Derechos Humanos. En segundo lugar, por ser una república parlamentaria que funciona con poca solidez democrática y escasa consideración por las libertades fundamentales, especialmente respecto a la libertad de expresión. En tercer lugar, porque posee una población de más de 79 millones de habitantes, la segunda luego de Alemania (81 millones), característica que la haría pesar en las instancias democráticas de la UE más allá de lo que los actuales miembros quisieran aceptar.

Lo anterior es corroborado por el citado documento, Conclusiones del Consejo Europeo, en las que se señala en su punto 5. “La Unión Europea reitera que espera que Turquía respete el más alto grado de exigencia en materia de democracia, Estado de Derecho y respeto a las libertades fundamentales, incluida la libertad de expresión”.

Queda claro que la UE, a sabiendas, está retornando a migrantes que huyen de las catástrofes de Medio Oriente y Norte de África, a un país que no da ninguna garantía de consideración hacia sus derechos fundamentales.

¿Cuál sería el razonamiento del Consejo Europeo?

Lo más probable es que estas medidas sean catalogadas como transitorias, más bien reactivas a una situación de rechazo hacia el Islam que afecta a buena parte de los ciudadanos europeos y que los nacionalistas xenófobos han aprovechado en su favor. Partidos nazis y de posturas fascistas han ido ganando posiciones y escaños, sobretodo en los países de Europa del Este. El premier húngaro Viktor Orban no ha ocultado su desprecio por los valores democráticos y por los compromisos de su país como miembro de la UE. Polonia y Eslovaquia mantienen gobiernos que no disimulan sus tendencias de extrema derecha.

Desgraciadamente, el crecimiento que los movimientos neo-nazistas y los partidos xenófobos han experimentado desde 2004 y la influencia que ellos ejercen sobre líderes políticos oportunistas, no ha hecho sino agravar la situación de rechazo y discriminación que pueden afectar a más de 44 millones de ciudadanos europeos, desde los Balcanes a Europa Occidental, que profesan la religión del Islam y a los que eventualmente inmigren al continente.

Nos encontramos ante una Unión Europea que experimenta un grado importante de crisis de identidad y legitimidad. Sus líderes parecieran dar palos de ciego ante una realidad en la que se mezclan las dificultades económicas ocasionadas por una depresión, ya casi crónica, con una percepción de inseguridad que atemoriza a los ciudadanos. La tendencia colectiva podría ser la de caer bajo el encanto de liderazgos demagógicos que ofrezcan sacrificar libertades individuales a cambio de seguridad. Cualquier semejanza con realidades trágicas del pasado en Europa, no sería pura coincidencia. La tesis de Erich Fromm, expuesta en su obra “El Miedo a la Libertad” puede hacerse vigente.

Los recientes atentados en Bruselas dejan en evidencia el desarrollo de una guerra asimétrica por parte de un enemigo invisible que no da cuartel y que explota el factor sorpresa cabalmente. Hasta ahora, los autores de los atentados han sido ciudadanos europeos marginalizados y enrolados por el Estado Islámico.

Una preocupación para los gobernantes europeos sería la de implementar las medidas efectivas para convencer a la ciudadanía de que Islam no es sinónimo de violencia ni terrorismo. De no ser así, la situación de trato racista y marginalización de esas minorías solamente puede agravar las cosas.

Por otra parte, los gobiernos de Occidente no pueden andar por el mundo matoneando e imponiendo sus valores a la fuerza, sin que ello tenga negativas consecuencias. Si hay voluntad de entender, hay que ser capaces de ponerse en el lugar de los otros.

Para finalizar, la democracia es un proceso endógeno de cada país, sujeto a las variables de tiempo y lugar. Los movimientos de oposición política, conocidos como Primavera Árabe, no pueden ser aprovechados por Occidente y sus aliados regionales para intentar deshacerse de gobiernos adversos a sus políticas de poder sobre Eurasia y sus recursos.

* Publicado en RedSeca.cl

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