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La libertad y el político


Ni la prudencia, ni la amistad, ni la grandeza del alma, son virtudes del político de nuestro tiempo.
Con la abolición de toda verdad absoluta y el colapso ideológico en el mundo occidental, la democracia, al servicio de la destreza e instrumentalización propia del liberalismo, ha transformado radicalmente la vida pública y política en nuestros países.

En nuestra época hay, por un lado, una suerte de obsesión patológica por la libertad sin más, un impulso persistente, difícil de dominar, una fase histórica en que la libertad misma engendra originales formas de sujeción. El ser humano hundido en su individualidad se explota a si mismo de forma voluntaria, la enfermedad de nuestro tiempo es su píldora, mientras, en la política se juegan y negocian las condiciones para la generación de su propio debate. La política cuan expresión de la voluntad de poder siempre buscará configurar el mundo a su imagen.

En esta enfermedad, el político actual, se parece más a un ludópata que a un misionero. Ya no hay nada genuino en sus sentimientos y oraciones; el político, la política, vació sus entrañas. La fijación de los intereses meramente presentes y el completo abandono del valor de la política y su legitimidad, nos han llevado a dudar de que exista en realidad algo así como una vocación al servicio de los bienes públicos.

La principal virtud del político actual es, si acaso, el policromático despliegue de su particular realismo mágico que adormece los sentidos bajo la necesidad fingida de una óptica perspectivista de la vida. Quizá, simplemente, una sombra o refugio para arrancar de la multitud. Parecerá que dichas virtudes son, en realidad, vicios y vulgaridades. Y en efecto lo son, cuando de hecho buscan dar verosimilitud a la reprensible voluntad arbitraria y dominante que se aleja de una ética social fundante, fracturando dramáticamente la estructura del alma. Con todo, el político de nuestro tiempo, ha sabido cultivar la ignorancia a fin de mantener nuestra libertad de nada.
[cita tipo=»destaque»]La democracia impone una semántica de lo ilusorio en la que ya están contenidas todas estas respuestas. Antes bien, de un modo solo aparente, la histórica pretensión política de la democracia representativa, se diluye en un silencio incomodo, como huella en el desierto, develando al político de hoy como quien decide recorrer el sendero entre las montañas burlándose de quien decida ascender por ellas.[/cita]

Así, por ejemplo, la discusión sobre la libertad de afiliación sindical que yace en el debate sobre la titularidad de la negociación colectiva y abraza un nutrido campo de exposición de ideas entre liberales y comunitaristas; la pertinencia de establecer límites claros a la libertad de expresión y su ejercicio, si dichos límites son naturales o no; y más recientemente, el éxodo político que tiene en jaque la institucionalidad de los partidos políticos y si sus motivaciones responden a algo más que a la virtud esencial del político actual, su desdén y coqueteo con la verdad, su estrechez y amplitud, su dialéctica del falsear. Sólo tienen sentido al preguntarnos antes ¿Cuál es el carácter ontológico de nuestra sociedad? Las proposiciones ontológicas, sin duda contribuyen a adoptar una posición moral, que fundamenta la defensa de tal o cual respuesta frente a los dilemas de nuestra política actual. ¿Me siento realmente representado?, un soberano ¿para y por qué?

La democracia impone una semántica de lo ilusorio en la que ya están contenidas todas estas respuestas. Antes bien, de un modo solo aparente, la histórica pretensión política de la democracia representativa, se diluye en un silencio incomodo, como huella en el desierto, develando al político de hoy como quien decide recorrer el sendero entre las montañas burlándose de quien decida ascender por ellas. Pues es más soportable el peso de lo confortable y el calor de lo inmutable, que la soledad que le exige volver a formularse estas interrogantes.

Sinceramente creo en el potencial de la democracia, en la medida en que la propia comunidad sea su fuente. Sospecho, en cambio, que el camino de redención supone ir más allá de un deambular entre el político de partido y su lugar en la democracia de masas. Su propia libertad, al servicio o no del interés general, está en juego.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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