El 15 de septiembre, como estaba previsto, Perú puso en órbita con el apoyo de Francia un satélite que -aparte de ubicarlo sobre 700 km- instaló a nuestros vecinos del norte en primera línea de observación espacial en Sudamérica. Las comparaciones suelen ser odiosas, pero no está de más enumerar algunos aspectos de las prestaciones de nuestro Fasat Charlie, próximo a cumplir su vida útil, con respecto al Perú Sat.
Los satélites tienen la misión de observar y transmitir la información que captan. Mientras el chileno lanzado hace 5 años logra una resolución de 1.45 metros, el peruano la duplica y consigue definiciones de imagen a 70 centímetros del suelo. El barrido de imagen del nuestro es de 10 km, mientras que el peruano es de 20. Ellos logran 300 imágenes por día, nosotros 110. El Fasat Charlie pasa cada 4 días por el mismo sitio, el Perú Sat cada 2, y la foto de éste capta ángulos de 45 grados, mientras que el nacional solo de 30.
Ciertamente, uno puede decir que el chileno cumplió su misión y vienen nuevos desafíos, que costó un tercio de lo que pagó Perú a Francia (US$ 200 millones), pero lo concreto es que el costo/beneficio del peruano es altamente superior y será verdaderamente rentable para la sociedad civil. Ese puede ser un parámetro para lo que se estudia en Chile hoy, en la Comisión de Ministros para Asuntos Espaciales que encabeza el titular de Transportes y Telecomunicaciones, Andrés Gómez-Lobo.
Por ejemplo, mientras el chileno recorre 10 mil km/día, el Perú Sat alcanza 120 mil km/día. La vida útil es de 5 años para el nuestro y 10 para el del vecino y la memoria de almacenamiento es 50Mbps para el Fasat Charlie y 620Mbps para el peruano. Y de esto se trata la tecnología aplicada, porque lo importante es definir cuánto costará un nuevo satélite y cómo sus prestaciones redituarán a la sociedad en su conjunto. No solo con buena información, sino vendiendo al extranjero servicios satelitales y hasta cediendo imágenes a países que requieren de las mismas y que no tienen recursos ni posibilidades de conseguirlas. Toda África, sin ir más lejos. Eso también es parte de una política exterior.
El desafío de nuestro Gobierno es reducir la brecha, pues en materia productiva la tecnología define el futuro. Un satélite de estas características es soporte para la minería, la agricultura, la prevención de desastres naturales, la lucha contra el narcotráfico, la tala ilegal y la deforestación, entre otras aplicaciones para tomar decisiones estratégicas.
Para que el nuevo satélite chileno, que podría llamarse Fasat Chile, sea útil a la sociedad en su conjunto se requiere, entonces, un modelo de negocios que lo financie en 10 años. Esto no puede ser la mera facturación de quien lo administre, sino la evaluación debe darse a partir de sus productos, como por ejemplo hallazgos en la minería y políticas para la prevención de desastres. Sería del todo deseable encantar a la población, especialmente a los jóvenes, con el uso de la información que entregue el satélite, para lo cual es necesaria una política de puertas abiertas.
Como antecedente, la decisión limeña para el desarrollo de este proyecto satelital ha contemplado a la sociedad civil, capacitando a decenas de observadores en Toulouse, aunque el fuerte del proyecto lo llevan la Agencia Espacial del Perú, CONIDA, y la Fuerza Aérea, que ha habilitado cómodas dependencias para una estación terrena.
Nuestros otros vecinos han alcanzado acuerdos con China, en el caso de Bolivia y Argentina para proyectos más avanzados que un satélite. Por último, Brasil y China acaban de acordar esta misma semana la fabricación de un satélite de observación que lanzarán en el país sudamericano el 2018. Será el cuarto de 6 en 30 años de trabajo espacial entre ambas potencias.
Chile tiene compromisos ineludibles a partir de las Conferencias Espaciales de las Américas, CEAS, cuyo grupo internacional de expertos encabezamos desde su origen, y la Conferencia Nuestro Océano, de octubre de 2015 en Santiago, donde se discutimos sobre la urgencia del monitoreo satelital para la protección de la pesca artesanal en áreas marítimas protegidas.
Aparte de decisión y visión estratégica, como la tuvo en su oportunidad la Presidenta Michelle Bachelet al impulsar el proyecto Fasat Charlie, se necesitan recursos, pero a no dudarlo: los beneficios serán muy superiores al costo.