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Por una Ley de Salud Mental para Chile: Instituciones de Salud

Francisco Somarriva
Por : Francisco Somarriva Analista en Formación, APCH Psicoterapeuta Centro PSICAM
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A principios de la década de los 70, el psicoanalista argentino José Bleger propuso un enunciado que cambiaría la compresión de las dinámicas institucionales: “Toda organización tiende a tener la misma estructura que el problema que tiene que enfrentar y para el cual ha sido creada. Así, un hospital termina por tener, en tanto organización, las mismas características que los enfermos mismos (aislamiento, deprivación sensorial, déficit de comunicación, etcétera)”.

Tal como se ha podido observar con la crisis en el Hospital San José, los problemas institucionales en salud no serían tan distintos a la dificultad que tenemos al enfrentar nuestras enfermedades corporales –el temor a la muerte, impotencia, y al colapso total–. Peor es la situación del Sename, institución que se ha convertido en aquello que causa que muchos niños y niñas terminen en hogares protegidos: un violador.

Sin embargo, cuando hablamos de Salud Mental nos enfrentamos a un problema adicional: el temor a la locura como fenómeno que amenaza el funcionamiento ‘sano’ e incluso la integridad física. Así, en las instituciones de Salud Mental no solo se podrían apreciar dinámicas asociadas al colapso o la impotencia, sino que además conductas que rayan en lo loco y lo perverso. Ejemplo de esto podría ser la omnipotencia de algunos profesionales que trabajan en hospitales o clínicas: los llamados ‘diostores’. La grandiosidad, en ocasiones propia de formaciones delirantes, se haría presente para poder hacer frente a la muerte o a la locura por medio de la negación de la propia fragilidad. Un médico que usa su posición para denigrar a otros, un psiquiatra que no falla su diagnóstico o un psicólogo que le dice lo que usted debe pensar, son algunas manifestaciones de omnipotencia como mecanismo de defensa frente al sufrimiento institucional.

El cinismo es otra defensa de los profesionales de instituciones de Salud Mental frente a la locura. Esta dinámica consiste en impedir la empatía con aquellos que sufren y simultáneamente atacarlos, al tratar sus trastornos mentales de forma despectiva. Quizás el mayor representante de esto es un diagnóstico común en varios hospitales y consultorios: ser VDM o ‘Vieja De Mier…’. La mayoría de las veces son mujeres que ponen en jaque la precaria estabilidad del sistema de salud por ser agresivas, de difícil manejo o, simplemente, no ajustarse a lo que se espera de ellas. Su psicopatología –la manifestación de su sufrimiento psíquico– queda en segundo plano frente a la molestia que les provoca a los profesionales de la Salud Mental, quienes a su vez sufren al no poder manejar la irrupción de lo inesperado, por la agresión de sus pacientes, por no poder pensar en su sufrimiento.

[cita tipo=»destaque»]La gran cantidad de flujos y procedimientos transforma el oficio clínico en labor administrativa, sustrayendo el afecto que implica enfrentarse a la locura de otro. Metafóricamente, la burocracia los transforma en algo similar a una madre, quien, mientras cambia de forma mecánica el pañal de su bebé, dirige su mirada al vacío y tiene su pensamiento en blanco.[/cita]

Frente a estas manifestaciones, las instituciones, al igual que nosotros, desarrollan mecanismos y conductas para poder lidiar con este malestar. Como menciona el psicoanalista chileno Otto Kernberg, una de ellas es el aumento de la burocracia. Su forma de acción consiste en fijar de forma excesiva las metas, protocolos e intervenciones a realizarse dentro de una organización, con tal de dar una ilusión de seguridad y control medibles. En otras palabras, no es necesario pensar cuál es la razón del sufrimiento, sino qué es lo que hay que hacer para poder superarlo.

En Chile, esto se plasma en la excesiva regulación de las metas de atención y cumplimiento de garantías GES, que no hacen más que distraer –o someter– a los profesionales de la Salud Mental para fijar su mirada más en el papeleo y menos en los usuarios. La gran cantidad de flujos y procedimientos transforma el oficio clínico en labor administrativa, sustrayendo el afecto que implica enfrentarse a la locura de otro. Metafóricamente, la burocracia los transforma en algo similar a una madre, quien, mientras cambia de forma mecánica el pañal de su bebé, dirige su mirada al vacío y tiene su pensamiento en blanco.

Considero que uno de los puntos principales que debieran estar presentes en una Ley de Salud Mental para Chile es la reparación y fortalecimiento de las instituciones de Salud Mental presentes. No se trata solo de que haya más camas, más profesionales, o incluso más calidad; se trata de que sean instituciones que permitan a sus profesionales poder pensar en la locura con la que trabajan y son parte. En resumidas cuentas, que la Salud Mental tenga un lugar no solo para las personas que buscan ayuda, sino también para los profesionales e instituciones de la Salud Mental.

Al mirar otros países con una Ley de Salud Mental vigente, se puede apreciar cómo las estructuras organizacionales consideran que trabajar con la locura es desgastante y, por tanto, requiere diversos ajustes en términos de carga laboral, reuniones multidisciplinarias para poder pensar qué sucede durante el trabajo en Salud Mental, y actividades conjuntas de formación continua tanto para profesionales como usuarios. Ejemplos de esto son Holanda, Noruega, Dinamarca y el Reino Unido.

Un fenómeno distinto lo podemos encontrar en Argentina, donde la Ley de Salud Mental vela más por los derechos relacionados con ella más que por regular cómo se estructuran las instituciones. No obstante, a diferencia de los países europeos, Argentina tiene una cultura en donde la psicoterapia personal, en especial el Psicoanálisis, está integrada como parte esencial del crecimiento personal y casi toda la población va a terapia en algún momento de su vida.

En todos estos países, la Salud Mental tiene un lugar gracias a la palabra escrita en una ley, lo que permite garantizar su presencia en los discursos institucionales.

Por este motivo, aumentar el presupuesto en Salud Mental, intensificar los programas de prevención y promoción en esta área, y mejorar la estructura y funcionamiento de las instituciones dedicadas a ella, son medidas que, a mi parecer, tenderán al fracaso si es que no se tiene como objetivo que la Salud Mental se integre como parte importante de la vida individual, social y cultural de Chile. No se trata solo de incluir lo comunitario en la Salud Mental, sino que también introducir la Salud Mental como pilar fundamental de la vida en comunidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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