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El paisaje cotidiano

Dino Pancani
Por : Dino Pancani Doctor en Estudios Americanos
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A escasos metros de la calle Los Olmos con Macul, al suroriente de la ciudad de Santiago, existe la población Santa Julia, conjunto de casas de madera y ladrillo que han ido perdiendo el sol de la tarde; hoy, la luz natural pertenece a los edificios construidos en la primera cuadra de Los Olmos, edificaciones que prometen expandirse hasta la cordillera. Para los habitantes de la población, el negocio que hay detrás de las construcciones, puede llegar a ser luminoso: venden sus sitios, se compran un terreno fuera del perímetro que encierra la Circunvalación Américo Vespucio, salen de “calillas”, se dan un “gustito” y, luego, se encuentran más pobres, más lejos del centro y con la identidad lesionada.

A pocas cuadras de Los Olmos con Macul, hacia el mar, se encuentra un barrio que “orgullosamente” forma parte de la clase media, es una de las villas centrales de una comuna habitada por empleados públicos, docentes, profesionales de las humanidades y las ciencias sociales, técnicos y obreros calificados: la Villa Santa Carolina. Al centro de ella, hay un par de  manzanas de casas pareadas: construcciones de un piso, con ladrillo a la vista, un frontis adornado de  verdes disparejos y unas rejas de fierro que no superan el metro de altura.

La autoridad de la comuna, a propósito de las elecciones municipales, nuevamente promete a sus electores que subirá el nivel socioeconómico de los habitantes, que los enclaves del pasado serán superados por nuevos estándares habitacionales, y los antiguos lugareños de la población serán reemplazados por ciudadanos que puedan invertir 4 mil Unidades de Fomento en un departamento. Este supuesto alzamiento económico es a costa del poblador que, con el pasar de algunas décadas, quedó inmerso en el centro de la ciudad, y su terreno aumentó considerablemente su valor.

[cita tipo= «destaque»]Menos de quinientos metros encierran simbólicos cambios que ha ido experimentando Chile los últimos treinta años; un territorio que habla, que se expresa, que dice cómo nos hemos ido construyendo culturalmente y que, muchas veces, no nos detenemos a pensar hacia dónde vamos, en general, es una pregunta que evoca a los controladores del mercado, quienes pueden contestar con cierta exactitud.[/cita]

La Villa Santa Carolina y sus cuadras habitadas por la policía uniformada logra mantener el olor y la vida de barrio, aquel que se le otorga, a veces románticamente, cualidades del tiempo pasado, del tiempo perdido: seguridad, armonía, vínculo e identidad. Niños en la calle, bicicletas en el antejardín, vehículos sin trabavolantes, perros de compañía  y rejas, rejas y rejas, todas iguales, bajitas, sin puntas de acero, sin alambres electrificados, sin alarmas, con cortinas en las ventanas, en donde su apertura depende del grado de pudor y privacidad que quiera tener el residente de la casa, no es una condición de sobrevivencia, sino una elección voluntaria.

Menos de quinientos metros encierran simbólicos cambios que ha ido experimentando Chile los últimos treinta años; un territorio que habla, que se expresa, que dice cómo nos hemos ido construyendo culturalmente y que, muchas veces, no nos detenemos a pensar hacia dónde vamos, en general, es una pregunta que evoca a los  controladores del mercado, quienes pueden contestar con cierta exactitud. Creo que estamos en la ciudad de todos y de nadie, una ciudad de tránsito estático, un espacio que no pertenece, pero se habita, que se habita, pero se teme, un espacio que privatiza la seguridad, que nos vuelve en seres sospechosos y, a su vez, nosotros sospechamos de otros seres  sospechosos.

La ciudad va creciendo uniforme, no hay sorpresas, no hay callejuelas, no hay colores, no hay veredas, no hay plazas, en definitiva: nos han relegado a una funcionalidad cuyo orden y marca son los malls.

Las elecciones municipales invitan a exigir propuestas de modelo de desarrollo, permiten optar entre un planteamiento que piensa el crecimiento integral del ser humano y otro que se basa en lo que tramposamente dicen que le interesa a la gente: la seguridad. ¿Usted decide…?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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