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Tenemos miedo

«Sí, tenemos miedo. También tenemos la razón. Pero no nos atrevemos a defenderla públicamente. Y por eso nos rodeamos de consejeros, directores, conferencistas, columnistas y asesores de izquierda (bien pagados) para poder sobrevivir. Porque basta que la izquierda salga a la calle para que nos pongamos a temblar».


El rasgo más esencial de la derecha política no es su afición por el dinero (al cual no le hace asco), ni su devoción por la libertad y el orden, sino el miedo.

Nadie lo ha descrito con mayor elocuencia que Michelle Bachelet 1.0 cuando asumió el poder por primera vez en 2006, en su discurso inaugural: “Cuando la izquierda sale a la calle, la derecha se pone a temblar”. Ella no volvió a repetirlo nunca más, porque no le resultaba políticamente conveniente, pero había dicho una rigurosa verdad.

Miedo. Nunca olvidaré la presentación del documental favorable a Pinochet en el Caupolicán, bajo el gobierno de Piñera, a la cual me aprestaba a asistir, por supuesto, con mucho temor a las agresiones comunistas-socialistas-miristas, pero completamente resuelto a vencerlo. Pero me vi rodeado de mi mujer y mis hijos, que me impidieron abandonar la casa, aunque habría bastado para impedírmelo una perentoria orden de la primera. Así es que no fui por miedo… y me libré, porque a Alfonso Márquez de la Plata le rompieron huevos crudos en la cabeza y logró huir en taxi en medio de golpes y empujones, mientras uno de los hermanos Widow, viñamarinos, sufrió la dislocación de una pierna, el otro el quiebre de la mandíbula, el hijo del primero traumatismos variados y, en fin, Gina Fascinetti, una bella partidaria del Gobierno Militar que se dirigía al evento, fue derribada y pateada en el suelo, sufriendo una costilla rota y si fue sólo una fue gracias a que los comerciantes de fruta del sector la arrebataron de los pies de los extremistas que la habían derribado. Todo a pasos de La Moneda, donde el cómplice pasivo de los agresores miraba para otro lado.

Ergo, no volvió ni volverá a haber actos públicos nuestros porque tenemos miedo, porque “la izquierda sale a la calle” y ya antes de que nos golpee nos ponemos a temblar. Entonces, por miedo, “los nuestros” hacen gestos de apaciguamiento hacia la izquierda que nos amenaza. Incorporan a los directorios a los representantes más tragables de ella. El CEP, supuestamente un “think tank” de derecha, tenía como consejero a José Zalaquett, definidamente de izquierda y ex miembro de la Comisión Rettig formada por Aylwin para exculpar a los comunistas y sentar en el banquillo a los militares, pero como aquél renunció al consejo en repudio a Eliodoro Matte (porque así paga la izquierda los gestos de conciliación de la derecha) ahora han designado en su reemplazo a José Joaquín Brunner, otro izquierdista, si bien moderado. ¡Para que no vayan a creer que el CEP tiene algún lazo con la derecha!

Hoy me convidaron a un almuerzo para ver manera de ayudar a la publicación de nuestras ideas y no fue posible eludir el tema del autoexilio parcial de Hernán Büchi, que reiteradamente he comentado en este blog. Y se recordó un episodio que refleja el estado de cosas del país, no sólo de hoy, sino de siempre: hace pocos meses el ex ministro de Hacienda venía llegando del exterior y tomó un ascensor del aeropuerto junto a otras personas, entre las cuales había un joven, bien vestido y con aspecto de haber no sólo nacido después del 11 de septiembre de 1973 sino también del 11 de marzo de 1990, que le preguntó si efectivamente era Hernán Büchi. Este le respondió afirmativamente, tras lo cual el joven le dijo: “Usted fue colaborador de un gobierno asesino y si yo tuviera ahora una pistola lo mataría aquí mismo inmediatamente”, revelando que, en realidad, el asesino era él.

Supe que ese episodio había perturbado profundamente a Hernán Büchi y tal vez haya sido un elemento relevante de su decisión de alejarse del país.

El odio acá no es nuevo, pero se ha ido acentuando y profundizando en la medida en que el comunismo, que es la doctrina del odio, ha asumido posiciones de poder, controlando la formación de opinión y dominando el debate público. Lo que yo llamo lavado de cerebros. Y ese odio infunde mucho miedo. El mismo que indujo a los políticos democráticos a demandar la intervención de las FF. AA., y Carabineros en 1973, cuando Frei Montalva y Aylwin decían textualmente que lo sucedido en Chile era “responsabilidad exclusiva de la UP”. El mismo que inducía al ministro de la Corte Suprema, Rafael Retamal, a decirle a Aylwin, ya en 1974, “dejemos que los militares hagan el trabajo sucio… los extremistas nos iban a matar a todos”. El mismo que hasta hoy nos impide salir a la calle a exponer nuestras demandas, mientras la izquierda se adueña de ella, vocifera, amenaza y destruye, mientras “la derecha se pone a temblar”.

Sí, tenemos miedo. También tenemos la razón. Pero no nos atrevemos a defenderla públicamente. Y por eso nos rodeamos de consejeros, directores, conferencistas, columnistas y asesores de izquierda (bien pagados) para poder sobrevivir. Porque basta que la izquierda salga a la calle para que nos pongamos a temblar.

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