Soy bombero y he participado en cada uno de los incendios que han afectado desde siempre a Valparaíso y que de seguro seguirán afectándolo por su particular geografía y la manera de urbanización totalmente caótica, la que parece responder más a las leyes de la entropía que a algún tipo de plan regulador que tenga la más mínima visión de futuro; pero quiero decir que también he participado en innumerables marchas siendo estudiante y hoy en día siendo profesor. Es un hecho que si no hubiese estado acuartelado y luego trabajando en el incendio, hubiese estado marchado con todo el derecho a hacerlo que tengo; no obstante, lo que ha sucedido este sábado merece una reflexión mucho más profunda que la superflua idea que podamos desarrollar con todo el show mediático y toda parafernalia que se dará, de seguro en los matinales, por varios días.
Como dije, he participado en innumerables incendios, pero el acaecido en este último 21 de mayo provoca en mí y en muchos porteños la terrible sensación de abandono y es porque Valparaíso no es la ciudad patrimonio, sino que es, al igual que muchas otras cosas, la ciudad del simulacro, somos una linda escenografía de colores que aparenta, que se arma y se desarma cada verano, porque las gestiones municipales y del gobierno centralizado no han hecho más que pintar las fachadas de nuestros edificios, ocultando la cara más cruda de la verdadera ciudad puerto.
Nuestra ciudad ha vivido en los últimos 25 años el duopolio político que se ha repartido el poder entre la UDI y la DC y la verdad es que ninguno de los dos partidos han logrado sacar la ciudad de los niveles de deterioro, pobreza y desempleo. Pero cabe la pregunta: ¿cuánto pueden hacer los municipios frente a un Estado unitario y centralista que legisla y administra sobre la sólida base de la Constitución de 1980?
Creo que nuestros políticos se encuentran con las manos amarradas entre el fuerte lazo de la corrupción, una forma de hacer política solamente electoralista y una amarra que es mucho más fuerte que cualquiera de los anteriores vicios mencionados. Me refiero a las enormes trancas que pone la Constitución para legislar y administrar. No es posible mejorar la situación actual de Valparaíso y de Chile reformando cuando lo que debe hacerse es transformar; pero cualquier intento se verá frenado por las trampas que la Carta Fundamental posee para que nada cambie.
Durante la dictadura militar, se trajo el Congreso a nuestro puerto como una señal de la descentralización, sin embargo este no es más que un gran monstruo de concreto con elegantes salones y lujosos casinos en medio de una ciudad que se derrumba hacia sí misma cayendo como peñascos hacia su propio ombligo. El patrimonio material de Valparaíso no es más que enormes cascarones a modo de mascarones de palacios antiguos cubiertos de pintura colorida tan aguada que no logra tapar los grafitis de sus paredes.
[cita tipo=»destaque»]Este 21 de mayo he sido partícipe del enfrentamiento entre dos grandes grupos de personas que luchaban. Mi casco me protegió de los escombros que caían a raíz del fuego, pero también me protegió de las pedradas que un grupúsculo de encapuchados nos lanzaba; mi equipo de respiración me protegió del humo que emanaba de la estructura y de los gases lacrimógenos que lanzaba fuerzas especiales; en este 21 de mayo las bombas de bomberos lucharon contra bombas molotov y bombas lacrimógenas.[/cita]
Descentralizar el país no pasa por símbolos, pues es seguir con la lógica del simulacro, hay que transformar y no reformar. Ha habido en nuestra historia nacional intentos de un país federal que no prosperaron, tal como sucedió en 1826. En este mismo sentido, han sido siempre la elite y la institución las que han terminado redactando cada una de las cartas fundamentales. Es necesario que los ciudadanos comprendamos que somos titulares del derecho constituyente y este no se extingue por el no ejercicio. El no participar en ninguna de las constituciones es solo la muestra de nuestra triste historia y de la mentira que nos ha convencido de que somos incapaces y de que da lo mismo, pues la política en su naturaleza es malévola.
Este 21 de mayo he sido partícipe del enfrentamiento entre dos grandes grupos de personas que luchaban. Mi casco me protegió de los escombros que caían a raíz del fuego, pero también me protegió de las pedradas que un grupúsculo de encapuchados nos lanzaba; mi equipo de respiración me protegió del humo que emanaba de la estructura y de los gases lacrimógenos que lanzaba fuerzas especiales; en este 21 de mayo las bombas de bomberos lucharon contra bombas molotov y bombas lacrimógenas. Todo esto es una muy triste realidad que es fiel reflejo de la crisis institucional que la misma institucionalidad ha generado.
Lamento mucho el asesinato de un trabajador honesto, y digo asesinato porque eso es prenderle fuego a un edificio dejando atrapado a un hombre en su interior, y lo agrava aún más el agredir a bomberos mientras estos intentaban controlar el incendio y sacar a esta persona. Lamentablemente esta es una muestra clara de cómo un chileno de avanzada edad no puede descansar tranquilamente con su jubilación, sino que debe seguir trabajando por la precariedad que genera nuestro actual sistema de AFP. La ciudadanía debe empoderarse del poder que tiene y trabajar por los cambios canalizando la rabia, porque no es posible que el actual Estado Unitario y Subsidiario les otorgue plena libertad a los privados para actuar, pero se autoimponga un sinnúmero de limitantes para sí mismo.
Es hora de reflexionar sobre el Chile que deseamos o de lo contrario seguirán las lamentables noticias y los simulacros de democracia y desarrollo en las diferentes ciudades de Chile.