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Trump: cuando el juego se hace verdadero

Por: José Ignacio Núñez, Abogado y académico Facultad de Derecho, U. Finis Terrae


Señor Director:

Evoco, como homenaje, una canción Hip Hop de un grupo chileno famoso a fines de los ‘90. Me refiero a “Tiro de Gracia”. ¿Qué irónico, no? Y lo hago a propósito de los múltiples tipos de histeria y reformulación de convicciones que ha provocado la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos.

Mi alusión al juego que deja de ser juego, no se refiere al mandatario electo de la mencionada potencia, sino a la visión, confianza y fe en los sistemas que soportan nuestro estilo de vida.

En Chile, al menos, muchos rasgan vestiduras porque en el país de los “padres fundadores” eligieron a alguien que no calza con el prototipo de estadista que protagoniza sus cuentos de hadas, cuestionando la democracia como mecanismo de adopción de opciones colectivas y públicas.

Sin embargo, es un profundo error pensar que ese sistema de gobierno privilegiará las biografías, aparentemente virtuosas, por sobre los derroteros socialmente superficiales. El valor moral de la democracia consiste en que ante la afortunada imposibilidad de estimar a algunos como portadores de “la verdad”, privilegiamos las decisiones de las mayorías.

Los procesos electorales no son un head hunter que buscan al mejor gerente para una república. Más bien, consisten en un fenómeno multidimensional en el que las credenciales profesionales son un factor accesorio, entre muchos otros, que no necesariamente genera adhesiones.

Por eso, resulta banal endosar a la democracia las objeciones que tengamos respecto de cualquier elección en particular, ya sea del presidente de EE.UU. o del alcalde de cualquier comuna chilena.

Con todo, a pesar de lo perturbadora que puede resultar la retórica de Donald Trump, nuestro foco no debe situarse en las bondades o vicios de aquel régimen político. Lo que está en juego es la fe, a veces ciega, que depositamos en las estructuras sostenedoras del Estado de Derecho.

En efecto, por mucho tiempo hemos confiado en que la separación de poderes, el gobierno del derecho y la justicia constitucional, son una barrera infranqueable ante los embates de prácticas contrarias al sistema básico de convivencia. Y desde hace mucho disfrutamos de la tranquilidad dispensada por tal creencia.

Sin embargo, hoy, ante lo que representa y augura Donald Trump, hemos de evaluar la eficacia no de la democracia, sino de las constituciones, del poder judicial que ellas contemplan y del sistema de protección de los derechos fundamentales que ellas proponen.

Al fin y al cabo, el Estado de Derecho se construyó justamente para constreñir el poder de monarcas excéntricos, padecimiento que en cualquier momento podría afectarnos. Por eso, repensar nuestras estructuras constitucionales no resulta destructivo.

José Ignacio Núñez
Abogado y académico Facultad de Derecho
U. Finis Terrae

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